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«La sangre extraña»: misterios, obsesiones y huecos

Sergi Puyol dedica su nueva novela gráfica a contarnos cómo y por qué perder la cabeza ante un enigma aleatorio

Puyol subvierte los códigos de los tebeos de humor

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«Un alba anémica derrubiaba por el levante grisáceo el enfermizo amanecer». Una frase sacada del cuento de Mijail Sholojov « La sangre extraña » (1925) es el punto de partida del misterio en torno al que gira el cómic de idéntico título de Sergi Puyol (Barcelona, 1980). ¿Por qué esa frase, pronunciada en un colmado cualquiera por un hombre en aparente estado catatónico hizo caer en una especie de trance a todos los presentes? ¿Sucedió realmente, o son sólo imaginaciones de Arnaldo, el protagonista de la historia? Y, si sucedió, ¿qué implica? ¿Es una conspiración, un experimento, un truco?

Pero quizá no son esas las preguntas que deberíamos hacernos. Quizá sean más bien: ¿qué es una obsesión? ¿Por qué hay personas capaces de pasar por alto los misterios y otras dispuestas a arruinar buena parte de su vida en busca de una respuesta a una cuestión que ni siquiera saben si tiene alguna importancia? En esta novela gráfica, los enigmas y su resolución –singulares como son– posiblemente importan menos que las páginas en las que Arnaldo se vuelve casi loco buscando la clave de algo que en realidad no sabe qué es. Arnaldo tal vez se acerque sin darse cuenta a una solución cuando habla del papel de «la sangre extraña» (un joven comunista herido al que la pareja protagonista salva y al que ven como un sustituto de su hijo muerto) en el cuento de Sholojov: «llenar ese hueco», lo que sentimos que nos falta . Quizá todos seamos sangre extraña, ajenos en nuestas propias vidas sin saberlo. O quizá necesitemos algo que nos diga que no lo somos y ese sea el misterio que buscamos.

Echando humo

A Arnaldo le sale humo de la sesera planteándoselo. Literalmente, grandes nubes de humo . Y su cabeza se desprende de su cuerpo y sale dando tumbos. Y los ojos se le salen de las órbitas cuando ve algo que le impacta. Puyol usa códigos propios de los tebeos de humor clásicos , muy a tono con su estilo de dibujo, y produce un efecto curiosamente desasosegante: durante todo el cómic estamos al borde de la sonrisa –si no de la carcajada–, conscientes de la relativa ridiculez de Arnaldo y esperando un golpe de efecto cómico en la siguiente viñeta. Pero, al mismo tiempo, comprendemos que no hay chiste ; entendemos a Arnaldo y nos obsesionamos con su obsesión. Quizá nuestras seseras también están echando humo, y no lo vemos.

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