Mario Vargas Llosa: «España es un país moderno, dejó atrás la tribu y la caverna»

El Nobel de Literatura presentó este martes «Tiempos recios», su nueva novela, en la que retrata el golpe militar de Castillo Armas en Guatemala en 1954

Mario Vargas Llosa, durante la presentación en Madrid de su nueva novela Ernesto Agudo
Bruno Pardo Porto

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Pocos nombres hay en el mundillo literario capaces de despertar la atención mediática que acompaña a Mario Vargas Llosa allí a donde va. Como dicta la tradición, el Nobel se plantó en la Casa de América de Madrid –Anfiteatro Gabriela Mistral– para presentar su nueva novela, y allí estaban las cámaras y los focos y los flashes haciendo lo suyo: un ruido más bien ajeno a este tipo de saraos. «Ya quisiera Lou Reed», se bromeaba entre los asistentes... Mientras, el escritor-celebrity sonriendo, esperando pacientemente a tomar asiento para comenzar a hablar de su libro, que es lo que realmente le gusta y, por otra parte, lo que consigue rejuvenecer un rostro que cuenta ya 83 primaveras y forma parte de la Historia.

Dicen las buenas lenguas –como la de Pilar Reyes , su editora– que con « Tiempos recios » (Alfaguara) vuelve el mejor Vargas Llosa, ese que bucea en el pasado de su continente para convertir la desdicha en literatura de primer nivel. «Si la pregunta que animaba “ Conversación en La Catedral ”, otra de sus obras maestras, era “¿En qué momento se había jodido el Perú?”, la pregunta que inspira y asoma en el trasfondo de la nueva obra de Vargas Llosa es “¿En qué momento se jodió América Latina?”», planteó Reyes.

El fracaso de América Latina

El autor respondió a esa cuestión, pero enfundado en su traje de intelectual, del que tanto hace gala en los últimos años. «Un país, salvo casos muy excepcionales, no se jode en un día, es un largo proceso», sentenció. Y después se lanzó a resumir lo ocurrido al otro lado del charco, donde la independencia «se hizo mal» y derivó en regímenes sin libertad: «Los ejércitos libertadores nos liberan del coloniaje, pero luego se convierten en ejércitos de ocupación y establecen dictaduras militares de un confín a otro de América Latina. Y esto nos arruina, porque nos gastamos el dinero que no tenemos comprando armas para matarnos entre nosotros. ¿Y todo eso para qué? Para que unos dictadorzuelos, que fueron unos personajes lamentables, mínimos, mediocres, se quedaran 30 años saqueando los países. Esa es un poco la historia de América Latina (...) Nosotros fracasamos».

En este caso, Vargas Llosa se centra (que no se encierra) en esa Guatemala de los años cincuenta que vio cómo el sueño de la democracia se esfumaba por culpa del golpe de Estado de Carlos Castillo Armas , un movimiento apoyado por el dictador dominicano Rafael Trujillo (al que ya retrató en « La fiesta del Chivo ») y la mismísima CIA. Ya se sabe: era el tiempo de las conspiraciones y de la paranoia con el comunismo, que por eso Eisenhower decidió «cargarse» al presidente guatemalteco Jacobo Árbenz , víctima de una campaña de « fake news » que lo ligó injustamente al eje soviético...

Es aquí donde entra en juego la figura trágica que ha descubierto en «Tiempos recios». «En nombre de la democracia hay que reivindicar el Gobierno de Jacobo Árbenz. No era comunista, sino anticomunista. Las reformas que quiso llevar a cabo en Guatemala eran liberales, socialdemócratas», reivindicó.

Su caída es un episodio desconocido entre el gran público, sí, pero marcó a fuego la historia reciente, pues dio motivos a toda una generación de jóvenes latinoamericanos para descreer del poder estadounidense, de su democracia, y los llevó a abrazar el «paraíso comunista» o «la revolución a la manera de los cubanos». «Eso abrió un período terrible de matanzas espantosas, de terrorismo (...) Nos atrasó medio siglo más», lamentó.

