HOMENAJE A LUIS EDUARDO AUTE

El niño que miraba el mar

El escritor y músico Ángel Petisme traza un personal perfil del cantautor, «cronista íntimo de las ilusiones perdidas»

Luis Eduardo Aute, polifacético creador

ÁNGEL PETISME

Toda la obra de Aute se mueve en permanente trasvase de géneros comunicantes. Es un filósofo, un espíritu inquieto de su tiempo y un demiurgo francotirador de «balas de belleza».

Cualquiera de sus elaboradas letras posee ese carácter de la poesía que es buscar las terribles esencias con l as palabras justas . Sus letras tienen autonomía de vuelo y pueden ser leídas como excelentes poemas con peso, gravedad y referencias a la mejor poesía de todos los tiempos. Metáforas de amor y combate. Guiños y complicidades con el «polvo enamorado» de Quevedo, las «espadas como labios» de Aleixandre, la Vailima de Stevenson, el Griffin invisible de H.G. Wells…

Planos secuencia

Sus poemas gozan de un claroscuro, una adjetivación, un fauvismo y expresionismo crudos y una distribución en el espacio tremendamente plásticos. En sus canciones –como en el mundo del celuloide- asistimos a un movimiento de planos secuencia y fundidos a negro y disfrutamos de un ritmo interno de colosal musicalidad .

La poesía de Aute no es asexual ni 0´0 ni de «pensamiento debole» sino erecta, turgente, contradictoria como todo discurso sincero y válido. Lúdica por trágica, llena de cameos con el cine, la filosofía, los idiomas, los monstruos de la razón .

Aute es un animal insomne , dialéctico y espiritual que, para humanizarse y recuperarse de tanta divina lucidez, se vuelve ludópata, irónico y satiricón.

Almas en fuga

A Aute le silban los oídos con el «Éxito» y lucha y desea por abrazarse al «Existo». Es un interiorista, un especulador de espejos y reflexiones, un seductor de tinieblas, un constructor de decorados con el desguace de las pasiones y los residuos del corazón.

Cantor de la carnicería de almas en fuga, cronista íntimo de las ilusiones perdidas de toda una generación, sin embargo, Aute no es el derrotado ni el cínico ni el agorero sino el VITALISTA que parece decir: Chicos, puesto que estamos condenados a vivir, puesto que el lenguaje nos traiciona y trabaja al servicio del poder, hagamos un fuego con las astillas de la inteligencia para calentarnos un poco el corazón. Exprimamos las palabras hasta su asfixia y su vacío, para obtener un sorbito de zumo del espíritu de la serenidad. Quizás la última serenidad del «niño que miraba el mar».

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