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Roger Scruton: elogio del conservadurismo

Scruton falleció el pasado mes de enero dejando una ingente obra y un legado libre en su forma y en sus preceptos

Scruton fue doctor en Filosofía y profesor en la Universidad de Boston

Ignacio Sánchez Cámara

El conservadurismo es más una actitud personal que una ideología política. Así lo concibe, por ejemplo, Michael Oakeshott . En este segundo sentido, debe distinguirse del liberalismo, del tradicionalismo y de las ideas reaccionarias. Aunque quepan posiciones más o menos eclécticas. Cabe un liberalismo conservador o un conservadurismo liberal. Pero no hay un socialismo conservador ni un conservadurismo socialista. El inglés Roger Scruton , recientemente fallecido , es uno de los mejores representantes del conservadurismo actual. A alguien que se califica hoy a sí mismo como conservador no se le puede negar valor y, quizá también, buena dosis de perspicacia.

Gobierno limitado

El conservadurismo, según Scruton, no es enemigo de la Ilustración sino una forma de ser ilustrado. Sí es crítico del racionalismo, del utopismo y de la revolución, recoge la herencia de la Política de Aristóteles y constituye un intento de conservar la comunidad y aboga por las tradiciones pero también por la libertad del individuo. Desde la perspectiva de la legitimidad, el conservadurismo sostiene que es el pueblo quien confiere la autoridad al gobierno, pero también que existen límites impuestos a la acción del gobierno por la ley natural. Para Scruton, la prehistoria del conservadurismo está formada, entre otros, por Aristóteles, Richard Hooker, Hobbes, James Harrington, Locke y Montesquieu. Y forman parte de su nómina básica Edmund Burke, David Hume y Samuel Johnson.

Roger Scruton sostiene que existen coincidencias básicas entre conservadores y liberales. Concretamente, la necesidad del gobierno limitado, las instituciones representativas, la separación de poderes y los derechos básicos de los ciudadanos. Todo esto debe defenderse frente a las pretensiones de los estados colectivistas modernos. Pero existen también diferencias fundamentales entre ambos. Discrepan en su juicio sobre las instituciones tradicionales. Mientras que para los liberales el orden político surge de la libertad personal, para los conservadores la libertad individual es un producto de ese orden. Según los conservadores, las elecciones libres creadas por el orden lo legitiman, y no al revés. La prioridad entre la libertad o el orden los separan. Pero el crecimiento de los estados modernos ha contribuido a unirlos.

El nacimiento de lo que Scruton llama «conservadurismo filosófico» se encuentra en Jefferson, los redactores de El Federalista (Hamilton, Madison y Jay), Adam Smith, Edmund Burke y, más recientemente, Oakeshott, Hayek (al parecer, a su pesar), T. S. Eliot y Thomas Paine. El autor analiza también el conservadurismo alemán y el francés: Kant, Hegel, Chateaubriand, De Maistre y Tocqueville. También se refiere a las consecuencias conservadoras de las revoluciones francesa y americana, y al que califica como conservadurismo cultural. Es llamativa la escasa referencia al conservadurismo español.

El impacto del socialismo ha contribuido al auge y rearme del pensamiento conservador. Especialmente interesante es el capítulo sexto dedicado al conservadurismo más reciente, en el que incluye a George Orwell, Allan Bloom, Elie Kedourie, Peter Bauer, Kenneth Minogue, Ortega y Gasset, Charles Murray y Maurice Cowling. Entre la generación más joven de conservadores británicos menciona a Andrew Roberts , a Niall Ferguson y Jane Ridley , que se inspiran en quien considera Scruton como uno de los mayores intelectuales del siglo XIX, F. W. Maitland.

Desafíos

También esboza una breve referencia al conservadurismo intelectual norteamericano más reciente, en el que incluye a William F. Buckley y Russell Kirk . Scruton destaca a tres intelectuales que serían típicos de un nuevo rumbo de las ideas conservadoras actuales: Samuel Huntington en EE.UU., Pierre Manent en Francia y él en Inglaterra. Los tres coinciden en señalar que la inmigración musulmana supone un desafío para la civilización occidental y que la política oficial del «multiculturalismo» no es la solución sino parte del problema.

La referencia a Ortega no es acertada, pues le atribuye opiniones antidemocráticas. El libro concluye: «Creo que el conservadurismo seguirá siendo un ingrediente necesario de cualquier solución que se ofrezca a los problemas actuales. El hábito de pensar , esbozado en este libro, debería formar parte de la educación de todos los políticos». Sólo un indigente intelectual o moral, o ambas cosas, puede vincular el conservadurismo con el fascismo o el repudio de la democracia.

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