ARTURO PÉREZ-REVERTE«¿En qué se diferencia el falangista que mató a Lorca del miliciano que mató a Muñoz Seca? En nada»

El escritor y académico vuelve a la novela con «Falcó» (Alfaguara), una trepidante historia de espías en la Guerra Civil

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Un espía español en tiempos especialmente revueltos, los primeros meses de la Guerra Civil Española, recibe una orden del jefe de inteligencia del bando franquista: preparar una operación para rescatar a José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante. Su nombre es Falcó, Lorenzo Falcó, pero no toma martinis ni mezclados ni agitados, porque la vida que le ha dado el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) ya lo es bastante. Pasa a zona republicana, se mueve como pez en el agua entre quintacolumnistas, se juega la vida en cada esquina y se la juega en un duro cuerpo a cuerpo con cada mujer hermosa que se pone a tiro. Ha visto mucho, solo cree en sí mismo, pero ni así puede adelantarse a todos los golpes que lo acechan, todas las traiciones que lo rodean.

Pérez-Reverte regresa a la novela con «Falcó» (Alfaguara), una narración canónica del género que no quiere explicar, ni juzgar la guerra fratricida que estalló en 1936, una confrontación que en España nunca acabamos de sacudirnos del todo -tal vez en todos los sentidos-, pero que se convierte en el escenario perfecto para un hombre que, en palabras del autor, «es un aventurero, como los que yo he conocido. Es un tipo guapo, elegante, de buena familia, vividor, mujeriego, simpático, cruel, violento, resuelto… La adrenalina lo pone. Para él da igual el lado en el que estés, lo que importa es lo que haces en ese lugar».

La novela es trepidante, veloz, furtiva y seca. Y acabada de leer (sin adelantar sus muchas sorpresas) una cosa queda clara. Tenemos Falcó para rato.

-Me da la impresión que España no vive de otra cosa que de poner etiquetas.

-Lo necesitamos por esa visceralidad, esa infame deformación. Foxá, fascista, luego ya no lo leo. Cercas, rojo, tampoco. Pero es una línea divisoria falsa siempre. No es verdad. En la Guerra Civil tantas virtudes hubo en un bando como en otro, y tanto canalla hubo en un bando como en otro. Lo que pasa es que un bando ganó y duró más… Pero si pensamos en individuos, ¿en qué se diferencia el falangista que dio el paseo a Lorca del miliciano que mató a Muñoz Seca? ¿O el legionario que luchaba en el frente en una trinchera del miliciano que defendía la Ciudad Universitaria? Si miramos los tiros, en nada. Esa es la cuestión, pero en España decirlo es inaceptable.

-Son debates que vuelven, fronteras que se vuelven a poner de actualidad. Tal vez lo cultivan aún nuestros líderes. ¿Por qué?

-Porque se lo ponemos muy fácil. Cualquier persona con un poco de cultura sabe hacer el razonamiento que acabamos de hacer nosotros. Pero es un país gozosamente inculto y no quiere ni sabe salir de la etiqueta ni analizar de una manera superior los conflictos de nuestra vida y nuestra cultura. La incultura necesita etiquetas para identificar los objetos, para poder moverse por la vida. Ya no tiene disculpa que seamos así. El político, que es tan inculto como el que más utiliza esos elementos, a veces con mala intención.

-La novela de espías permite ver bastante bien el mapa con esa mirada...

-Claro, porque ves el lado más sucio y el que tiene más conexiones. Pero no pretendo contar la Guerra Civil, repito, solo pretendo contar la vida de un hombre, de Falcó, que se mueve en ese mundo. Y el espionaje ayuda.

-Como escenario narrativo la guerra aparece también menos maniquea…

-A medida que te acercas a la realidad se complejiza. Pasa en toda guerra civil, la de Nicaragua, la de El Salvador, la de Colombia, los Balcanes, Angola, Mozambique… yo he hecho siete guerras. Desde lejos o desde fuera todo es fácil: buenos y malos, los serbios malos y los croatas buenos, los sandinistas, los nacionales y los republicanos dependiendo del lado que estés… Aquí está claro, unos militares rebeldes y una república legítima. Pero cuando te acercas todo se diluye.

