Una conversación infinita con David Foster Wallace

Un libro, hasta ahora inédito en español, recoge el encuentro de cinco días que el escritor mantuvo con un periodista de «Rolling Stone» en 1996, como cierre de una gira promocional

Madrid Actualizado: Guardar
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En marzo de 1996, David Foster Wallace (1962-2008) se encontraba inmerso en la gira promocional de su segunda novela, «La broma infinita». La obra había sido recibida con muy buenas críticas (salvo en «The New York Times») y él estaba en la cima de la fama. Llegar hasta allí no había sido fácil, y Foster Wallace disfrutaba del momento… a su manera. Esa manera tímida e introvertida, casi intimidatoria, capaz de atraer las miradas de toda la intelectualidad neoyorquina cada vez que visitaba Manhattan desde la lejana ciudad de Bloomington (Illinois), donde vivía entonces. No se sentía cómodo en aquellos saraos literarios, ni con las entrevistas, pero consciente del esfuerzo que Little Brown, la editorial que había publicado «La broma infinita», había hecho, se dejaba llevar (que no hacer).

De ahí que aceptara la singular propuesta de la revista «Rolling Stone»: el reportero David Lipsky (Nueva York, 1965), joven y en lo más alto de la pomada, como Foster Wallace, viajaría con él durante cinco días, en el tramo final del mencionado tour.

El encuentro se materializó. A finales de marzo, Foster Wallace y Lipsky viajaron juntos por varios estados, perdieron algún que otro avión por las inclemencias del tiempo, condujeron por carreteras heladas, sacaron a pasear a los dos perros del escritor, comieron en McDonald's, acudieron a entrevistas... y no pararon de hablar. Pero el artículo resultante no llegó a publicarse, por decisión del jefe de Lipsky en «Rolling Stone». El periodista dejó las numerosas cintas olvidadas y no volvió a ver a Foster Wallace en persona.

Su experiencia con él se convirtió en un recuerdo casi alucinatorio, de esos que tienes que esforzarte en revivir cada cierto tiempo para convencerte de que, efectivamente, fue real. Hasta que el escritor falleció. Entonces, Lipsky decidió que debía compartir aquel encuentro, que la voz de Foster Wallace no podía quedar silenciada en aquellas cintas sin transcribir. El resultado es un libro emocionante y que emociona: «Aunque por supuesto terminas siendo tú mismo» (Pálido Fuego), hasta ahora inédito en España.

En él, la personalidad del escritor se va abriendo, poco a poco, a medida que van pasando las páginas. Reacio y a la defensiva al comienzo, Foster Wallace va perdiendo el miedo escénico, provocado por una tremenda autoexigencia, y, relajado, comienza a hablar. De todo. De la industria editorial, la literatura, la escritura y los autores, por supuesto; pero también de televisión, internet, cine, deporte… Y de él mismo, como nunca antes lo había hecho: del consumo de drogas, de su intento de suicidio, de la relación con sus padres y con las mujeres… Foster Wallace, sincerándose en la fortaleza de su soledad.

«Fueron los cinco días más despiertos que he pasado con alguien», confiesa David Lipsky, en conversación vía e-mail con este periódico. «Una vez que intuyes lo que la otra persona dirá o cómo reaccionará, te relajas un poco. Pero con David no puedes predecir, y es lo que hace que su escritura sea tan buena. Así que tenías que estar despierto, y eso fue emocionante. Era simplemente eléctrico. Muy, muy, divertido y luego, de repente, muy agudo».

Carisma y tristeza

Como advierte el periodista y escritor, Foster Wallace ya sabía, entonces, hacia dónde iría la cultura, inmersa en el nuevo universo de las redes sociales. «¿Esa idea de que internet será algo realmente democrático? O sea, quien haya pasado algún tiempo navegando por la Red sabe que eso no va a pasar, porque la Red es absolutamente abrumadora», profetiza, en una de las conversaciones recogidas en el libro. «Era grande y guapo, muy carismático. Odiaba la forma en la que los escritores trataban de ganar puntos fingiendo ser frágiles y vulnerables. Tenía un toque de tristeza, y era muy duro consigo mismo, con una honestidad absoluta», recuerda Lipsky.

Esa honestidad resulta dolorosa cuando confiesa que su intención era «hacer esto durante cuarenta años más». «Tengo que encontrar algún modo de disfrutarlo que no implique ser devorado por el oficio, y así ser capaz de hacer otras cosas. Porque con 34 años, estar a solas en una habitación con un pedazo de papel es lo que para mí es lo real», le dice al periodista, mirando con intención la grabadora.

«Su vida era más difícil de lo que yo imaginaba. Su impacto fue similar al de Roberto Bolaño, una nueva manera de escribir. Así que parecía que estaba en el momento adecuado, que había tenido una vida fácil», evoca el periodista. Pero no fue así. Las charlas más intensas las protagonizaron las drogas y su intento de suicidio, por el que estuvo hospitalizado una semana. «No me importa que se sepa que estuve en vigilancia por riesgo de suicidio. Lo que no quiero es que esto se convierta en un rollo romántico, sensacionalista, de artista atormentado», le advierte a Lipsky.

Drogas e infelicidad

Poco después, cuando el reportero, tras recibir una llamada de Nueva York, trata de presionarle para que confiese su supuesta adicción a la cocaína, Foster Wallace se sincera:«Cada vez era más infeliz. Cuanto más infeliz era, más cuenta me daba de estar bebiendo mucho más. Y en la bebida no había ningún placer. Era un analgésico. Tan sólo quería estar amuermado y embrutecido a todas horas. Pero los motivos de esa infelicidad no tenían demasiado que ver con las drogas ni el alcohol».

Pero Lipsky también se llevó sorpresas. Más allá de descubrir que Foster Wallace leyó cinco veces «El señor de los anillos» siendo adolescente y que a los nueve años empezó una novela sobre la Segunda Guerra Mundial, el periodista destaca que, pese a ser una persona «segura socialmente, magnética», vivía solo con dos perros y de «la manera más descuidada». «Podía hablar a través de la prosa de sus libros, pero eso no le daba confianza. No era mejor que nadie construyendo una relación amorosa. Y entendió hacía dónde nos dirigíamos, y lo que significaba estar vivo», sentencia.

Consciente de que «el temor es la condición básica» del ser humano, lo que más le aterraba a Foster Wallace era que llegara ese momento en el que «empiezas a darte cuenta de que nada es suficiente». Ese momento llegó, el 12 de septiembre de 2008, cuando se ahorcó en su casa de Claremont (California). Ningún placer fue suficiente, ningún logro. Pese a todo lo conseguido. Y lo que le quedaba por conseguir.

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