Entrevista

Rodrigo Cortés: «Por algún motivo nos preocupa más cambiar el mundo que cambiar nosotros»

El cineasta, escritor, colaborador de ABC y creador de «Verbolario» publica el libro «Dormir es de patos», una compilación de aforismos (o antiaforismos)

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuenta el cineasta Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Orense, 1973) que, cuando trasnocha o madruga para trabajar y siente el sueño zumbando alrededor piensa, a menudo, con desapego: «Dormir es de patos». De ahí que su (segundo) libro nacido de esa vocación lapidaria, irónica y un poco inmisericorde, que condensa realidades complejas como algoritmos en fórmulas gramáticas tan breves, haya terminado con ese título: «Dormir es de Patos» (Delirio). Es un libro pequeño, cuadrado, denso y ligero a un tiempo, fácil de abrir y difícil de cerrar, porque engancha. Lo considera familia, aunque lejana, del «Verbolario» (si no conoce esa sección, salte hasta el final de la última página de ABC). Pero aunque a veces tiene forma de tuit (algunas piezas se publicaron antes en la red) su contundencia es netamente literaria.

Quedamos con Cortés para las fotos en un hotel NH. Viene a la cita con el patito insomne de la portada del libro que -dice- le ayuda a escribir (uno tal vez le da cuerda al otro). Nuestro editor gráfico, Matías Nieto, le invita a posar. Acabada la sesión, en un rincón del bar, frente a un plato de almendras y algo de beber, nosotros le invitamos a que no pose y nos responda a bote pronto al interrogatorio. Fiel al libro, lo hace con rapidez y brevedad, es un tipo brillante y sale airoso.

-Lo bueno, si breve,...

-Dos veces breve.

-Está el dicho periodístico de: «No me ha dado tiempo a hacerlo más breve». ¿Le acomoda?

-El trabajo de condensación lleva, inevitablemente, su tiempo, porque trabajas más con las resonancias que con la literalidad. Partes de un concepto complejo que acabas, más que comprimiendo, codificando, para que el lector ingiera esa píldora y recupere en su boca la información original. Lleva algún tiempo.

-¿Pero qué es lo que refleja este libro: «Dormir es de patos»?

-Fundamentalmente, a mí, aunque no sea una noticia particularmente buena. Así como una película o una novela indagan en un mundo determinado y recogen un aspecto concreto de ti o de tus afinidades, un tono, aquí, por su carácter fragmentario, se recogen todas las caras del poliedro: la reflexiva, la prescindible, la más payasa, la absurda, la más narrativa, la más poética...

-Pero el mundo es fragmentario.

-La realidad lo es. En cuanto uno comprende, siquiera de forma imprecisa, la inabordable complejidad de cualquier fenómeno, lo primero que hace es contener la opinión.

-¿Pero el mundo no era un pañuelo?

-¡Eso antes de internet! ¡Ahora, ni eso!

Matar el humor

-De algún modo, este libro se multiplica en muchas lecturas...

-Me está haciendo preguntas inteligentes y eso podría ser un problema (ríe). Hay que tener en cuenta que la mitad del libro la ha escrito el pato de la portada, y el pato va a cuerda. Y la cuerda dura lo que dura. Por eso las sentencias son tan breves, y tan inconexas: incluso las hay que son excluyentes entre sí. No trato, en cada una de ellas, de definir una realidad definitiva, sino abordar una de las caras del cubo de la forma más contradictoria posible.

-Defina su humor y también su sentido del humor.

-Definir el humor es, por definición, una de las cosas menos graciosas que pueden hacerse. Definir el humor lo mata.

-Un humor asesino...

-Trato de que el lector detenga, a su pesar, el tiempo durante un segundo. Lanzarle algo con lo que no le resulte tan sencillo lidiar, que no le valgan sus recursos automáticos, desprogramarlo durante un instante antes de que las leyes de la física recuperen su curso. Me propongo que cada una de las balas o antiaforismos que componen el libro, proponga una pequeña vuelta a la manzana.

-¿Qué le han hecho los patos?

-Les debo mucho a los patos. Algunos de mis mejores amigos son patos.

-¿Reconoce padres para este libro? ¿Tal vez la greguería?

-La referencia a Ramón es, claro, inevitable. Y a Ambrose Bierce, con su mirada lúcida y despiadada, más satírica que sarcástica. Me interesan, en general, los autores que, como Billy Wilder, más que definir la realidad, la desnudan.

-¿Le ha crecido un «Verbolario» en el libro?

-Ambos son deportes breves que parten de premisas similares: ese apretar el polvorón, esa codificación de la que hablábamos que reduce el pasaje de un libro a diez palabras. Pero a la vez son modalidades distintas que no convalidan en las universidades del ramo: el libro hace de espejo deformante; «Verbolario» radiografía.

A modo de tuit

-¿Por qué publicar fragmentos del libro previamente en Twitter cuando no estaba obligado por la ley de transparencia?

-Es el modo que mi pereza ha encontrado para hacerme avanzar en la escritura. En vez de llevar encima una Moleskine, como harían los clásicos, he podido permitirme, no sólo anotar cada idea en el móvil, sino lanzarla a la nube, con fecha, hora y testigos que la certifiquen y protejan.

-¿Bebe a tragos largos o a sorbos?

-Bebo a sorbos cortos, repetidos y numerosos.

-¿Cómo hay que leer el libro?

-Uno querría que por orden estricto: la edición propone ritmos concretos y el recorrido de paisajes diversos. En la práctica, la gente lo leerá del único modo posible, que es como le dé la gana; como si fuera el «I Ching», tal vez; quizá en el cuarto de baño. La ventaja es que el libro es tan pequeño que puedes llevarlo encima y apenas se te nota que lees.

