Así es el libro con el que Angela Merkel quiere superar sus temblores

Recuperamos la reseña que ABC publicó en 2010 de «La mujer temblorosa» (Anagrama), el ensayo de Siri Hustvedt que la canciller alemana leerá este verano

Angela Merkel EFE

Juan Malpartida

La identidad humana es un viejo tema, que nunca excluye la tensión entre cuerpo y alma. Para los budistas el yo es sólo un punto de apoyo que hay que disolver en lo incondicionado y el cuerpo es sólo un medio, una ascesis; para Platón, el cuerpo es una cárcel de la que está prisionera el alma. Aristóteles afirma que el cuerpo es acto y forma del alma. Era un buen biólogo, además. Finalmente, para el cristianismo el alma es inmortal en un cuerpo pasajero. La novelista y ensayista norteamericana Siri Hustvedt ha escrito un libro inteligente, culto y apasionante: «La mujer temblorosa».

¿Quién es esta mujer? El padre de la autora, a quien profesaba un gran afecto, falleció en 2003 y durante el funeral, mientras leía un texto evocando su figura, el cuerpo de Hustvedt, de cuello para abajo (y es bastante alta) comenzó a temblar violentamente, aunque su mente se mantenía clara y pudo terminar la lectura. Fue el comienzo de muchos otros temblores y de una exploración a través de médicos del alma y del cuerpo (a veces están relacionados), como paciente y como intelectual.

Interesada por la neurología, la psiquiatría y el psicoanálisis, además de por la filosofía, Hustvedt nos conduce a través de una amplia bibliografía y testimonios personales vinculados con la histeria o, como se denomina desde hace algún tiempo (1980), trastorno de conversión.

La autora analiza la bibliografía médica, desde los griegos a nuestro tiempo, a la vez que nos cuenta sus síntomas. Es decir, hace un relato de su padecimiento insertándolo en una búsqueda de sabiduría. Se trata de un recorrido a través de conversaciones con amigos y familiares, con médicos, con sus alumnos en el hospital donde da clases de creación literaria para enfermos.

Desde niña ha padecido migrañas y, por lo tanto, ha tenido una larga convivencia con el dolor, con lo invasivo. ¿Tiembla porque algo reprimido se reveló como síntoma somático el día del funeral? ¿O es una lesión de origen físico? «Vivir esa extraña dualidad en mi propia persona me ha dejado una fuerte sensación de la existencia de un “yo” y de un “otro” que escapa a mi control», afirma Hustvedt.

Otro escritor, el poeta Henri Michaux (que dejó la carrera de medicina) vivió esta escisión desde un intento imposible de soberanía de la mente. Nuestra autora sabe, como Antonio Damasio, que no hay forma de separar el cuerpo (y el dolor físico) de nuestra identidad; a su vez, la identidad supone una biografía, que no puede sostenerse ni darse sin el lenguaje. Hablar, escribir, no es sólo construir sino dotar de realidad a algo que no existe del todo antes de que lo digamos. Sí, hay algo de nominalismo en todo esto, y, si me apuran, hasta de física cuántica: el observador determina lo observado.

Pero no basta con decir que hay una relación indisoluble entre cuerpo y alma, porque hay que saber si nuestra identidad es una (acéptese la paradoja) o plural, si los síntomas –de la «histeria»– son sólo orgánicos o, como pensaba Freud, se originan en la mente. Cómo una imagen se hace cuerpo y viceversa. Es decir, que este libro es un ensayo y una narración sobre uno de los temas más actuales de la neurobiología y la psicología modernas: la relación entre cerebro y mente.

El genetista Francis Crick dijo, en «La búsqueda científica del alma», que todas nuestras emociones no son más que una amalgama de células nerviosas y de moléculas. Comparto con Hustvedt que dicho reduccionismo no explica ninguna emoción, como no explica una ecuación de onda la música de Bach. Para una mujer tan sensible y lúcida, el hecho de que su cuerpo vaya por su cuenta, como un trastorno que la divide, ha sido perturbador y un acicate más (decisivo) en su búsqueda de comprensión de sí misma y de los otros.

Su conclusión es que la manera de pensar es fundamental a la hora de vivir nuestros trastornos físicos, también los psicológicos, y que tanto la enfermedad como su diagnóstico se mueven siempre en la ambigüedad. Hustvedt habla de lo que siempre se nos escapa, de la memoria y la imaginación: «Yo soy la mujer temblorosa».

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