El escritor Henning Mankell
El escritor Henning Mankell - afp

Muere Henning Mankell, la voz de la conciencia del thriller nórdico

El escritor sueco, creador de Kurt Wallander, ha fallecido tras dos años de dura lucha contra el cáncer

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Fue en 2007, al poco de recoger en Barcelona el Premio Pepe Carvalho, cuando Henning Mankell (Estocolmo, 1948) pronunció una de esas frases que debería tatuarse en el brazo cualquiera que aspire a arrimarse al thriller con veleidades creativas. «La gente que lee novela negra está leyendo sobre sí misma, aunque luego no salga a la calle a matar. Mentalmente, vivimos cerca del crimen», sentenció. Él mismo pasó más de dos décadas conviviendo mentalmente con el crimen, dándole forma y combatiéndolo mientras manejaba los hilos de su adorado y maltrecho Kurt Wallander. Mentalmente, Henning Mankell vivió por y para el crimen. Físicamente, sin embargo, el sueco tuvo que hacer frente a algo mucho peor: la muerte.

Una muerte que se le presentó sin avisar en 2013 en forma de cáncer de pulmón con metástasis en la nuca y que se lo ha llevado definitivamente a los dominios de Per Wahlöö y Stieg Larsson.

Mankell, de 67 años, tenía una habilidad especial para iluminar los rincones menos apetecibles del suspuesto paraíso sueco, pero también para revestir de trascendencia cualquier palabra que escribiese –que tu suegro haya sido Ingmar Bergman debe imprimir carácter–. Quizá por eso no quiso irse sin dar testimonio de su enfermedad en el estremecedor «Arenas movedizas» (Tusquets), relato de una lucha a brazo partido con el cáncer en el que avanzaba cuál le gustaría que fuese su epitafio. «He oído cantar al mirlo, luego he vivido», escribió. Un resumen harto modesto para alguien que revitalizó la novela negra escandinava antes incluso de que el género se instalase en un plácido y confortable boom y que, hilando aún más fino, actualizó la visión crítica e incómoda de Maj Sjöwall y Per Walhöö sin renunciar a retorcer los engranajes del suspense.

«Un libro no puede cambiar el mundo, pero el mundo no se puede cambiar sin cultura», le gustaba decir a Mankell. Sus libros, sin embargo, sí que cambiaron la percepción que los lectores tenían del suspense nórdico y abrieron la puerta a buena parte de lo que vendría a continuación. Larsson, Nesbo e Indridasson incluidos. No era solo una cuestión de ventas -que también: su editorial en España, Tusquets, señalaba ayer que cerca de cuarenta millones de ejemplares de sus libros se han vendido en más de cuarenta idiomas- sino de habilidad para utilizar la novela negra como tapiz sobre el que injertar problemáticas sociales y políticas.

Fue así como nació a principios de los noventa Kurt Wallander, inspector de policía que conectaba directamente con los clásicos del género (a saber: bebedor, malcarado y un completo desastre para cualquier cosa que no fuese la investigación) pero al que Mankell regaló atributos propios: el amor por la ópera, una relación casi compulsiva con el trabajo y un escenario tan bucólico como inquietante, el municipio de Ystad, cerca de Malmö.

Más allá del thriller

Juntos, Mankell y Wallander firmaron una de las sagas más completas y exitosas de la criminología literaria -mención especial para títulos como «La quinta mujer» o «Asesinos sin rostro»- y, después de once entregas e innumerables ejemplares vendidos, el escritor sueco decidió que la mejor manera de acabar con Wallander era sumergirlo en las brumas del Alzheimer.

Por el camino quedaba la adaptación televisiva que de la serie hizo Kenneth Brannagh, así como otra novela, «Antes de que hiele», protagonizada por la hija de Wallander, y una veintena de títulos más con los que desbordó los límites del policial para adentrarse en la dramaturgia, los relatos infantiles y juveniles y las novelas de carácter más social.

Su compromiso fue más allá de la biblioteca y, además de publicar ensayos sobre el impacto del sida en África –«Moriré, pero mi memoria sobrevivirá»–, el sueco dividía los años entre su casa de Goteborg y ese teatro de Maputo (Mozambique) del que se hizo cargo en 1986 y que sacó adelante contra viento y marea. Debió ser más o menos por aquel entonces cuando Mankell, marino mercante y fabricante de instrumentos musicales antes que escritor, empezó a ver en la literatura una palanca de cambio y, como dijo en alguna ocasión, «un arma que debe tener un impacto sobre este mundo tan terrible en el que vivimos».

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