-¿El precio también es breve?

-¡Creía que nunca llegaríamos ahí! El precio es muy escueto, pero alberga en sus 9 euros cortos resonancias de 40.

-¿Tiene algún antiaforismo favorito?

-Debería venir más preparado... (Piensa brevemente)... «Si la fama te precede, ya no hace falta que vayas». O también: «Contra el insomnio, la amnesia». O: «Nada como la serenidad para llevarse una hostia».

-¿Puede abrir el libro y leer uno?

-(Lo abre) «Hay que sentar las bases de la derrota y ganar cuando nadie mira».

-¿Disfruta más con el cine o con la literatura?

-Tengo, en general, una incapacidad genética para el disfrute.

-Y sin embargo...

-El cine encierra más dolor en su proceso de desarrollo, con momentos indistinguibles de ir a la guerra. Ofrece, sin embargo, recompensas equivalentes. La literatura es, necesariamente, más íntima y su función es menos (se detiene un segundo)... épica y más... sanadora. Me estoy comiendo todas las almendras.

-No disfruta, pero, ¿sí le satisface?

-Como sucede con cuanto merece la pena pero genera algún tipo de sufrimiento... Imagino que el alpinismo reporta en sí mismo pocos placeres, más allá del deseo de amputarse los miembros antes de que los músculos estallen en una agonía de ácido láctico. Sin embargo, ese camino tortuoso hace gratificante la consecución de la cima.

Cuestión de perspectiva

-¿Qué es el estilo?

-Es el modo que el creador tiene de opinar; el medio que refleja su perspectiva sobre el mundo. A través de la tesis, el autor dice lo que cree que piensa sobre las cosas; a través del estilo, lo que de verdad sabe de ellas.

-Si quisiera ser útil a la sociedad, ¿a quién se lo regalaría?

-¿Este libro?

-Estamos en campaña electoral...

-A colectivos numerosos. Al cuerpo de bomberos. A los que lleven gafas. A los que estén censados en el padrón de su ciudad. El objetivo, en definitiva, es vender cuantos más libros mejor.

-¿Y a quién se lo prohibiría?

-A los que vivan cerca de una tienda de fotocopias.

-¿Quién no lo entendería?

-Yo mismo encuentro dificultades.

-¿Se pueden cambiar cosas en el mundo con un libro?

-No pueden cambiarse con nada, creer que la realidad necesita de nosotros es no entenderla en absoluto. Por algún motivo, nos preocupa más cambiar el mundo que cambiar nosotros.

-¿Para que sirve escribir (y leer), entonces?

-Me hace usted unas preguntas... La escritura es una forma de exorcismo, supongo, y la lectura el modo que el lector tiene de equivocarse de forma vicaria.

-¿Se plantea algún límite?

-Los de la propia física, para empezar. No daría un solo paso más allá del borde del acantilado. O no demasiados...

-¿Por qué ha incluido algunos chistes malos?

-(Ríe de nuevo) Para que los mediocres parezcan buenos.

-Viendo el formato de sus libros, uno piensa que los tiene cuadrados. ¿El formato es cosa suya o del editor?

-Del editor, y se lo agradezco: cuando uno comprende al fin que nunca hará nada redondo, le queda al menos el consuelo de un cuadrado perfecto.

-El libro tiene un punto Sun Tzu, el de «El arte de la guerra».

-Eso sí que no me lo habían dicho. Espero que nadie más se dé cuenta.

-¿A quién combate?

-No diré que «a mí mismo», lo prometo (risas). Imagino que combato la improbabilidad personal. Que me esfuerzo por llegar un centímetro más allá de lo que la estadística, que no la lógica, dicta.

-¿Hay guerras justas?

-Estoy convencido

-¡Las guerras justas!

-(Ríe) ¡Guerras, las justas! Ya tenemos un tuit, ¿me lo presta?

-Póngase serio. ¿Qué le estropea las ganas de reír?

-Casi siempre, algún miedo o defecto propio, por exceso de importancia personal. Todo admite una perspectiva irónica, distante. Que es como uno puede calibrar su tamaño.

-Ironía...

-El arte de la ironía tiene fama de complejo, pero su enunciación literal es sencilla. Basta con decir exactamente lo contrario de lo que uno quiere decir. Que es lo que hacemos todo el rato.

Reescribir es quitar

-¿Qué ha descubierto con este libro?

-Que siempre hay una forma de reducir palabras, que siempre hay un adjetivo que sobra. Que reescribir es, siempre, quitar.

-¿Qué hace con el serrín, con los adjetivos y palabras que quita?

-El serrín vuelvo a meterlo en la cabeza tan pronto como desborda.

-¿De qué vamos sobrados?

-De faltas.

-¿Y qué nos falta?

-Responsabilidad personal. Nos sobran quejas.

-¿Algún rito para poder escribir?

-Puedo escribir en cualquier parte, incluidos los lugares más ruidosos y concurridos, aunque necesito entrar en una frecuencia determinada. Dedico unos instantes a lograr esa fluidez y, alcanzado ese punto, el mundo desaparece. Por otro lado, como se dice en el libro: «Cada escritor tiene su truquito para no escribir» (risas).

-Y cuando llega el libro, ¿qué hace?

-Repaso pormenorizadamente sus defectos.

-¿Adónde quiere llegar?

-Es una pregunta que uno no debe hacerse, y mucho menos contestar. Contestarla implica la automática parálisis.

-Pues paramos.

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