Pasaba por aquí...

Paso casi a diario por la puerta de la casa de Luis Eduardo Aute , esa casa en la que él construyó un universo, un mundo propio de donde han salido canciones, cuadros y «poemigas» durante años . Una casa en la Fuente del Berro que es un oasis en el que se escucha gluglutear o titar a los pavos y que se confunde con el sonido de una M-30 que él bautizó como el sonido de una playa imposible.

Si levanto la cabeza hacia una de sus ventanas y es de noche, veo un autorretrato colgado en el que se intuye a un Aute de otro tiempo pero que es el Aute que todos guardamos en la memoria, porque Eduardo es un tipo que ha conseguido permanecer en la memoria de muchos. Si por casualidad miro el reloj y son las cuatro y diez, automáticamente canto su canción; y si me despierto al alba, tarareo otra; y cada vez que pienso en algún tema para un reportaje sobre el amor al cine, inevitablemente mi pensamiento me lleva a él.

Aute es poesía, pinta con versos, canta con versos y escribe con versos. No andamos sobrados de poesía precisamente, por eso necesitamos que vuelva a empuñar los pinceles y las palabras y que vuelva a cantarnos la vida, nuestras vidas. Necesitamos creer que Albanta es un país que existe y él, su presidente.

A Luis Eduardo Aute me lo presentó mi amiga y editora Belén Bermejo en una comida de la editorial Espasa. Hablamos y reímos, nos hicimos un selfi en un taxi y quedamos en vernos para que Martín y Lope, mis dos niños pequeños, fueran a cantarle un par de temas que se saben de él. Por eso cojo siempre el mismo camino cuando voy al Pirulí, para pasar por su casa, verle un día asomado a la ventana y recordarle que tenemos una cita pendiente. Por eso y porque ese día el mundo volverá a rimar un poco más.