LIBROS

Un puñado de crímenes perfectos

Pasan los días, y nada mejor que perder la cabeza con los mejores asesinatos literarios. Así fueron y así lo contaron

La gran Patricia Highsmith, maestra en generar tensiones siempre relacionadas con la obsesión

Marina Sanmartín

El 19 de junio de 1829 el Parlamento británico aprobó la ley que contenía los pasos para la fundación de la Policía Metropolitana de Londres, popularmente más conocida como Scotland Yard . Las consecuencias literarias de este acontecimiento, que tuvo su equivalente en el resto del planeta, no se hicieron esperar. Muy pronto Scotland Yard contó con un cuerpo de investigadores destinado en exclusiva a la persecución del crimen; y el último cuarto del siglo XIX inglés quedó marcado por dos hechos relacionados con la sangre y el misterio: la «carnicería» real y jamás resuelta de Jack el Destripador , y la creación de uno de los detectives más famosos de la literatura universal, Sherlock Holmes , el personaje que Sir Arthur Conan Doyle presentó al mundo en 1887, con la publicación de Estudio en Escarlata (Alianza Editorial).

Desde entonces, avanzando en paralelo a la auténtica evolución del delito, a Holmes se le han unido otros sabuesos capaces de engancharnos a la lectura y robarnos horas de sueño y de preocupación, algo que, ahora más que nunca, es de agradecer. Hércules Poirot, Pepe Carvalho, Petra Delicado, Salvo Montalbano, Harry Hole, Kurt Wallander, Jean-Baptiste Adamsberg, Mario Conde, Harry Bosch o Kostas Jaritos son algunos de los responsables de nuestra adicción a la novela negra, pero no los únicos, porque sobre ellos se impone un ideal que todo aficionado al noir persigue: el relato del crimen perfecto.

Según Guillermo Martínez , que así lo escribe en la maravillosa Los crímenes de Alicia (Premio Nadal 2019, publicado por Destino), «el crimen perfecto no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un culpable equivocado»; una afirmación interesante y exacta tal vez para las noticias, pero insuficiente para la ficción, donde una buena intriga como las que mencionaremos a continuación debe ceñirse a tres reglas: resultar atractiva en su planteamiento, poco convencional en su desarrollo y, sin renunciar a la verosimilitud, sorprender al final. Además, una trama de suspense extraordinaria posee otra cualidad, y es que combina con todo.

El británico Wilkie Collins, a quien se le considera el autor de la primera novela negra, «La piedra lunar»

SUSPENSE TRADICIONAL. Combina, por ejemplo, con las estructuras más clásicas, ricas en la descripción, muy próximas a la narrativa de Charles Dickens o Henry James . Quien disfrute con este tipo de textos no debe demorar más la lectura de La piedra lunar (Penguin Clásicos), de Wilkie Collins , o Mi prima Rachel (Alba Editorial), de Daphne du Maurier . La piedra lunar , publicada originalmente en 1868, narra el porqué de la extraña desaparición de una joya a través de las voces de múltiples testigos y está considerada por muchos la primera novela policiaca de la historia. Mi prima Rachel , producto de la misma pluma que creó Rebecca (Galaxia Gutenberg), se editó en 1951 y concentra toda su fuerza en las sospechas que despierta la protagonista, quizás capaz (o quizás no) de casarse primero y matar después, con tal de conquistar estatus y dinero.

SUSPENSE Y EL RETRATO SOCIAL. Otro de los elementos que cuadra a la perfección con el suspense literario es el suceso auténtico, aquel que marca para siempre una equis en el calendario. La obra más emblemática, resultante de esta mezcla, es A sangre fría (Anagrama), escrita en la década de los sesenta del pasado siglo por Truman Capote y volcada en el análisis documental del crimen de los Clutter; una inmersión tan exhaustiva en la no razón del mal que aún hoy es capaz de ponernos la piel de gallina.

Reglas: un atractivo planteamiento, poco convencional, pero verosímil trama y sorprendente final

Otras muestras magistrales de esta fusión son Galíndez (1990, Anagrama), de Manuel Vázquez Montalban , que rastrea la misteriosa desaparición en Nueva York durante el franquismo del político nacionalista vasco en el exilio; El hombre que amaba a los perros (2009, Tusquets), en la que el autor cubano Leonardo Padura fabula para indagar en los supuestos recuerdos de Ramón Mercader, asesino de Leon Trotski; y 22/11/63 (2011, Plaza & Janés), una de las mejores obras de Stephen King , donde el novelista estadounidense atraviesa la cortina de niebla que envuelve el asesinato de John Fitzgerald Kennedy.

También resulta a menudo inevitable convertir el suspense en el filtro de una época y pocos lo han hecho mejor que Dominick Dunne o Natsuo Kirino . Dunne fue un cronista excepcional, responsable, entre otros títulos, de Las dos señoras Grenville (Libros del Asteroide), que vio la luz en 1985, aunque perfila con sorprendente nitidez, a partir de un crimen, el Nueva York de los años 20. Kirino, por su parte, en 1998 logró con Out (Emecé), su ópera prima, cristalizar las desigualdades de la despiadada sociedad japonesa en cuatro mujeres que coinciden en el turno de noche de una fábrica y no encuentran para sus problemas otra solución que delinquir.

SUSPENSE PSICOLÓGICO Y SUPERVENTAS. Sumándose a estas líneas por explorar, dos matices más completan el paisaje de la novela negra imprescindible y adictiva, el psicológico y el superventas. Comprender el primero pasa por sumergirse en El hechizo de Elsie (1987, Anagrama), de Patricia Highsmith , protagonizada por las tensiones que siempre genera la obsesión; o por bucear en La negra noche (1993, Lumen), de Iris Murdoch , donde se plantea la duda sobre la comisión de un crimen.

En cuanto a los best sellers , No se lo digas a nadie (2010, RBA), de Harlan Coben , o El mal camino (2015, Ediciones B), de Mikel Santiago , son sin duda una buena opción; la prueba definitiva de que en la literatura no hay uno, sino muchos crímenes perfectos, y siempre nos quedará una vía de escape: seguir leyendo.

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