La libertad de la literatura

De hecho, y dejándose llevar por la imaginación, aventuró que, de no haberse producido aquel golpe, Fidel Castro no se hubiese radicalizado y caído en el comunismo, y hoy tendríamos otro presente bien distinto. Aunque esas elucubraciones pertenecen más bien al terreno de la ficción, un espacio en el que Vargas Llosa miente, «pero con conocimiento de causa», que para eso se deja los codos investigando. «Cuando escribo una novela sé que soy un hombre libre», aseveró, tras la manida pregunta de cuánto había de realidad y de ficción en sus páginas. «Cuando yo quiero hacer una declaración política escribo un artículo o doy una conferencia o doy una entrevista», apuntilló, reformulando aquel mítico «he venido a hablar de mi libro» de Umbral.

La advertencia, sin embargo, no evitó que la actualidad saliera a relucir. Llegó, además, a través del esperadísimo juego de palabras: si los tiempos de la novela eran recios... ¿cómo son los de ahora? Y Vargas Llosa, que no es Umbral y disfruta demostrando sus buenos modales, respondió. «Son tiempos muy distintos. Hoy en día en América Latina no hay dictaduras militares de este tipo, como la de Trujillo o Castillo Armas. Tenemos dictaduras que son ideológicas, que es muy distinto: Cuba, Venezuela... Lo que tenemos son democracias muy imperfectas, porque son muy corruptas, porque hay mucho populismo, mucha demagogia». Aun así, esto supone un gran salto, pues la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos salen de elecciones más o menos limpias y sus ciudadanos tienen «muchísimas más oportunidades de salir adelante». Y sobre todo: ya son minoría los que confían en el comunismo para mejorar las condiciones de vida de un país. «Hoy solo unos grupos insignificantes creen que Venezuela o Corea del Norte son un modelo para salir del subdesarrollo. Hay que ser un fanático para creer eso. Para progresar, las democracias son el único camino posible», celebró, con un optimismo digno del celebrado bardo del progreso, Steven Pinker .

Vargas Llosa dedicó unos minutos a reflexionar sobre España, pero no perdió el tiempo analizando la última hora o las encuestas de cara a las nuevas (otra vez) elecciones, para disgusto de muchos. No. El literato demostró que llegada una edad, y alcanzado un estatus, uno puede regatear las preguntas con total naturalidad, sin que nadie se escandalice. «La situación política de España no me parece que sea un tema que debamos tocar», advirtió. Dicho esto, se explayó sobre la Transición . «Yo llegué aquí como estudiante, en el 58, y España era un país subdesarrollado. Era un país que se parecía muchísimo a América Latina, que vivía en una dictadura feroz, que vivía completamente aislado. (...)Esa España se ha transformado extraordinariamente gracias a la Transición, que admiró al mundo entero. ¡Cómo se pusieron de acuerdo los españoles de unos extremos a otros extremos para no seguir entrematándose y optar por la democracia! El progreso que trajo eso a España ha sido absolutamente extraordinario», afirmó. «Hoy en día España es un país moderno. Es un país que ha dejado atrás la tribu, la caverna. Ojalá América Latina hubiera avanzado tanto como ha avanzado España desde la Transición», zanjó.

Poco queda de aquel Vargas Llosa joven que pisó España por primera vez, salvo la manía de seguir escribiendo a mano y las inseguridades del novelista, que por lo visto duran toda la vida. «En la literatura, en las artes en general, la práctica no da seguridad. Al contrario, yo me siento más inseguro ahora que cuando escribí mis primeros cuentos», reflexionó. También tiene que ver, tal y como dejó entrever, la presión de no decepcionar a un público que ya se tiene, pero que hay que mantener. Es decir: lo difícil es cumplir con las expectativas, que él genera a raudales. Para muestra, los datos del «estreno» de «Tiempos recios»: se ha lanzado simultáneamente en 20 países y con una tirada inicial de 180.000 ejemplares. Casi nada. Las cifras de un Nobel de Literatura que, antes de despedirse, consciente del eco que tienen sus palabras y de que la verdadera literatura tiene que valerse por sí misma, imploró a sus lectores que se enfrenten a esta obra sin cargas ni titulares: «Por favor, no me crean. Lean el libro sin prejuicios y fórmense su propia opinión».

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