Dennis Lehane: «La fe en Dios no está en peligro, pero sí la creencia en los hechos»

El escritor de Boston, un esteta del thriller reconocido mundialmente por «Mystic River» o «Shutter Island», llega a España con «Después de la caída», su última novela, una historia de personajes que buscan y se buscan

Dennis Lehane Ines Baucells
Bruno Pardo Porto

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Dennis Lehane (Boston, 1965) es una de las plumas de oro de Hollywood, pues de sus novelas han salido películas de éxito como « Mystic River », « Adiós pequeña, adiós » o « Shutter Island ». Sin embargo, él dice que no se preocupa por la gran pantalla, que solo intenta hacer su trabajo: escribir bien. Y bien lo ha tenido que hacer para que la crítica literaria lo haya encumbrado como uno de los pocos estetas del thriller, tan preocupado por el ritmo de la intriga como por el de su prosa, que se corta con puntos que son hachazos, dejando frases lapidarias en la memoria del lector. Lo suyo es la música de cañerías, que diría Bukowski . Y lo de sus personajes son las heridas abiertas o las cicatrices, siempre tapadas con una coraza bien dura que solo se resquebraja con el paso de las páginas. De todo eso hace gala « Después de la caída » (Salamandra), su última novela, más azul que negra. Una historia de individuos que buscan y se buscan.

Es curioso: aunque hay crímenes, esta novela no va tanto de encontrar culpables como de descubrir identidades. Para empezar, la protagonista, Rachel, necesita saber quién es su padre...

La clave es que su madre se negó a revelarle la identidad de su padre. Esa es una herida muy profunda. Ella no puede comenzar a cerrar la herida si ni siquiera sabe quién es él.

Hace unas semanas, Chuck Palahniuk contaba a ABC que las grandes historias de nuestra cultura comienzan con una familia en la que uno o ambos padres están ausentes, como en este libro… ¿Cree que es una constante de la ficción?

No sé si es así. Puedo recordar varias grandes novelas estadounidenses que no están especialmente preocupadas por los padres ausentes. Y puedo pensar en varias que sí lo están. Todo lo que puedo decir es que siempre desconfío de los absolutos cuando se trata del arte. O cuando se trata de la mayoría de las cosas, en realidad. Pero sí sospecho que la mayoría de los escritores entienden el abandono, al menos a nivel emocional y psicológico.

¿Por qué lo sospecha?

A menudo te conviertes en escritor porque creces en un mundo de incomunicación, en el que hay un muro entre ti y la mayoría de las personas de tu alrededor. Y no sabes cómo escalarlo, así que creas ficciones en las que no hay muros. Rachel está, como muchos de mis personajes, en el lado equivocado del muro. Ella es una «outsider». Los «outsiders» son interesantes. No sabría qué decir sobre un «insider» porque nunca he visto uno. Lo que hace que la gente sea interesante son sus defectos y su dolor y sus deseos frustrados. Rachel tiene muchos de esos.

Rachel también se caracteriza por su empatía. Cuando cubre como periodista el terremoto de Haití de 2010 termina destrozada por eso. Kapuscinski decía que los cínicos no servían para este oficio, pero quizá el extremo contrario sea demasiado autodestructivo.

Por supuesto. Tiene que haber un equilibrio. El corazón de Rachel es demasiado grande como para aceptar lo que ha pasado en Haití, por lo tanto se rompe, y con él se rompe el resto de ella.

No es capaz de aceptar que la gente muera de forma aleatoria sin que ella pueda hacer nada. Y esto, el sinsentido de las cosas, que no exista un motivo que explique esos sucesos injustos, parece un tema recurrente en el libro.

El guion de una vida es bastante aleatorio y caótico. Muchas personas nacen en el lugar equivocado en el momento equivocado, son del género equivocado o el color incorrecto, o practican la religión equivocada en una cultura que impregna cada segundo de sus días. Y sus vidas pueden ser, como dijo Hobbes, desagradables, brutales y cortas. Me niego a pensar que los accidentes geográficos o genéticos formen parte del plan de algún ser divino para unos pocos elegidos. Los condicionantes de nacimiento son cosa de la suerte, nada más. Rachel es muy consciente de esto, por sus viajes y su empatía innata, y por eso trata de luchar contra ese determinismo.

