Vista de la monumental pieza de la muestra en el patio del Palazzo Grassi
Vista de la monumental pieza de la muestra en el patio del Palazzo Grassi - EFE
EXPOSICIÓN

Un tesoro en Venecia con la firma de Damien Hirst

Un reclamo de la Bienal de Venecia: la rocambolesca leyenda que Hirst ha generado con los restos de la Historia

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Damien Hirst fue uno de los artistas más cotizado y ricos del mundo. Miembro del Young British Artist, se ha hecho célebre gracias a su sentido de la provocación. Punkie de joven, pagó sus estudios atracando almacenes y trabajando en una morgue. De este trabajo le vino quizá la afición a la muerte, tema recurrente en su obra desde que presentó A Thousand Years, una caja de cristal con moscas y gusanos cebándose con la cabeza de una vaca. El comprador de esta pieza, Charles Saatchi, catapultó a su autor a la fama. Eran los noventa. Década y media después, convertido el artista en la estrella de la Cool Britannia, la movida londinense, las relaciones entre ambos se rompieron. Que entonces Hirst comenzara a planificar la exposición que ahora exhibe en Venecia hace sospechar que se haya inspirado en él para la figura del protagonista: Cif Amotan II, esclavo liberto de Antioquía dueño del cargamento que transportaba El Increíble cuando se hundió en la costa este de África a inicios de la era cristiana.

Acatar las reglas

El hallazgo de este barco lleno de obras artísticas destinadas a un templo situado fuera de las fronteras de Occidente es el pretexto que unifica a las cerca de 200 piezas exhibidas en Punta della Dogana y el Palazzo Grassi de Venecia. Naturalmente, se trata de un montaje, un juego del que sólo se puede disfrutar acatando sus reglas. El espectador incrédulo -y es difícil no serlo cuando entre los tesoros del naufragio tropezamos con una diosa egipcia con la cara de Kate Moss, la estatua de una amazona que lleva tatuada en la pierna una pistola o un bronce del ratón Mickey titulado El coleccionista con un amigo-, encontrará «pruebas» que le ayudarán a mantenerse en la ficción: desde la maqueta de la nave, exhibida junto a una nota sobre Lucius Longinus, marinero que anunció el naufragio, hasta las imágenes submarinas en vídeo de las labores de los buzos del Resurrección, el buque descubridor.

¿Qué se propone Hirst? No es fácil saberlo. Empezando por el titulo de la cita, todo resulta ambiguo. ¿Tesoros del naufragio del Increíble, nombre del barco, o Tesoros del naufragio de lo Increíble, en alusión a las tradiciones presupuestas en las piezas rescatadas, es decir, todas las de Occidente? Además, y teniendo en cuenta lo poco que se esfuerza Hirst por parecer verosímil, ¿no será el hundimiento de lo increíble un modo de subrayar el triunfo de la credulidad, eso que hace que mentiras colosales pasen hoy por verdades indisputables? No es casual que en la entrada a la Punta della Dogana encontremos esta azorante inscripción. «Somewhere between lies and truth lies the truth» (una frase que puede leerse en español de dos formas: «En algún lugar entre las mentiras y la verdad reside la verdad» o «En algún lugar entre la mentiras y la verdad miente la verdad»). Las dudas embargan al espectador, aunque queda claro que está a punto de acceder a un ámbito donde ni rige la lógica, ni tiene sentido oponer lo verdadero a lo falso, el original a la copia, la ficción a la realidad. Es el contexto -palabra de moda- de la post-verdad.

El arte como sismógrafo

Moverse en este terreno tan propicio para la charlatanería y la demagogia es difícil, pero es lo que desea Hirst, y no como el showman que siempre ha sido, sino como un artista maduro consciente de que el arte es un sismógrafo espiritual. La amalgama delirante de cosas procedentes de diversas culturas reunidas en un barco hundido que pretendía llevar todo ello fuera del mundo donde fueron creadas puede ser interpretado como una crítica a la globalización, o, dado el carácter monstruoso de lo descubierto, de la denigrante visión del pretérito que tiene la post-truth society, e incluso, a otro nivel, del sempiterno coleccionismo. Las referencias a los mitos, a la cultura pop, a Disney, a los transformers, los videojuegos o la pornografía sugieren que el naufragio sea de la civilización, de un sentido de lo increíble (y del arte, pues) al que ya somos ajenos. Y es que cuando se pierde de vista lo real, aquello respecto de lo cual cabe hablar de verdad y mentira, también pierde sentido el arte.

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