Rodrigo Fresán: «Es imposible separar la lectura y la escritura de la idea de recuerdo»

El escritor argentino cierra con «La parte recordada» su monumental tríptico sobre la creación

Rodrigo Fresán, fotografiado ayer en Barcelona Pep Dalmau

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A Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), citador compulsivo de clásicos populares de la literatura y consumidor obsesivo de r eediciones cada vez más abultadas de los Kinks y los Beatles (días atrás se le podía ver paseando por Barcelona con la edición superdeluxe, 3 elepés de nada, de «Abbey Road» bajo el brazo), le gusta decir que, salvando todo lo salvable, escribe tal y como grababan los Beatles. «No me refiero al grado de genio que conseguían, sino a la idea de las capas de sonido, las partes, los fragmentos… Al final, George Martin me ha influido tanto como Nabokov», apunta el autor argentino, enzarzado estos días en la presentación de «La parte recordada», tercera y última entrega de ese «tríptico» («que no trilogía», subraya) al que empezó a dar forma hace una década y que completan «La parte inventada» y «La parte soñada».

Tres libros que se acaban fundiendo en una única y monumental novela con la que el autor de «Mantra» se abre camino por el laberinto de la creación de la mano de un Escritor que no es él pero que, pasen y vean, comparte algunas de sus pasiones y obsesiones. «Se parece en muchas de mis filias, no tanto en las fobias. A mí, por ejemplo, la literatura del yo no me irrita como le irrita a él», aclara.

Los hilos de la memoria

Es también ese Escritor, añade, quien enhebra todos los hilos de un artefacto literario con el que Fresán sublima lo experimental («como decía Burroughs, se le dice experimento a algo que salió mal», recuerda) para responder una vez más a la pregunta del millón, que no es otra que la que parpadea como un neón desquiciado en todas las páginas del libro. Esto es:¿cómo recuerda un escritor? «En relación a los recuerdos, el escritor no es más que un profesional de algo que todo el resto del mundo es amateur. Todo el tiempo estamos recordando y reconfigurando historias», defiende Fresán, para quien «en el simple acto de escribir ya estás recordando algo que se te ocurrió diez segundos atrás». «Es imposible separar la idea del recuerdo de la escritura y la lectura. No hay libro grande o pequeño que no esté sostenido por la idea del hacer memoria», abunda.

Y a la hora de echar mano del retrovisor, a Fresán y a su Escritor se les acumulan, como si fueran placas tectónicas de la cultura pop entrechocando en un bucle sin fin, guiños a Kurt Vonnegut y Stephen King; a «The White Album» y «The Village Green Preservation Society»; a «Blade Runner» y «2001: A Space Odyssey»; a Anna Karenina y Emma Bovary. «Hay una coartada para esto, y es que el personaje está pensando en estas cosas para no pensar en su vida», apunta. «Yo noy soy así siempre: un 25% del tiempo lo dedico a pensar en mi vida», dice entre risas mientras desvela que, en el fondo, todo se resume en firmar «una carta de agradecimiento a la lectura y la escritura».

Porque, añade Fresán, si de algo trata «La parte recordada» y, por extensión, los tres libros, es de «algo tan transgresor» como «leer y escribir en una época en la que nunca se ha leído o escrito más». «El tema, claro, es qué se lee y qué se escribe y qué se deja de leer y escribir para leer y escribir lo que se lee y se escribe», remata.

Así, a fuerza de encimar referencias y encajar materiales ajenos, Fresán despide una década y la dice adiós a la primera encarnación de sí mismo. «Se cierra el tríptico, pero también todo el ciclo de todos mis libros anteriores. Hay muchos juegos sobre mí mismo que, no sé al lector, pero a mí me resultan divertidos», relata.

En el horizonte, explica, le aguardan nueve libretas garabateadas que «son como tener dinero en el banco» y un compromiso con el fallecido Claudio López de Lamadrid, editor de confianza que, asegura, le hizo escribir libros «que de otro modo no hubiese escrito». «Le prometí que haría un libro ligero, fácil y corto sobre mis encuentros con gente famosa, con anécdotas muy demenciales de Dylan, Madonna, Borges, Ray Davies, y cuando murió Claudio me dije primero, como un miserable, que estaba liberado de la promesa. Pero inmediatamente pensé que estaba más obligado que nunca. Y con cierto temor de que aparezca el fantasma de Claudio y me lo reclame», explica.

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