Moradiellos: «Hay muchas razones para que Franco no esté en el Valle de los Caídos»

Su nuevo libro, «Franco, anatomía de un dictador» presenta un análisis del dictador y su régimen sin demonizar

El historiador publica una biografía analítica sobre Franco EFE / Vídeo: El embrollo de Franco se le atasca al Gobierno
Jesús García Calero

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Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) escribió no hace tanto, en 2002, un libro sobre Franco subtitulado «Cónica de un caudillo casi olvidado» y ahora lo tenemos hasta en la sopa : el futuro de sus restos genera polémica, su tumba en el Valle de los Caídos se llena de curiosos, se le emplea como arma arrojadiza en el Parlamento con insistencia, incluso hay quien reivindica últimamente un Franco dibujado en dos brochazos. Al historiador todo eso le repugna: la simplificación, la manipulación, la hagiografía o la demonización . Ahora la editorial Turner edita el nuevo libro de Moradiellos «Franco, anatomía de un dictador» , que analiza al hombre, al político y su régimen, por partes. Un libro escrito originalmente para el lector inglés por invitación de Paul Preston, en el que ha reunido las investigaciones de los últimos quince años este catedrático de la Universidad de Extremadura, una de las máximas autoridades en el asunto . En España se agradece la síntesis.

A la vista de cómo está la polémica sobre Franco, a lo mejor ha llegado la hora de contárnoslo como si fuéramos ingleses.

Me interesaba poner sobre la mesa una visión de Franco no demonizada. Es absurdo decir que era tonto, que no tenía ideas políticas. Yo cada vez veo en él más ideas políticas, la tradición nacional católica, las ideas básicas del militarismo, el léxico de los oficiales de la Academia, las fórmulas como «el poder civil es subsidiario del militar». El primer artículo importante de Franco en la revista de tropas coloniales fue un estudio sobre el mando. Curiosamente así llamará él a la autoridad política.

Tiene su lógica.

Claro, Franco nunca hablaría de auctoritas ni potestas . El mando, mi capitanía son los términos de su cultura militar. No llega al ejercicio del poder político siendo un mero mandado. Como decía Azaña, «no es Napoleón, pero es de lo mejor que tenemos».

¿De dónde parte esa cultura?

En 1936 escribió un prólogo para un libro de geopolítica que denota su radicalización, está imbuido del catolicismo de tradición española desde San Isidoro. Hay una pequeña biblioteca en el cuartel genera. Consta que leía libros de doctrina política. Sabe quién era Carl Schmitt, que había escrito en 1921 «La dictadura», un estudio sobre las dictaduras constituyentes del siglo XIX y XX. No ha leído a Santo Tomás pero sí a Menéndez Pelayo en la versión del general Vigón en «Acción Española». Y lee el boletín de la entente anticomunista internacional.

Y aprovechó su momento.

Este tío fue el jefe del Estado que en menos de dos meses consigue el liderazgo de una junta de generales en la que en principio ni estaba. Su operación política buscando ayuda exterior fue fructífera, arriesgada, y hace que Hitler y Mussolini le reconozcan inmediatamente como líder.

¿En qué se traduce eso?

Los suministros se entregan a Franco, él los canaliza como considera a Mola y a los demás. Y le permiten realizar la «blitzkrieg» que le pone en Madrid en tres meses. Los mil quinientos kilómetros que le llevan a estar el 6 de noviembre en la Ciudad Universitaria. Desde que empieza el puente aéreo el 6 de agosto, 40.000 tropas en cuatro columnas llegan en octubre a Getafe.

¿Y en política cómo era?

Un posibilista. Se llevaba bien con todos. Tenía buena relación con los tradicionalistas, al revés que Víctor Pradera. Igual con la CEDA, a través de su cuñado Serrano Suñer y se había llevado bien con Gil Robles por ese posibilismo. Se acabó llevando bien con los falangistas, aunque al principio no con José Antonio, porque lo veía como un señorito que debía ponerse a la orden de los generales. Y con los monárquicos, aunque era monárquico, tenía inquina por el tratamiento que Alfonso XIII había dado a Primo de Rivera. Acusaba al Rey de haber abandonado el puesto cuando tenía medios para combatir.

¿Por qué nos hemos ahorrado toda esa complejidad? ¿Por qué se exagera incluso en textos de historiadores serios?

