LIBROS

El precio de vivir en Estados Unidos

Gary Younge aborda en su contundente «Un día más en la muerte de EE.UU.» las consecuencias de la falta de control de armas

Gary Younge, autor de «Un día más en la muerte de Estados Unidos»
Jaime G. Mora

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No hay ningún otro país occidental en el mundo con un número tan alto de muertes de menores por armas de fuego como Estados Unidos. Su índice per cápita es ocho veces la media de Europa Occidental, cuatro veces la tasa de Suiza. Con los adolescentes, la diferencia es aún mayor: comparados con los de otros países ricos, tienen 17 veces más probabilidades de morir por este motivo.

Estados Unidos vive con esta realidad sin cuestionarse el control de armas. Las conciencias solo se agitan cuando hay matanzas como la de Sandy Hook, con un saldo de 20 niños asesinados. El entonces presidente, Barack Obama , se atrevió a agitar entre lágrimas el debate en torno a la Segunda Enmienda, pero las iniciativas fueron bloqueadas. Cuando el luto pasó, siguió habiendo una media de siete niños y adolescentes muertos diarios.

Para Gary Younge (Inglaterra, 1969), ubicado en Nueva York y luego en Chicago como corresponsal del diario británico «The Guardian», negro, padre de unos niños también negros nacidos en EE.UU., estos datos dejaron de ser una mera estadística para convertirse en parte de su vida el día que su mujer hubo de refugiarse con su bebé en una peluquería tras escuchar unos disparos en la calle.

«Hasta entonces, estas cosas me habían parecido interesantes e inquietantes», escribe en «Un día más en la muerte de Estados Unidos» (Libros del K.O.). «Llevaba suficiente tiempo en el país como para saber que las cosas eran increíblemente peores para niños negros como los míos». Espantado por unas cifras que solo encuentran comparación en lugares como México, Brasil o Ruanda, y con el convencimiento de que un control efectivo de armas reduciría el número de muertos, Younge optó por elegir un día al azar, el 23 de noviembre de 2013, y contar en este libro las circunstancias de cada una de las víctimas.

Dividido en diez capítulos, uno por cada muerto, Younge llega a varias conclusiones. La primera: él localizó diez casos, pero casi seguro fueron más. No hay registros oficiales. Son los que aquel día salieron en los medios. El menor tenía 9 años, y el mayor, 19. Vivían en barrios pobres y en barrios residenciales; en zonas rurales y en ciudades; en el norte, el sur, el oeste y el medio oeste del país. Fueron víctimas de balas perdidas, de disparos accidentales, de ajustes de cuentas o de violencia de género.

A través de entrevistas con las familias y apoyándose en estadísticas e informes, Younge retrata con contundencia lo que ocurre cuando no hay control de armas. EE.UU. no es un país más violento que cualquier otro, defiende, el factor diferencial es el fácil acceso a las armas de fuego.

También influyen, y estas son las otras conclusiones a las que llega el autor, factores como la pobreza y la desigualdad, que han inundado de violencia zonas que antes fueron prósperas; el racismo, por el cual los padres negros asumen que su hijo puede morir por un disparo, y la educación: todo es más difícil cuando los colegios son malos, las drogas están al alcance de cualquiera y los recursos son escasos.

Para Younge, no obstante, la peor noticia es que a ninguno de los familiares entrevistados se le ocurrió mencionar la Segunda Enmienda. Estas muertes son el precio a pagar por vivir en EE.UU.

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