Paolo Giordano: «La idea de la transparencia absoluta es fanática»

Al autor de «La soledad de los números primos» presenta en España su nueva novela, «Conquistar el cielo», en la que narra la vida de unos jóvenes marcados por sus secretos

Paolo Giordano, poco antes de la entrevista con ABC Ángel de Antonio
Bruno Pardo Porto

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Hay belleza en el misterio, en el no saber del todo, en la intuición, en el tanteo: no hay vida sin secretos y es mejor no pensar en lo contrario. Pasan los años y las grandes certezas cambian, descubrimos un nuevo matiz que nos trastoca y nos obliga a modificar el relato de nuestra memoria, esa máquina de hacer ficción. Así ocurre, al menos, en « Conquistar el cielo » (Salamandra), la nueva novela de Paolo Giordano (Turín, Italia, 1982), el hombre que hace más de una década agitó el mercado editorial con « La soledad de los números primos », aunque él perjura que ya no se acuerda de aquello. Ahora nos trae a España la historia de Teresa, una adolescente que crece, como todos, a golpes, y que con sus bandazos va dibujando una narración llena de saltos y giros en el tiempo, un viaje en el que terminamos aceptando que la realidad siempre se modifica hacia atrás.

—Es difícil decir de qué trata el libro, pero parece que uno de sus temas centrales es la incomunicación de los personajes, que siempre deriva en conflicto.

—Es un libro que se puede leer de muchas maneras. Yo diría que es una novela sobre los secretos. Los secretos que hay dentro de una familia, dentro de una pareja, dentro de una amistad. Hay una frase que se repite a lo largo de las páginas: «Nunca acabas de conocer a alguien».

—¿Lo cree así?

—Sí, los secretos son inevitables en todas partes. En el fondo, la idea de la transparencia absoluta es fanática. Yo no sabría cómo ser completamente sincero conmigo mismo: no me conozco tanto.

—La idea de la sinceridad absoluta es fanática y, sobre todo, aburrida: mata el misterio.

—Muy aburrida. Como el sexo con alguien que conoces del todo: la muerte.

—Según avanza la novela la verdad, el pasado, va mutando.

—Eso ocurre también en nuestras propias vidas, no solo en la novela. Yo mismo me doy cuenta de cómo hace diez años, cuando escribí «La soledad de los números primos», tenía otro punto de vista sobre la adolescencia: ahora cuento mi adolescencia de otra forma, muy diferente a la de entonces. Esto es fascinante. Nosotros mismos cambiamos nuestro punto de vista sobre nuestra propia vida.

—«Conquistar el cielo» comienza en la adolescencia de los personajes, y todo lo que pasa a partir de ahí los marca de una forma u otra. ¿Diría que las cosas que se rompen en la adolescencia no vuelven a sanar del todo? ¿Nos determinan esas heridas?

—(Piensa durante unos segundos) No estoy seguro de que sean las heridas lo que permanece. La adolescencia es la primera fase de nuestra vida en la que intentamos definirnos, respecto a los demás o respecto a nosotros mismos. Y lo más interesante no es si nuestras heridas son de verdad o no, sino cuánto nos cuesta liberarnos de las convicciones de la adolescencia. Porque esa es una época de la vida muy intensa, en la que tenemos unas creencias muy fuertes de las que nos cuesta desprendernos de mayores. Hay muchos adultos que siguen de luto por la muerte de esas convicciones y por lo que pasó en su adolescencia, y es muy peligroso. Ese duelo está relacionado con la nostalgia.

—La nostalgia ahora es un negocio muy rentable. En la cartelera siempre hay un remake o una serie que nos lleva de vuelta a los ochenta…

—Y a los noventa… (Suspira y ríe).

—¿No se siente nostálgico?

—Puedo ser nostálgico, pero odio la nostalgia. Lo que me interesa es el presente, la contemporaneidad. Cada vez que se vuelve a hablar masivamente del pasado yo creo que tendríamos que preguntarnos si esto no es más bien un síntoma de crisis de una sociedad; un miedo, un malestar.

—Entonces, ¿no sabemos lidiar con el presente?

—Yo creo que nos fatiga la imaginación. Es curioso, porque por un lado tenemos la retromanía, pero por otro lado está el auge de la distopía. Es como si todavía no consiguiéramos imaginar de una forma realista y consecuente nuestro presente.

—Parece que no le gustan las redes sociales: está ausente.

—¡Ahora tengo Instagram! (Ríe) Pero no me gustan las redes sociales. Me generan tristeza. No sé muy bien por qué. Por lo poco que he experimentado con ellas, no me gusta nada la manera en la que me autorretrato: veo a una persona más sonriente, más simpática… No me gusta ser tan diferente de mí mismo. No me reconozco.

—Por cierto, ¿cómo acaba un físico teórico escribiendo novelas?

—Bueno, simplemente empieza.

—¿Y le influye esa formación a la hora de escribir?

—Creo que sí. De hecho esta novela está llena de detalles que vienen de la ciencia, como la enfermedad de los olivos, la fecundación in vitro, la agricultura sostenible… Para mí es algo natural: ver el presente a través de los avances científicos.

—Su debut literario, «La soledad de los números primos», fue un gran éxito: arrasó en ventas y, además, le hizo merecedor del premio Strega. Hay quien dice que puede ser una condena eso de llegar al éxito tan pronto...

—Yo no recuerdo nada de aquello. Han pasado muchos años. Podría parecer que lo lógico sería estar pensando constantemente en ese éxito, pero yo siempre estoy centrado en la próxima novela.

—En aquella obra, como en esta, la adolescencia era uno de los pilares narrativos. ¿Diría que es uno de sus grandes temas?

—Como decíamos, nunca dejas de conocer del todo a un personaje. Es uno de los motivos por los que me gusta empezar las historias con los personajes en su juventud: para poder ver cómo crecen. Además, en mi vida me cuesta mucho entender a las personas adultas, prefioro a los jóvenes. Porque los adultos ya están definidos.

—Pero usted es adulto.

—¿Y?

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