Es más fácil el maniqueísmo. Es muy duro aceptar que medio país era franquista. Que el franquismo es el resultado de una guerra, o la institucionalización de una victoria. Adquiere el título de caudillo, el poder, por salvar a un país, por conquista y por carisma. Para quien cree que los derechos humanos están ya con los neanderthales, penetrar en la complejidad de las cosas es difícil. Es como los que explican a Hitler por su capacidad de seducción demoniaca. Pero Hitler tuvo 12 millones de votos de varones mayores de 25 años. Y el partido tuvo 25 o 30 millones de afiliados, un alemán de cada dos.

¿Por qué ahora hay tanto antifranquista retrospectivo?

Porque es gratuito serlo. A las dictaduras se les opone muy poca gente en los inicios. Este ejercicio de antifranquismo que vivimos tiene como objeto tranquilizar la falsa conciencia y de paso ocultar otros problemas que sí que hay.

¿La falsa conciencia?

Yo pertenezco por generación al mundo socialdemócrata. A medida que disminuyen las expectativas de la izquierda comunista crece su obsesión por el pasado y la memoria. Porque no tiene futuro. La mística revolucionaria no moviliza ni es operativa y porque los regímenes comunistas que encumbró se han revelado como verdaderos horrores que desmintieron todo lo que venían a vender.

Pero aquí el sesgo de la memoria lo dan las víctimas.

¿Por qué es tan importante para ellos ahora destacar que tenían razón con aquellas víctimas inocentes? Para no ver que hubo otra parte donde eran culpables. ¿Y por qué en la guerra solo consideran víctimas a las de un lado? Porque no vamos a decir que nosotros matamos todo lo que pudimos cuando pudimos. Es una ceguera interesada. También hubo víctimas al otro lado. Qué decir del POUM respecto de los comunistas. Hubo matanzas.

¿Cree que el Valle de los Caídos se usa como manera de incomodar a la derecha?

Si utilizamos a Franco como elemento de controversia política, y con Franco va la guerra, no hay manera de hablar del franquismo. Aquí hubo una guerra civil, empezara como empezara es un conflicto de dos partes y un enorme reguero de sangre que no solo es en el frente sino por represión en la retaguardia: 55.000 mínimo en la zona republicana, hasta 90.000 en la franquista, o 40.000 más si sumamos la represión posterior. Hay más víctimas del franquismo, por supuesto, porque el que gana domina más territorio y está más tiempo.

¿Pero cuál es el uso político?

Utilizar a Franco y a los muertos como arma arrojadiza, para lanzársela al adversario, demonizarlo y deslegitimar su capacidad para gobernar es algo fácil de hacer pero que se vuelve en contra cuando hablamos de una guerra civil. Por qué el otro lado también tiene víctimas inocentes y permitió cosas que sin duda serían crímenes de guerra o de la humanidad. ¿O Paracuellos no lo fue? ¿O los tribunales populares eran mejor que los militares en cuanto a garantías para el acusado?

¿Y qué pasa si nadie pone un poco de calma?

Si esto sigue y se convierte en central va a fracturar la convivencia. No volveremos a una guerra porque no estamos en los años treinta, no pasa hambre la mitad del país ni tiene expectativas. Vivimos en un Estado del bienestar. Pero este fenómeno servirá para ocultar los verdaderos problemas.

¿Y qué hacemos con Franco?

Sea lo que sea hay que hacerlo transversalmente. Hay muchas razones para que no esté en el Valle de los Caídos, y menos en el trascoro. Para empezar porque no es un caído en la guerra. Pero si no se hace por consenso genera peleas absurdas. A Franco hay que desmitificarlo como sanguinario diabólico. Si el juicio es solo ese, no hay opción. A la historia no le interesa una perspectiva moral, sino de conocimiento y contexto. Parte del pueblo español y parte del catalán eran muy franquistas. En la guerra había que estar con unos o con otros. Y es curioso estudiar los alineamientos que hubo. Desde luego, la República era el régimen constitucional. ¿Que un golpe acabó con ella? No, fue una guerra, el golpe fracasó parcialmente.

Pero en julio de 1936 no se sabía todavía.

