CINE

Tarantino amaga con la retirada

Repasamos las nueve piezas barrocas que ha firmado el polémico y carismático director de cine norteamericano

El director gesticula durante la «premiere» italiana de «Érase una vez en... Hollywood» AFP

Víctor Arribas

Quentin Jerome Tarantino , el chico del videoclub, ha vuelto a hacerlo. Ha llevado a su terreno una historia del Hollywood trasnochado y decadente, el que seguramente a él le ha cautivado desde que es cinéfago compulsivo. La suya es la historia de un ascenso a los infiernos del cielo, que también los tiene, de la subida de una escalera de la fama cuyos dos primeros peldaños le fueron casi regalados en una época en que el cine norteamericano necesitaba la gloria de un nuevo Orson Welles al que reconocerle su ópera prima sin pasar a analizar demasiado su verdadero calado artístico. Era nueva, sonaba a rompedora, le partía las piernas a los convencionalismos del género negro como ya hizo su modelo Stanley Kubrick, y con eso fue suficiente.

«Pulp Fiction»

Luego, con los años y las décadas, a Tarantino le ha costado más convencer a todos durante todo el tiempo, y ha caído en los lógicos altibajos de una filmografía que, aunque corta, ha suscitado más ríos de tinta que otras mucho más importantes. Resulta imposible definir a qué género pertenecen las películas de Tarantino: si a un personal neonoir , al thriller , al policíaco... Se ha llegado a hablar del «toque Tarantino», esa mezcla de pornografía de la violencia y la crueldad mostrada en la pantalla durante las nueve películas que hasta ahora ha realizado, con toques de humor negro y diálogos posmodernos, la deconstrucción del relato, una ristra de citas cinéfilas de la más abyecta casquería audiovisual de los 60 y los 70 , y una habitual ausencia de estudio psicológico de los personajes y de por qué han llegado a cometer los actos que cometen.

Lo que se echa de menos en Tarantino es la búsqueda del origen de esa violencia que late en América en cada momento de su historia que él ha retratado, del invierno inhumano de Wyoming tras la Guerra de Secesión de Los odiosos ocho al asesinato múltiple de Charles Manson en la casa de Roman Polanski en la cálida California de la época hippie. Lo que sí han logrado Scorsese , Eastwood o más recientemente David Mackenzie en Comanchería . Aunque la violencia de sus películas no siempre es explícita en su cine de reciclaje.

«Jackie Brown»

De mejor a peor, la referencia a las obras tarantinianas debe comenzar en Jackie Brown , la respuesta que el director de Knoxville (Texas) dio a sus críticos por la hemorragia de violencia barroca de Reservoir Dogs y Pulp Fiction . Y la menos misógina: una mujer madura empoderada les prepara a los hombres que la rodean un plan perfecto en medio de un ambiente gangsteril y toxicómano. Narración lineal clásica que, como es inevitable en Tarantino, se rompe en varios momentos como en la escena clave de la entrega del dinero, que es diseccionada desde tres puntos de vista diferentes de los personajes, como en la Lolita de Kubrick . Es la menos Tarantino de todas desde el punto de vista de la ultra violencia casi ausente en todo el metraje. Es la más comedida. Los asesinatos más cruentos son situados fuera de campo, en el maletero de un coche es tiroteado Beaumont Livingstone por Ordell y la cámara está a doscientos metros de distancia; en el parking de un centro comercial mata a tiros Louis Gara ( Robert de Niro ) a Melanie-Bridget Fonda, y sólo vemos su rostro salpicado de sangre.

Como parte de un programa doble Grindhouse , un homenaje al slasher que «Q» ideó junto a su socio Robert Rodríguez , Death Proof es tan honesta en sus planteamientos que resulta sorprendente en un cineasta como éste. El celuloide es pisoteado para que parezca más viejo, como un Kurt Russell que será machacado por las jóvenes Rosario Dawson y las demás, un delirio pro feminista en el que el macho es denostado. Los trailers de la sesión doble, firmados por cachorros del cine de Tarantino como Eli Roth, Rob Zombie o Edgar Wright, se suman a una estimable función con el sello de su autor.

«Érase una vez en...Hollywood»

Juegos cinéfilos

Érase una vez en... Hollywood , su último artefacto, debe ser releída por los más aficionados para captar todas sus aristas de homenajes y referencias. Difícilmente comprenderá el espectador convencional la mayoría de sus juegos cinéfilos, pero es la película más confortable que ha hecho, en la que se encontrará más a gusto cuando se retire porque refleja lo que él quisiera que fuera ese Tinseltown de neones y personalidades esquizofrénicas.

Pulp Fiction y Reservoir Dogs van en un paquete de culto iniciático, que demuestra por qué Tarantino debería ir un día más a la semana al psiquiatra, en acertada consideración de Oti Rodríguez Marchante . Su debut fue un deslumbramiento general, un puzle como el de Atraco perfecto en el que el nudo de la acción, el robo, nunca se muestra a los espectadores, como ocurre con el enemigo en La patrulla perdida de John Ford . Una paranoia orgiástica en la que todos se apuntan a todos con revólveres capaces de inundar de hemoglobina el almacén donde se han citado tras el atraco. La modernidad de éstas y del díptico en homenaje a la animación japonesa que forman Kill Bill 1 y 2 coinciden en la atmósfera y la tensión a las que Tarantino somete constantemente a sus personajes, aunque las aligere con la machacona utilización de canciones folk americanas como elemento dramático, con una cuidadísima selección musical en todas sus obras.

Malditos bastardos , un guiño al cine bélico de la peor época del cine bélico, y sus dos filo eurowesterns , Django desencadenado y Los odiosos ocho , estarían entre lo menos valioso de su filmografía, aunque busquen la hilaridad en sus propias imperfecciones.

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