ENCUESTA LO MEJOR DE 2019

Santiago Lorenzo: «Me parece recomendable ensayar la austeridad, aunque solo sea por lo novedoso»

«Los asquerosos», fábula entre gamberra y poética que ha puesto en órbita a Santiago Lorenzo, es la sorpresa de 2019 según los críticos de ABC Cultural. Hemos hablado con el autor sobre la «desnecesidad» y la España vacía

Santiago Lorenzo CECILIA DÍAZ BETZ

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Un personaje a medio camino entre el Thoreau de Walden y el William «D-Fens» Foster (Michael Douglas) de Un día de furia que, acorralado por las circunstancias, huye a la España vacía sin un plan previo. Un Robinson Crusoe que no soportaría a Viernes de compañero. Ni tampoco a Scarlett Johansson. Al final, la soledad, la «desnecesidad» y la casi obscena opulencia de tiempo acaban por ofrecerle el plan de su vida. Enfrente, los «mochufas», los domingueros del mundo , quizás nosotros mismos, ridículos, frívolos, langostas de los paraísos perdidos. Este es, en dos pinceladas, el argumento de Los asquerosos (Blackie Books), de Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964), el mejor libro en español de 2019 según una encuesta realizada a los críticos de ABC Cultural . Publicado a finales de 2018, ha explotado durante este año acumulando dieciséis ediciones y más de cien mil ejemplares vendidos. Su autor -que vive feliz en esa tierra sin gente, la «Laponia española»- no quiere que el éxito le disturbe.

¿Todos somos asquerosos a nuestra manera?

Es un poco la tesis del libro. Todos somos potenciales asquerosos, pero lo importante es no deslizarse por esa pista de patinaje, hacer con la asquerosidad lo que hacemos con las grasas saturadas, reducirla.

Manuel, su héroe (o antihéroe), recuerda a cierto filósofo trascendentalista del siglo XIX, aunque la naturaleza en su caso le interese lo justo. Pero también tiene un lado vengador, oscuro.

La conexión con Thoreau es evidente. Tengo que reconocer que conseguí leer apenas cincuenta páginas de Walden , aunque me parece admirable. Me falta mucha indecencia para cotejarme con ese hombre, ni me arrimo a lo que hizo Thoreau. La novela es como un díptico, un programa de mano de esos que te dan en el teatro: el primer acto, casi una ingenua epifanía, se parece poco al segundo, donde llega el enfado de Manuel por estar hasta las gónadas.

¿La sociedad en la que vivimos puede resultar tan estomagante que la tentación de convertirnos en seres asociales es cada vez más fuerte?

No hace ninguna falta. Lo que está bien es fantasear con ello. Es como cuando ves una película porno: sería terrible estar metido en una de ellas, pero fantasear es otra cosa. A mí me gusta ver películas del Oeste, pero me asustaría que llegara un indio apuntándome con su arco. Quien quiera irse a vivir solo no necesita este libro, y si alguien se siente inspirado por él lo más probable es que en unos meses regrese a la ciudad.

¿La bondad es imposible incluso para los bondadosos?

No, por Dios. No podría suscribir eso.

¿Ni siquiera cuando un bondadoso se siente amenazado?

Como dicen los ingleses, «we didn’t start the fire», aunque a lo largo de la historia ellos casi siempre han empezado el fuego. La bondad sería no disparar primero nunca. Dicho lo cual, no habría maldad intrínseca en disparar en segundo lugar. Pero yo prefiero que me acusen de buenismo, que ahora está tan mal visto.

«Los inadaptados son la verdadera aristocracia, porque sin hacer bandera de ello se sienten felices en su particularidad»

¿Cuánto hay de Santiago Lorenzo en Manuel y cuánto de la pedanía en la que vive usted en Zarzahuriel, el pueblo imaginario de «Los asquerosos»?

Por fortuna para mí no hay mucha relación. Hombre, prefiero escribir de cosas que me han pasado que de cosas que me he imaginado. Lo que hizo Emilio Salgari, que nunca salió de Italia y escribió sobre los Mares del Sur, sobre Sandokán y el Corsario Negro, no va conmigo, yo prefiero la vía contraria. Vale, a mí no me ha pasado vivir en un lugar donde no haya nadie como le ocurre a Manuel, pero sí en un sitio muy pequeñito donde me gusta estar fuera de máquinas.

¿Y socializa?

Bueno, esta es una sociedad muy discreta, es muy castellana, pero de Castilla la Vieja, y no se presta a muchas verbenas. Un perfil humano que tal vez resulta antipático en el siglo XXI, del tipo de Unamuno o de Alonso Quijano. Lo otro ya nos lo sabemos, lo de ser un David Bowie de la vida, esa forma de hedonismo que persigue con escaso éxito la mayoría de la gente. No, estos tipos castellanos son recios como pan de hogaza. Hay muy poco personal por aquí, y está «absorto», como diría Dionisio Ridruejo.