Cuando la guerra civil en EE.UU. el Estado de Carolina del Sur inició hostilidades contra el fuerte Sumter que se niega a arriar la bandera confederada. Antes de llamar al ejército, Lincoln pide a la Corte Suprema un dictamen sobre la violación de la Constitución justificaba la fuerza. Y la Corte dice: «Ninguna guerra civil se proclama como tal, resulta. La guerra empieza por un acto de insurrección de una parte contra el resto de la unidad. En el origen de la guerra hay una insurrección y por tanto, como es insurrección, el Gobierno de la Unión tiene el deber de aplastarlos».

Da la impresión de que nos falta perspectiva.

La guerra civil siempre empieza por una insurrección que dura en el tiempo. Y que tiene apoyos. Y menudos apoyos tenía en el caso de 1936. Es lo que no se quiere ver. El país estaba dividido por la mitad y dispuesto a ir a las armas. Aunque una fuera legítima, pero tener una buena causa no exime de la posibilidad de perpetrar crímenes contra la humanidad. Las violaciones de los rusos ocupando a Alemania. Tenían derecho a la guerra pero ejercieron el derecho con métodos que hoy llevaríamos a un tribunal. Las causas pueden ser sagradas, pero los ejércitos que combaten nunca son inocentes.

¿Qué consejo da un historiador a la derecha y la izquierda sobre cómo mirar el pasado?

El mismo a todos: las políticas de gestión de la memoria deben ser consensuadas. Consensuadas convenientemente en términos territoriales, generacionales, transpartidistas, porque los perjuicios que causa no hacerlo de esta manera son mucho mayores que los beneficios. Al menos para la estabilidad de la fibra moral que mantiene unida a una colectividad.

Pero para la izquierda este tema es de justicia

Pues que las virtudes de la justicia se moderen por la mayor de las virtudes, que es la prudencia. Y cuidado con volver a los muertos de cada uno porque todos tendrán algo que deplorar. No hubo solo víctimas inocentes y sádicos asesinos. También con gobierno constitucional y la república hubo asesinatos miserables y mezquinos que la legislación republicana no hubiera consentido en paz. Había llamadas a las armas por los dos lados. El caldo de la guerra civil no se cultiva por una sola parte. ¿Qué decían Largo Caballero y Durruti? No era una República irénica.

Para algunos sigue siendo un régimen paradisiaco.

Que no sometió a referéndum su Constitución, que se aprobó en el Parlamento. Y el sistema era demencial. El que ganaba por un voto se llevaba el 70%. Por 150 votos podía, como en Asturias, llevarse el 70% de los diputados.

¿Qué le parece la idea de una comisión de la verdad?

Ni puede haber una comisión de la verdad ni me van a limitar judicialmente mis investigaciones, pasados tantos años de los sucesos y teniendo detrás ese régimen un origen en la guerra fría. Porque obligaría a un estudio del periodo, de la gestación de la guerra en la República, de la propia guerra, y de la dictadura. No hay comisión histórica que pueda hacer algo sensato, útil e inatacable. Es de orden filosófico. Si nos cuesta Dios y ayuda estudiar la represión en Cáceres.

Está todo bastante estudiado.

Además, cómo va a haber una verdad histórica. Me pone los pelos de punta. ¿No se puede seguir estudiando ni impugnar esas decisiones, habrá un decreto de olvido? Si yo mismo veo de manera diferente la guerra o a Franco que hace veinte años. Y sé que dentro de otros veinte cambiaré mis apreciaciones porque las perspectivas de estudio habrán vuelto a cambiar. La dictadura de Franco es incomprensible sin otras dictaduras.

¿Y a los lectores qué les propone para que se acerquen al pasado?

Que se acepten la historia, que España procure mirar el pasado no como el juicio eterno de un Dios en el momento de la creación. Franco fue un dictador, sí, pero no todos sus enemigos son demócratas.

¿A qué se refiere?

El mayor enemigo de Franco fue ETA. Luego yo, como antifranquista ¿tendría que apoyar a los etarras? No señor. Es lo que Churchill llamaba la lógica bipolar de los totalitarismos. Aparte del enfrentamiento Hitler y Stalin la alternativa de la democracia representativa fue la que mantuvo la guerra cuando ambos se entendía muy bien. Cuando la URSS se convierte en aliado, Churchill dice: «Por el bien de la causa común no vamos a abrir ahora capítulos de agravios sobre el periodo previo». Porque había muchos. 

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