CIUDADES DE CULTO

Metrópolis escritas, evocadas, soñadas

Las grandes ciudades del mundo son decorados que inspiran a escritores y artistas, convirtiéndose en protagonistas de su obra. Hemos preguntado a una docena de ellos por su favorita

Montaje fotográfico que une la Gran Vía madrileña con Times Square en Nueva York JJGK / ABC

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Javier Reverte atiende el teléfono móvil mientras pasea por los pinares de Valsaín (Segovia), el territorio de su infancia, lejos de cualquiera de los paisajes urbanos que han inspirado algunos de sus libros. Elegir, de repente, una de esas ciudades mientras escucha el rumor del río Eresma no parece lo más apropiado, pero Reverte no duda: Roma. «Es una ciudad de una inmensa belleza, con un centro histórico pequeño y asequible, ideal para pasear, con tesoros artísticos muy bien integrados, algunos ocultos en pequeñas iglesias, y una gente muy relajada a la que le gusta exhibir su encanto personal» , comenta. Este viajero impenitente redescubrió Roma -incluyendo la pasta- mientras vivió allí tres meses preparando su libro Un otoño romano , un canto de amor a la Ciudad Eterna. Ya no se sintió un turista más coleccionando postales de venerables piedras.

El mediodía europeo mantiene intacta su fascinación para la mayoría de los escritores y artistas a los que hemos consultado. Y luego está Nueva York, claro, y Londres. Los caminos que les condujeron a cada ciudad son dispares. «La luz atlántica», dice Carlos Urroz, director de ARCO , que viaja a menudo a la capital portuguesa por motivos de trabajo (la edición lisboeta de ARCO). «Un encanto sin retoques», añade. «Pessoa, Saramago, la Fundación Gulbenkian... Lisboa es una ciudad con una pujante vida cultural que, además, tiene mar, algo que echamos de menos los madrileños».

Se le perdona todo

Madrid no tendrá playa, pero es la ciudad favorita (y natal) del dramaturgo Ernesto Caballero. «Como decía Ramón, es la ciudad más difícil de conocer del mundo: mágica, castiza, surrealista, ilustrada, cateta, cosmopolita, socarrona, envidiada, anhelada, dinámica, improvisada, recóndita, callejera… A diferencia de la mayoría de las ciudades, ignora el concepto de forastero: para ser de Madrid sólo hay que estar en Madrid. Suple la carencia de mar con unos celajes indescriptibles mezcla de Velázquez, Tiepolo y telones de teatro de variedades. Sus desmanes urbanísticos terminan, con el tiempo, teniendo cierta gracia. Se le perdona todo, incluso su compulsiva adicción al ruido… Ah, y en agosto es Baden-Baden». «Es abierta y acogedora. Nadie se siente extranjero ni sobra nadie, algo que sé por experiencia personal», confiesa la fotógrafa barcelonesa Isabel Muñoz. «Me gustan mucho París y Nueva York, pero si tengo que decantarme por una, es por Madrid. Siempre hay algo que hacer y ofrece una magnífica oferta cultural».

El escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón añade una evocación poética a su elección: Venecia. «La sección protestante del cementerio de San Michele acoge la tumba de Joseph Brodsky . Nacido en San Petersburgo en 1940, el autor de Marca de agua, uno de los más reveladores textos escritos a propósito de la Laguna, pasó buena parte de su vida en Nueva York, pero pidió ser enterrado en La Serenísima. En su tumba hay cigarrillos, flores, whisky. Y cierta confiada admonición: Letum non omnia finit (La muerte no acaba con todo). Empleando la imagen de un trayecto nocturno en barco, Brodsky concluyó que la pérdida del rumbo no es sólo una categoría náutica, sino psicológica. Nada mejor para enfrentar la experiencia veneciana. Porque en esta ciudad, como en ninguna otra, perderse significa un beneficio, la garantía para el hallazgo . Al final de cada extravío siempre se encontrará algo que atesora la clave de la belleza: cariátides insolentes, balcones sobre el agua, ropa tendida como viejas banderas que ondean al viento de la Historia».

A veces, esa remembranza puede conducirnos a un pasado mítico. «Una noche de diciembre, mi amigo Des O’Byrne me llevó en coche a Roosevelt Island, en el East River de Nueva York », recuerda el escritor mallorquín Eduardo Jordá . «Hacía mucho frío y no se veía a nadie. Pero allá delante, resplandeciendo en el aire helado, se veía medio Manhattan: miles de joyas, miles de corazones palpitantes, miles de ventanas iluminadas que alumbraban el infinito. Aquella noche pensé que Nueva York era la ciudad que más amaba . Pero un segundo después recordé una pequeña ciudad mediterránea que no tenía rascacielos iluminados. Recordé las calles empedradas, los gritos de los vendedores de lotería, el lento trote de los coches de caballos. Recordé a mi abuelo saludando con el sombrero al conde de Savellà en la misma calle Savellà. Recordé la playa en la que George Best había jugado un partido de fútbol con Jimi Hendrix. Recordé el puerto y los trasatlánticos que hacían sonar las sirenas. Y de pronto recordé que esa ciudad, Palma, ya no existía. Pero esa ciudad que no existía era la más hermosa del mundo» .

Nueva York, sin marcha atrás, es la favorita de Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen . Un plan soñado: «Te pasas medio día en el Met y aún te da tiempo a ver la Frick Collection y la Morgan Library. Incluso a dar un paseo por Central Park. Después, bajas la Quinta Avenida y pasas una hora en la librería Strand. Luego, las hamburguesas y la cerveza de Heartland Brewery, al pie del Empire State. Y terminas en un musical de Broadway».

Londres vampírico

Para el presentador y escritor Boris Izaguirre , «Londres está en mi corazón, mi cabeza, mis ojos, dentro de mi nariz, atrapada en mis puños . Es una ciudad muy antigua, con vestigios romanos pero también con vampiros mezclados entre sus habitantes. De hecho, el mismísimo conde Drácula se traslada de Transilvania a una vieja abadía en las cercanías de Londres. Si algún día se encuentra cerca del Chelsea Hospital podrá ver la casa donde Bram Stoker creó su obra maestra. Posee uno de los magnolios más esplendorosos de la ciudad y desde la ventana superior se disfruta del edificio que alberga el hospital. Ese punto lúgubre y urbano ejemplifica mi amor por Londres».

A veces, un nombre inesperado, casi excéntrico. Arequipa . «Es la ciudad mágica de Perú. Asombra su belleza y su paz inspiradora», señala Carlos Sobera , actor, presentador de televisión y empresario teatral. «Hecha de sillar, piedra blanca que le da su sobrenombre, la ciudad blanca, resplandece frente al imponente volcán El Misti. Allí se conjuga la fuerza de la cultura inca con la huella de una España secular con un resultado brillante. El convento de Santa Catalina es la guinda. ¡En su claustro aún es posible hoy hablar con Dios!».

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