Vladimir Nabokov, autor de «Opiniones contundentes»
Vladimir Nabokov, autor de «Opiniones contundentes»
LIBROS

Vladimir (Nabokov), o el ardiente

Fechados entre 1962 y 1972 los textos de «Opiniones contundentes» repasan, con lengua o pluma viperina, la literatura de todos los tiempos

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Este es el libro de un individuo insoportable, megalómano, mesiánico, infantil, maleducado, dado a los más exasperantes berrinches, contradictorio, soberbio, pedante y adicto a la «boutade». Y también es el libro de un genio indiscutible y uno de los cuatro grandes inventores de la literatura del siglo XX junto a Proust, Joyce y Kafka. Además, es la manera que tuvo su autor de salir del paso de un bestial contrato con la editorial que alguna vez había llenado sus arcas cortesía de una novela escandalosa con diminutivo nombre de niña-nínfula. El autor de estas páginas, Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899- Montreux, 1977), es el primero en admitir y advertir lo de más arriba ya en la introducción: «Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño».

Todo esto y mucho más gruñe y ruge y se regocija en «Opiniones contundentes».

Reunión de textos fechados entre 1962 y 1972, comprende entrevistas cuidadosamente retocadas y reescritas «a posteriori», cartas casi siempre airadas y destructivas, artículos sueltos donde se toma revancha y, de tanto en tanto, se hace una sutil reverencia. Lo cierto es que estas «»Opiniones contundentes es, más que un libro de Nabokov, un libro nabokoviano o «nabokovizado». Y no es un mal libro, pero sí es un libro muy maligno. «Opiniones contundentes» es indispensable para cualquier «nabokovita» o degustador de prosa sublime y vertiginosa inteligencia por las numerosas parrafadas que dedica a su percepción de la muy sobrevalorada realidad como materia literaria, su condena a toda integración o pertenencia a camada o estética colectiva, o sus apuntes para una teoría práctica de la inspiración.

Este libro fue publicado en 1973, pero hasta ahora, aquí, no se conseguía la versión completa

Aquellos que sólo busquen diversión de la buena y malicia generosa no podrán dejar de sonreír a carcajadas con las abundantes (in)consideraciones hacia colegas a los que Nabokov despacha con la extática furia del mejor «stand-up comedian» a las tres de la mañana. Así, dardos y puñaladas y decapitaciones a los para él detestables o sobrevalorados Camus, D. H. Lawrence, Platón, Mann, Gogol, Thomas Wolfe, Faulkner, Conrad, Hemingway, Dostoievski, Maupassant, Maugham, Beckett, Pasternak, Auden, Balzac, Marx, Brecht, Cervantes, Eliot, Pound, Gorki, Pirandello, Lorca, Henry James y -por encima de todo y de todos- el «curandero vienés» Freud.

Defectillo subsanable

Se salvan y hasta se les agradecen los servicios prestados a Jane Austen, John Barth, Beckett (sus novelas, no las «pésimas obras de teatro»), Andrei Biely, Borges, Pushkin, Lewis Carrol, Chejov («no puedo racionalizar el por qué me gusta»), Cheever, Sterne, Chesterton, Poe, Conan Doyle, Flaubert, Kipling, Wells («pero sólo durante la niñez»), Emerson, Queneau, Salinger, Hawthorne, Joyce, Robe-Grillet, Melville, Proust, Delmore Schwartz, Sterne, Updike y, en lo más alto -con defectillo subsanable- Tolstoi y Shakespeare.

Aquellos a los que les faltaba este cromo para completar su álbum saldrán satisfechos y saciados y con ganas incontenibles de regresar a la práctica luego de tanta teoría (mi recomendación: el breve pero inmenso y definitivo y tardío y magistral «Cosas transparentes»). Los recién llegados harán bien en no demorar más en subirse al auto junto a «Lolita»: esa incontestable Gran Novela Americana, seducida con un idioma inglés revolucionado e insuperable por el más ilimitado y sin fronteras de los rusos, y escrita -como dice aquí un contundente opinador- porque «fue interesante hacerlo».

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