¿La España vacía (o vaciada, término de nuevo cuño) es el paraíso perdido?

Habrá probablemente 47 millones de paraísos perdidos si nos referimos a ciudadanos españoles. Pero creo que pocos de ellos soportarían vivir ahora aquí, hace falta un perfil muy determinado para tener un piso en la calle Fuencarral de Madrid, como era mi caso, y trasladarse a este lugar. No obstante, con el tiempo, la España vacía se va a repoblar cuando muchos trabajos se puedan realizar desde la pantalla de tu casa fuera de una gran ciudad.

Imagine que usted, como el protagonista del libro, se encuentra con una colección de libros Austral abandonada. ¿Cuál sería su título imprescindible, el que nunca desecharía para hacer lumbre?

En Austral leí Luces de Bohemia , de Valle Inclán, que es uno de mis libros favoritos. Otro referente para mí -que no sé si estará en esa colección- es Las penas del joven Werther , de Goethe.

¿Por qué dejó el cine?

Por chulo. En mis tiempos había dos formas de hacer una película, o produciendo tú o con dinero externo. La primera es la buena, la mala es que entre la industria. A mí que haya unos tipos que me estén diciendo que hay que cambiar esto o aquello, y no porque vaya a quedar mejor, sino por justificar sus sueldos, no me gusta nada, por ahí no paso. Y me dolió mucho porque aprender el oficio es algo muy difícil, exige meter la pata muchas veces. Pero es que no soporto que cuatro ignorantes me vengan a imponer cómo tengo que hacer las cosas.

«Se aprende metiendo la pata. No soporto que cuatro ignorantes me vengan a imponer cómo tengo que hacer las cosas»

¿Tiene alguna oferta para llevar «Los asquerosos» al cine?

Están vendidos los derechos. Me apetece mucho ir al cine a ver la historia. Ya he tenido contactos con el director y el productor, pero permíteme que sea discreto por ahora. Yo no voy a escribir el guion.

¿Ese «gamberrismo poético» es premeditado o le salió espontáneamente?

Si lo hago conscientemente no me sale. Me dejo llevar como una hojilla volandera, me lo paso fenomenal escribiendo, y si alguien se ríe y además echa algún lagrimón leyéndome es una cosa muy hermosa.

¿A los «mochufas» hay que combatirlos siempre?

Cabe esa opción, pero es mejor intentar comprenderlos o, en su defecto, darse la vuelta. Ir en dirección contraria es un privilegio. Y que ellos también lo hagan si les apetece, porque cabe la posibilidad de que a quien yo llamo «mochufa» me considere a mí un cretino.

«Mochufa», «desnormal»… ¿de dónde saca esos hallazgos lingüísticos?

De estar solo y echar de menos el verbo. Cuando era pequeño me prohibían los juguetes durante el curso escolar, y entonces me los hacía yo. Pues con las palabras pasa lo mismo. No escuchas palabras y las acabas fabricando.

Darwin decía que adaptarse es sobrevivir, pero tras leerle tengo la sospecha de que los inadaptados heredarán la Tierra.

He tenido la suerte de conocer a muchos inadaptados. Unos lo pasan mejor, otros peor, pero en el corazón de este ciudadano son la verdadera aristocracia, porque sin hacer bandera de ello se sienten felices en su particularidad. Luego hay algunos que... en fin…

Nunca el ser humano ha tenido tantas cosas insignificantes para idolatrar. ¿La «desnecesidad» es un camino hacia la liberación?

Las memeces que veo cuando voy a «poblado» (así llamo a lo que está fuera de esta aldea mía) no convierten a las personas en odiosas, sino en compadecibles. Procuro escapar de ellas como si fueran zombis. Me parece recomendable ensayar la austeridad, aunque solo sea por la novedad. A los occidentales nos han inoculado el consumismo desde los años 50 del pasado siglo, y puedes cocinar rico con un huevo y una lechuga.

¿El éxito de «Los asquerosos» ha cambiado sus planes?

No, qué va. Se admiten sugerencias. Igual algún amigo lee esta entrevista y me dice: «Mira, majo, leo que no has cambiado, pero te has convertido en un soplapollas y no te has dado cuenta». Bueno, me he comprado unos pantalones, nada más.

¿Escribe algo nuevo?

Sí, pero no vale para nada. Un tío me dijo que para escribir tienes que estar enfadado, y ahora no lo estoy. Si sacara lo que tengo ahora le aconsejaría a la gente que no lo comprara.

No le he preguntado por el nombre del pueblo donde vive. ¿He hecho bien?

Si quieres te lo digo, pero no lo publiques, ¿eh? Está cambiando, no sé… Igual un día hay que pirarse de aquí.

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