El verdadero rostro de Camilo José Cela

2016 es el año del centenario del nacimiento de uno de los más grandes escritores españoles. Evocamos su figura y pasamos revista a su obra, sin olvidar los principales actos que celebrarán al autor

MADRID Actualizado: Guardar
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Camilo José Cela (1916-2002) fue muchos «Celas» a lo largo de sus 85 años de vida; el Cela andarín, el costumbrista, el provocador, el maestro, el sabio, el caballero, el erótico… el vagabundo. Esta última definición, cultivada, sobre todo, en sus excepcionales libros de viajes, es la que su hijo, Camilo Cela Conde (Madrid, 1946) pretende reivindicar a lo largo de este año, en el que se celebra el centenario del nacimiento de uno de los más grandes escritores españoles, de cuya muerte, además, se cumplen hoy catorce años.

Un aniversario, el de su nacimiento ( la muerte le preocupaba más bien poco a Cela, pues la consideraba «una vulgaridad» y decía que había que esperar a que llegara «con la mayor tranquilidad posible»), que el Gobierno ha declarado «acontecimiento de excepcional interés público», y para el que ha diseñado un programa de apoyo.

Actos del centenario

Hay previstos numerosos actos (la pompa arrancará el 11 de mayo en Galicia y la circunstancia tocará a su fin un año después, el mismo día, en Madrid) y, aunque corresponde al titular de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, detallar la agenda mediante el correspondiente decreto ministerial, Cela Conde confiesa, en conversación con ABC, que el objetivo fundamental es «recuperar su faceta más importante: la de escritor».

Y es que, a juicio de su hijo, su papel como uno de los autores más importantes de la literatura española del siglo XX quedó en un segundo plano en sus últimos años de vida, que el Nobel compartió con Marina Castaño. Sin ganas, ya, de entrar en polémicas más propias del papel cuché que de las páginas de Cultura de un periódico (ay, si otros Nobel tomaran nota), y dado que Cela Conde ganó la batalla judicial por la herencia de su padre, el II marqués de Iria Flavia cree que el centenario «es el momento ideal para enmendar esa trayectoria». La mejor manera de hacerlo es lograr que se lea a Camilo José Cela; pero, en un país en el que un 2% de aumento anual de las ventas de libros se considera un triunfo, ¿cómo se consigue? Pues, sin duda, a través de la fascinación que cualquier página del autor gallego ejerce sobre aquel que se acerca a ella, «por esa capacidad que tuvo en vida de hacer un tipo de literatura completamente distinto».

Nieto de la Generación del 98, lo primero que escribió Cela fue un consultorio sentimental para la Sección Femenina, tras haber pasado, fugazmente, por la Facultad de Medicina, haber asistido, en calidad de oyente, a clases de Filosofía y haber sobrevivido a esa guerra civil que años después describió como «terrible e innecesaria». Publicó sus primeros poemas, en 1935, en el diario «El argentino», al otro lado del charco, y en diciembre de 1942, cuando tenía 26 años, llegó «La familia de Pascual Duarte». Hoy convertida en la novela española más traducida, después del Quijote, la obra fue rechazada por tres editoriales, hasta que Cela dio con Rafael Aldecoa, que decidió publicarla, sin miedo a la censura.

En una época en la que no había nada, más que literatura oficial, la obra fue un puñetazo de renovación en el estómago de la crítica, que acogió aquella prosa fuerte, no exenta de poesía, con la consabida polémica, pero con entusiasmo. Fue el primer ejemplo de esa «capacidad enorme de expresión emotiva» que tenía Cela, «de crear un lenguaje, musical incluso», «esa especie de patente de corso que le llevaba a ser un autor tan especial».

El «Pascual» para los chavales

Cela Conde recomienda la lectura del Pascual Duarte a cualquiera, pero, sobre todo, a esos chavales de 15 o 16 años que andan un poco despistados con lecturas obligadas en el Bachillerato. En su defecto, pues la obligación arruina la vocación y mata la curiosidad, pueden entrar a Cela a través de «La colmena». Ya puestos en consejos generacionales, los «Apuntes carpetovetónicos» son ideales para quienes rondan los 12 años; si a los 21 no han leído al Nobel, es mejor dar la batalla por perdida; y para el cuarentón que sienta curiosidad habría que echar mano de la recomendación que la madre de Cela hacía a sus amigas, que tenían esa edad cuando su hijo estaba empezando: «Viaje a la Alcarria». En esa obra, el Cela vagabundo comienza su peregrinar, andariego, por una tierra que amó hasta sus últimas consecuencias.

El gallego fue uno de los escritores que más demostraron su amor por España, porque para hablar de ella empezó por pisarla. «Es el contrapunto al Cela marqués, el origen de todo lo demás y lo que permite contar con una literatura magnífica y con un testimonio antropológico de una España ya desaparecida, a la que solamente se puede volver ya de esa manera», apunta su hijo.

Además de reivindicar al Cela escritor y celebrar al vagabundo, a lo largo de este año a Cela Conde le gustaría «llegar a ese Cela más desconocido, a ese al que difícilmente nadie ha podido llegar, porque él construía una maravillosa coraza detrás de la cual se metía». Para ello, hay en marcha diferentes proyectos, como la celebración de una gran exposición en la Biblioteca Nacional de España (entre junio y octubre), el rodaje de un documental con los recuerdos de sus amigos más cercanos o la publicación de un libro que se nutre de la correspondencia que Cela y Rosario Conde se cruzaron durante toda su vida. «Una vez que murieron mis padres, buceando por los papeles que mi madre me dejó, me he encontrado cerca de mil cartas que dan una imagen verdaderamente sorprendente».

Cela Conde confiesa que, más que respuestas «al porqué de tantas y tantas paradojas y contradicciones» de su padre, lo que ha encontrado es una pregunta fundamental: ¿es posible creer lo que un escritor cuenta de sí mismo? Él tiene claro que, en el caso de Cela, no lo es, «porque los escritores hacen literatura incluso cuando están escribiendo una autobiografía [basta con leer “La rosa” o “Memorias, entendimientos y voluntades”]».

A medida que van pasando los años, en el hijo de Cela van pesando más «los momentos primeros, en los que yo era un niño en una familia de locos», y «va perdiendo peso lo que arma más barullo». «Cada vez más me interesa el Cela que está empezando, y no el que termina. Entiendo que el Nobel es importantísimo, pero, al fin y al cabo, es la solución de la ecuación, pero lo que importan son los algoritmos que vienen antes. En realidad, el Nobel no es más que un a posteriori; con el Nobel o sin él, la literatura de mi padre habría sido la misma», remata Cela Conde.

En sus palabras se advierte el matiz de la reconciliación, para la que siempre hay tiempo, aun cuando la vida ya está agotada.

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