Autorretrato de Rembrandt
Autorretrato de Rembrandt
ARTE

Rembrandt: el maestro que con la noche iluminaba el día

El calendario internacional está salpicado de exposiciones que recorren la figura de Rembrandt así como de los artistas de la Reforma (Durero y Cranach) en el año que se cumple el V centenario del desafío de Lutero

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En estos días de desafío, en los que toca escribir sobre el 500 aniversario de la Reforma al tiempo que suenan los ecos de ARCO, encontramos en un pequeño palacio de Milán una tabla al óleo de procedencia alemana. Es Lutero, por Lucas Cranach. Envuelto en su fuerza germánica, el autor de las 95 tesis parece perdido, solo entre la abrumadora colección de pintores italianos. En este retrato del Palazzo Poli Pezzoli aparece ya la firma de Cranach, sus iniciales junto a la serpiente alada de su anagrama. El fraile excomulgado por León X está recortado en el negro de su indumentaria protestante contra ese fondo azul tan plano, tan característico del pintor. Creemos que antes del «azul Yves Klein» debía haber existido el «azul Cranach», más cercano al verde y al agua; más cercano al azul de los ríos de Patinir.

Lucas Cranach el Viejo (1472-1553), amigo de Lutero (1483-1546), contribuyó a la creación de la nueva iconografía protestante y a la traducción en imágenes de la naciente doctrina. De su estudio, convertido casi en factoría, salían retratos de Lutero, divulgadores de su efigie por toda Europa. También proporcionó imágenes para la traducción de la Biblia del fraile agustino, parte de la cual se editó en la imprenta que había hecho instalar Cranach en su casa. En este 500 aniversario de la Reforma de Lutero, Europa vive en su crisis: las ideologías radicales se expanden como la pólvora, las nuevas tecnologías las propagan a la velocidad del rayo. Twitter es hoy lo que fue la imprenta en el siglo XVI para la campaña protestante. En esta onomástica, habrá que estar pendientes de las exposiciones que se sucederán por todo el mundo.

El Papa Francisco fue a Suecia en 2016 para recordar la reforma luterana. De este viaje trajo un regalo para Roma, la exposición Rembrandt en el Vaticano. Imágenes entre el cielo y la tierra: 55 grabados de la colección Zorn de Suecia y un único lienzo, de la Kremer holandesa. Esta muestra, que cierra estos días, ha dejado tras de sí una estela de imágenes y una gran exposición que se inaugura en la Fundación Custodia de París: Dibujos para pinturas en la época de Rembrandt.

Un regalo para Roma

En una pared de los Museos Vaticanos encontramos una pequeña tabla de procedencia holandesa: Busto de anciano con turbante, de Rembrandt. Envuelto en su fuerza nórdica, el retrato aparece perdido, abrumado entre las estancias de Rafael, la galería de los mapas, el Juicio Final de Miguel Ángel. Rembrandt van Rijn (1606-1669), quiso, al igual que Tiziano o Rafael, que se le conociera por su nombre de pila. En 1627 el pintor trabaja en este cuadro en su estudio de Leiden, su ciudad natal, en cuyas calles viven la lucha entre protestantes radicales y ortodoxos. En la intimidad de su taller, imaginamos al pintor como el protagonista de su propio cuadro del Louvre: Filósofo en meditación, aquel hombre que Valéry visualizaba enroscado en el silencio y en su debate el pintor que vive en el fondo de una extraña caracola debatiéndose en la esencia de sus pensamientos secretos hasta producir la revolución de su arte: sacar luz de la oscuridad.

La luz en las arrugas

En Anciano con turbante, el haz de luz rebota en las arrugas del ojo de este hombre de mirada oblicua y en sombra: la luz siempre originada desde un lugar excéntrico, vibrando y chispeando entre el contraste de las materias. Rembrandt trabajaba con el claroscuro, pero de manera distinta a Caravaggio. En el italiano la luz salía siempre de una vela, de una coraza bruñida, del fuego. En Rembrandt, la luz sale siempre del misterio. El maestro de Leiden tenía 21 años cuando firmó el óleo de esta tabla convertida, cuatro siglos más tarde, en el primer cuadro del holandés que entra en el Vaticano. Si Goya fue el maestro del aguatinta, el holandés, 150 años antes, dominó el aguafuerte y la punta seca llevándolos hasta sus límites. Rembrandt, que grababa una plancha de cuero y utilizaba un costoso papel japonés, sabía con qué trazos, de qué muescas de buril, de qué mordida del ácido se podía sacar una sombra. No llegó a gobernar la luz a través de sus lienzos, sino a través del grabado.

A. Paolucci, director de los Museos Vaticanos durante nueve años, nos invita a observar las estampas de Rembrandt con una lupa, apreciaremos los infinitos negros que forman un único negro. Las manchas de luz son las que organizan una escena, porque, sutilmente, todo gira en torno a ellas. Habrá que viajar ahora a la Fundación Custodia en París acompañados de una lupa para seguir deambulando por los nocturnos de este maestro que con la noche iluminaba el día.

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