-¿Por qué?

-Porque ahí hay seres humanos, no ideas. Somo seres humanos complejos, ambiguos, llenos de zonas grises. Ahí entran factores como: ¿Puede ser valiente un falangista, un miliciano anarquista? ¿Puede ser cobarde un republicano, un legionario? ¿Es igual de idealista un joven de 18 años comunista… o un falangista? Solamente cuando has estado en la situación real lo captas. Y ahí es donde se mueve esta novela.

-A pie de guerra.

«No me han contado la Guerra Civil en dos tuits, me la han contado los testigos y yo he vivido siete guerras. Mi material es de primera»

-En esa realidad, no en las ideas que la inspiran. Es que a mí la Guerra Civil no me la han contado con dos tuits y cuatro lugares comunes de tercera mano en un mitin político. Me la han contado los testigos. Primero, yo he vivido siete guerras, que es algo. Pero es que nací en 1951, así que también me la han contado quienes la vivieron, de niño he visto edificios que aún tenían huellas de metralla. Mi padre la hace con los republicanos, siendo de buena familia; mi tío Lorenzo también, de la quinta del biberón, vuelve con 19 años, de sargento, herido en combate y habiendo peleado en los combates más duros. Mi suegro, que era de izquierdas, lucha con los nacionales y fue también herido. Eso es la guerra civil. Ibas a ver a la novia, te pillaba de viaje y caías en un bando o en otro. El drama es ese. Y luego está la época.

-La novela se entretiene en los detalles, la gestualidad, el lenguaje, los «complementos» que dibujan una época

-Yo he visto a mis padres, era un estilo, vestirse de una manera, cruzar las piernas, atarse la corbata, saludar como mi abuelo levantando el sombrero. Toda esa manera de entender la vida la he presenciado de niño, aparte de las lecturas. Yo leía a la luz de un quinqué en casa de mi abuelo. «Falcó» es una novela de primera mano.

-¿También se nota en la oscuridad, en todo lo que ocurre a oscuras en la novela, desde peleas a coitos?

-Claro. El ser humano actual está acostumbrado a dar al interruptor y que se encienda la luz. Pero eso no era así. En la guerra se vive en oscuridad y en oscuridad las relaciones humanas son diferentes. Hay matices, voces, gestos, situaciones y sensaciones que la oscuridad define. Quería rescatar esa oscuridad.

-¿También lo ha vivido en las guerras como reportero?

«En Eritrea, vi a los mismos que me salvaron la vida cuando estaba enfermo matar prisioneros y violar mujeres»

-Mira mi brazo izquierdo, tengo dos cicatrices en la muñeca que me hice en Mostar, durante un combate, corriendo de noche, con el cristal roto de una ventana. Sucedió a oscuras, me lo clavé, y notaba cómo corría la sangre y empapaba mi mano, una hemorragia que me taponó un soldado que estaba conmigo allí mismo. A él no lo vi, pero recuerdo su olor a sudor y grasa de armas, y su voz. El hombre evitó que me desangrara. Esa vivencia de guerra y oscuridad también es material de primera mano en esta novela.

-Esa mano empapada se la ha prestado a Falcó...

-Sin luz el hombre no se comporta igual.

-Por el sigilo

-Por muchas cosas. Una agudeza de otros sentidos que no se da con la luz. La luz también nos ha hecho peores en algunas cosas.

-¿Algo le ha resultado difícil en especial?

-No, como digo hay mucha experiencia directa en los hechos de la novela, incluso lo más duro, la tortura, muerte, violación, peligro, sangre, incertidumbre… recurro a mi propia memoria. Llevo ya treinta años escribiendo, se cumplen ahora, así que tengo además una cierta práctica. Digamos que me he manejado con soltura en este terreno.

-Hablemos de las mujeres del libro. Hay una visión objetual de muchas de ellas, encuentros sexuales meramente físicos, pero también es cierto que la camaradería se cruza con las lealtades a algunas de las mujeres protagonistas de una manera sorprendente.