Por cierto, ¿pensaba en el #MeToo cuando escribía a Rachel?

No. El #MeToo sucedió justo después de que el libro se publicase en Estados Unidos. No conozco a muchas mujeres débiles y dependientes. Seguramente no poblaron el vecindario en el que crecí, donde solían ser el doble de duras que los hombres. Rachel no es más o menos independiente que muchas de las otras mujeres de mi ficción.

Volvamos al periodismo. La novela subraya lo difícil que es combinar los buenos datos de audiencia con las historias que los reporteros quieren contar…

Queda mucho periodismo en el mundo, pero está cada vez más en peligro por la presunción de que tiene que ser «entretenido». Y el gran océano de desinformación que se propaga en Internet, sin contexto ni restricciones razonables, da bastante miedo. Había una frase que solía escuchar cuando era pequeño sobre la necesidad de la religión: «El peligro de que las personas no crean en Dios no es que no crean en nada, sino que crean en cualquier cosa». Bueno, la fe en Dios no está en peligro, por lo que puedo ver, pero la creencia en los hechos sí lo está, y nos ha llevado a ese escenario de pesadilla: la gente cree en cualquier cosa.

Hay un momento en que Rachel teme salir de casa debido a las críticas de la gente, porque ha cometido un error en la televisión que se ha vuelto viral. Usted también ha sufrido el linchamiento de las redes sociales por un discurso en Emerson College en el que se salió de lo políticamente correcto. Y pidió disculpas.

Lo que ocurrió en Emerson fue que, en el contexto de relatar un horrible incidente de racismo que presencié cuando tenía 9 años, dije una palabra extremadamente ofensiva [«niggers»]. La clave, en mi opinión, fue el contexto. Me disculpé públicamente por la posibilidad de haber ofendido a una persona de color que creía que no tenía la posición para usar esa palabra en un espacio tan público. Y reitero esa disculpa. Pero cualquier persona que no sea de color, que se ofendió en las redes sociales con el pretexto de los «espacios seguros» o lo que sea, defendió la censura como lo haría cualquier «Trumper».

¿Por qué?

Porque al descontextualizar la razón por la que dije lo que dije se abre un camino por el que cualquiera que crea en la libertad de expresión, el discurso civil y, sí, el fin del racismo, haría bien en temer. La reducción al absurdo de todo este argumento que se usó es que ninguna persona blanca en ningún contexto, ningún actor en una película, ningún lector que lea en voz alta un libro, puede pronunciar esa palabra. Así que desearía haber sido más claro. No me estaba disculpando con un estudiante universitario blanco privilegiado y mimado que buscaba mantener sus oídos tiernos a salvo de escuchar verdades feas sobre la ciudad en la que crecí durante uno de sus períodos más feos.

Pero vivimos tiempos difíciles para el contexto, que no es tan inmediato como un tuit

Cuando eliminas el contexto de cualquier tema espinoso, inmediatamente infantilizas todo el discurso. Y los efectos del discurso de infantilización son los que nos han llevado, entre otras cosas, al lugar donde nos encontramos en este momento en Estados Unidos.

Cambiando de tema… Algunos de sus libros, como «Shutter Island» o «Mystic River», se han convertido en películas de éxito. ¿Cree que hay algo «cinematográfico» en su escritura?

No, no lo creo. Si hago mi trabajo correctamente, mi prosa es vívida y rica en detalles. Eso es lo que es la buena escritura, y es anterior al cine por varios siglos.

De hecho, Scorsese dice que las series se parecen más a las novelas que el cine.

Es así al cien por cien. Las películas se parecen más a los relatos. Ese despliegue narrativo que podemos ver en 10 episodios de, digamos, «Breaking Bad», es novelístico.

Usted también es profesor de escritura... ¿Qué le recomienda a sus alumnos?

Leer, leer y leer. También, que mantengan abierta su mente para poder percibir todo aquello que muestra lo que el arte puede hacer, no importa la forma en la que llegue.

¿Y qué lee usted? ¿Qué escritores le han marcado?

Richard Price, Graham Greene, Elmore Leonard, Raymond Carver y Flannery O’Connor.

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