MÚSICA

Sabino Méndez, el rocker que escribe

«Corre, rocker», la autobiografía del exletrista de Loquillo y los Trogloditas, es un excelente retrato de una época de excesos

Sabino Méndez RICARDO OTAZO
Jaime G. Mora

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Lo mejor de «Corre, rocker» es que es un libro imperfecto. Sabino Méndez a ratos se pierde en el lirismo y, otras veces, en un tono pomposo mal disimulado: su estilo está lejos de ser refinado. Tampoco es una autobiografía al uso, con esa escritura cronológica y la frialdad que se presuponen en un autor que echa la vista atrás. El que fuera guitarrista y letrista de Loquillo y los Trogloditas pierde el hilo narrativo con frecuencia, y no solo consigue «recuperar el interés del lector apelando a sus más bajos instintos: sexo, drogas y violencia», como él dice.

Lo hace sobre todo proponiendo aceptar un «vasallaje cómplice» que obliga al lector a entrar en su reino, el de «un pequeño loco». Bastan un puñado de páginas, lo que se tarda en descubrir que Méndez diluye ese lirismo con frases que se leen como lemas: «Ahora ya sé que nunca encontraré la paz, pero, por fin, ha dejado de importarme». Y qué más dan las fechas. Fueron los años de la Transición, los de la Movida. Los agitados 80. El resto es accesorio.

¿Qué ha llevado a Anagrama a reeditar «Corre, rocker. Crónica personal de los ochenta», que Espasa publicó primero en el año 2000? ¿Es quizá un intento de reivindicar esa época en la que la radio pública se atrevía a desplazar una unidad móvil a un colegio de monjas para preguntar a las alumnas sobre preservativos? ¿Es una manera de decirles a los jóvenes de hoy que en las redes sociales nunca serán tan transgresores como lo fueron unos trasnochados –los Trogloditas– capaces de anunciarse en las revistas dopados hasta las cejas bajo el eslogan: «No te drogues o acabarás así»? Sea cual sea la razón, hay que celebrar el relanzamiento de un libro que se me había escapado, primero por las cosas de la edad y luego por desconocimiento.

En el relato del autor de canciones tan escuchadas como «Rock & Roll Star», «Cadillac Solitario» o «El ritmo del garaje» hay poco sexo, menos violencia, pero sí muchas drogas. Las que truncaron las vidas de tantos artistas que se metieron «en el mundo de las jeringuillas por esnobismo». Lo que diferencia a Sabino Méndez de sus compañeros caídos es que él sí supo apartarse de la heroína y salir de aquel mundo de máscaras –la arrogancia que disimulaba su inseguridad, el personaje de guitarrista «beat» que le permitía leer en paz– para convertirse en escritor, no solo de canciones.

El autor de «Corre, rocker» huye de los lugares comunes, «la manera más rápida de llegar a un público amplio», para contar todo lo que rodeó al nacimiento del exitoso grupo que creó con Loquillo, y el posterior desgaste de una relación que acabó con Méndez dejando la banda, cansado de la «misoginia» de su amigo de adolescencia, que acabó convertido en un «personaje de tebeo cargado de consignas».

Méndez es mucho más duro con Loquillo que consigo mismo, y por eso su libro también es imperfecto. No importa. «Corre, rocker» es una excelente muestra del legado que dejó su juventud, cuando era «desmesurado», cuando era «tan estúpido que, de puro estúpido», era «prodigioso».

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