«Falcó es un depredador de mujeres, un golfo, pero ante una mujere poderosa intelectual y físicamente entiende la igualdad»

-Falcó tiene la visión del momento en el que vive y porque es un depredador de mujeres, un golfo y un mujeriego. Pero es capaz también de apreciar otra cosa: la mujer poderosa, intelectual y físicamente poderosa. Hay un respeto entonces que se basa en la camaradería hacia la mujer que él entiende como igual, que pelea o dispara como tú. Esa mujer está en todas mis novelas, mucho más capaz para enfrentarse al dolor, a la tortura y al fracaso, con más coraje moral, más energía y resistencia que los hombres. Aquí hay dos de ellas. Cuando Falcó está ante ellas cambia su concepción, surge un respeto de camarada y una lealtad que va más allá del sexo e incluso del amor. Reconoce a una de los suyos

-¿Cambia las reglas?

-En el siguiente episodio se entenderá mejor.

-Los encuentros sexuales abundan y son de una urgencia casi de guerrilla.

-Son como tienen que ser entre el tipo de personajes que estamos hablando en esta novela. Y de la época. Esa alemana nos habla de la época, en la que, no se olvide, los totalitarismos tienen el prestigio, la palabra nazi lo tiene, como el fascismo. Nada es como ahora. Ni el sexo ni nada. No tiene sentido el feminismo como el que conocimos después o el que vemos ahora. Los nazis, por ejemplo, habían modernizado Alemania y no se sabía nada del Holocausto. La percepción de Falcó es la de 1936, que era muy distinta a la de 1946, cuando se destapó el tema de los campos de exterminio. Lo cuento todo desde esa mirada exactamente. Y lo mismo diríamos del comunismo, que compartía ese prestigio. Eran sistemas de referencia en su momento.

-¿Qué querría que vean los lectores en la novela?

«Al lector lo que le digo es: acompáñeme en una aventura por ese mundo»

-Es una novela de aventuras, quiero que vean al personaje. No es una novela tipo Dashiel Hammet, Raymond Chandler, etcétera. Es más en un tono Somerset Maugham o Eric Ambler. Ni siquiera podemos pensar en Le Carré o Fleming, que son posteriores. Refleja un mundo injusto que tenía que desaparecer, y que de hecho desapareció muy justamente. Pero para un narrador ese mundo de totalitarismos es fascinante. Entiéndalo: trenes, mujeres misteriosas, fronteras, pasaportes falsos, conspiradores, lugares oscuros, hoteles glamurosos, muerte, esperanza, convulsiones políticas. Mover al lector ahí es el objetivo. Le digo: acompáñeme en una aventura por ese mundo. Espero haberlo conseguido.

-Las ruinas de es mundo vuelven a humear, y regresan ideologías por toda Europa de ese porte...

-No creo que sea un resurgimiento. Creo que la tentación totalitaria está ahí en la historia de los hombres, desde los textos de Homero, Suetonio o Tito Livio. Cuando todo se va al carajo la gente acaba mirando al que tiene la fuerza, al que va a poner orden. Ahora no vuelve el fascismo o el comunismo, no se repite solo el nazismo, sino fuerzas que ya estaban en la antigua Roma. En realidad, en la literatura y en la historia, todo ha ocurrido ya. Si lees el teatro griego ya estaba todo contado. Periódicamente durante la historia -nos ocurre también con Shakespeare, Dante, Virgilio…- se recuperan los viejos temas de siempre y se ponen a funcionar otra vez. Y eso ocurre tanto en cuanto a la literatura como en tanto a la historia. Y pasará más veces, dentro de dos o tres generaciones surgirán espartacos, césares, hítleres y chúrchiles.

-Hay una frase de Escipión sobre la vida militar que se repite en la novela ¿no cree que hay que extenderla hoy a la vida civil?

«Escipión decía que en asuntos militares no tiene disculpa decir "no lo había pensado". Lo debemos aplicar a la vida»

-Esa frase no está ahí por casualidad. En la novela sale dos veces. La hice mía cuando la leí hace cuarenta y cinco años. Es de las que ha guiado mi vida como reportero y como novelista: «En asuntos militares no tiene disculpa decir no lo había pensado». Como habrá entendido, cuando digo asuntos militares me refiero a asuntos de vida. Lo debemos aplicar. En asuntos importantes de vida no tiene justificación ninguna decir que algo no lo habíamos pensado.

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