Michel Petitjean, el amante secreto de Frida Kahlo en París

Un libro revela que la artista mexicana vivió un romance con un joven francés durante los dos meses que pasó a principios de 1939 en la capital francesa, a la que viajó para inaugurar una exposición

El corazón», la obra que Frida Kahlo regaló a Michel Petitjean cuando se marchó de París y que se subastó en Christie’s en 1992 por 935.000 dólares ABC

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En enero de 1939, Frida Kahlo se embarcó rumbo a Francia desde Nueva York en el trasatlántico «SS-Paris». Su destino último era la Ciudad de la Luz, donde André Breton , con el que la artista había entablado relación durante la estancia de éste y su mujer, Jacqueline Lamba , en México el año anterior, planeaba montar una exposición en la que Frida brillaría con luz propia. Tras triunfar en Manhattan , la mexicana confiaba en aprovechar la muestra para conseguir el reconocimiento de los surrealistas , a los que no veía, del todo, con buenos ojos. El viaje era, además, una buena excusa para poner más distancia en su complicada relación con Diego Rivera , que seguía en su país natal, incapaz de asimilar, pese a su conocido adulterio , el breve romance que tuvo con Trotski .

La artista llegó a El Havre el 21 de enero, con diez horas de retraso y un humor de perros. En el puerto le esperaban Lamba y Dora Maar , pareja de Picasso . Las tres mujeres se dirigieron a París, donde Frida pasó dos meses de correrías artísticas y un romance con un joven llamado Michel Petitjean , del que sus biografías nunca dieron cuenta, porque ella misma se encargó de que nada se supiera de él. Hasta ahora. Marc, hijo del amante francés de la artista, acaba de publicar «El corazón. Frida Kahlo en París» (Circe), un libro en el que, tras una investigación de dos años, reconstruye la relación y aporta nuevos datos de la estancia de la artista en la cuna de los surrealistas .

Michel Petitjean, en 1937 ABC

Todo comenzó para Marc, fotógrafo y cineasta, cuando un periodista mexicano se puso en contacto con él para preguntarle por su padre, fallecido veinte años antes. Durante el encuentro que mantuvieron en París, el reportero le entregó un artículo en el que, tras haber consultado los archivos de Frida , narraba la relación sentimental de ambos. Marc se quedó de piedra. Sabía que se habían conocido. De hecho, la artista le regaló «El corazón» , un cuadro del que Michel no se separó hasta 1992, cuando, acechado por la muerte, decidió subastarlo en Christie’s , donde fue adjudicado por 935.000 dolares (desde entonces, está en manos privadas y nunca ha sido expuesto). Pero su padre nunca le contó nada de la historia que ocultaba el obsequio. Tras aquella revelación, basada, sobre todo, en las cartas que Michel envió a Frida y que ésta conservó en la Casa Azul , Marc rastreó aquel romance en los papeles de su padre.

Confesión

La única pista que allí encontró le llevó hasta Nancy Deffebach , una de las primeras historiadoras de arte que se interesó por la obra de Frida . En 1979, ésta le pidió a su amiga Ruth Thorne-Thomsen , que vivía temporalmente en París, que localizara a Michel para indagar en el origen de «El corazón», obra que había salido a la luz poco tiempo antes y que empezaba a acaparar el interés de expertos y museos de todo el mundo. Cuando Marc estaba a punto de tirar la toalla, dio con Deffebach, a la que envió un correo preguntándole por la entrevista . La respuesta no se hizo esperar. La historiadora no sólo recordaba aquel encuentro entre su amiga y Michel, sino que conservaba la grabación y se la envió transcrita. Y allí, en la voz enlatada de su padre, al principio tímido con su interlocutora, pero finalmente entregado al recuerdo vivaz, Marc encontró la confesión que buscaba: «Fue una gran pasión , una pasión que nació el día que cayó Barcelona». Partícipe, por fin, de aquel amor, Marc decidió escribir el libro, que mezcla realidad con lo que pudo haber sido y quizás fue.

Frida y Michel se conocieron, claro, en París . Cuando la mexicana llegó a la capital francesa, se alojó en casa de los Breton , a la espera de que la prometida exposición se hiciera realidad. Tras varios dimes y diretes, se decidió que la muestra, titulada «Mexique», se celebrara en la galería Renon et Colle . Y ahí fue donde sus destinos se cruzaron. En aquella época, Michel vivía con su amante, Marie-Laure de Noailles , heredera de una gran fortuna y mecenas de los surrealistas (financió «La edad de oro», de Buñuel ) y de Igor Stravinsky , y trabajaba para el coleccionista Charles Ratton , quien le encargó la coordinación de la exposición de Breton. El enfado de Frida fue de órdago cuando descubrió que sus obras estaban retenidas en la aduana por culpa de Breton. Según el testimonio de la artista, fue Duchamp quien rescató sus cuadros; hay quien sostiene, en cambio, que Michel pagó todos los costes. Fuera como fuese, el caso es que, finalmente, la muestra se inauguró el 9 de marzo de 1939.

Días felices

Pero Frida no aguantó en casa de los Breton más de diez días. Animada por su proximidad al Louvre , se instaló en el hotel Regina , escenario de sus encuentros con Michel. Que no compartieran lengua poco importaba. Entre ellos, sobraban las palabras. «Tuve una gran intimidad con ella –confiesa Michel en la grabación–, y nunca nos limitó ninguna cuestión lingüística. Era alguien que entendía lo que me disponía a decir antes de que lo hiciera».

Una infección renal obligó a la mexicana a ingresar en el Hospital Americano . Cuando salió, se instaló con Michel en casa de Mary Reynolds , pareja de Duchamp. Fueron los días más felices de aquel romance –incluso recorrieron juntos la campiña francesa–, pese a lo que trasladaba Frida a su entorno más cercano. En una carta a sus amigos Ella y Bertram Wolfe , escribe: «He sido buena: no he tenido aventuras ni amantes, y no me he ido de parranda (...), adoro a Diego más que a mi propia vida».

El 23 de marzo, tras el cierre de la muestra, los amantes supervisaron en la galería el embalaje de los cuadros. Ella le pidió que eligiera uno. Él titubeó al principio y eligió «El corazón». Al día siguiente, se despidieron en Saint-Lazare . «Fue una gran pasión, pero cómo se puede mantener algo así con simples cartitas; no tiene sentido», le dijo Michel a Ruth Thorne-Thomsen . No podía intuir que, muchos años después, su hijo, de algún modo, les haría justicia.

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