MÚSICA

El descenso a los infiernos de Billie Holiday

A los 50 años de su muerte, llega esta biografía construída a través de cientos de entrevistas perdidas que una joven periodista realizó a principios de los 70, antes de suicidarse, a los maltratadores, camellos, proxenetas y otros tipos que la empujaron miserablemente al abismo

Billie Holiday, con su pianista Carl Drinkard al fondo, es saludada por una seguidora en Manhattan Jerry Dantzic
Israel Viana

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Cuando la periodista Linda Kuehl entrevistó a Carl Drinkard , el pianista recordó aquel 11 de julio de 1959 en el que escuchó por los altavoces de la cárcel que «la cantante de jazz Billie Holiday ha sido arrestada en su habitación del hospital, en Nueva York, por posesión de drogas». La conocía bien, había dejado de tocar con ella hace poco. Así que miró a su amigo, un trompetista también preso llamado Be-Bop Sam, y le dijo: «¡Lady se muere!». Y no se equivocó. Ese mismo día su corazón empezó a fallar y el 17 se paró definitivamente a causa de un edema y una cirrosis hepática.

Billie Holiday ABC

Es solo un extracto de las más de 150 entrevistas que Kuehl realizó a principios de los 70 para escribir un libro sobre la cantante. Con audacia y persistencia, consiguió ganarse la confianza de los tipos que la habían empujado miserablemente al infierno y, sobre todo, que se sinceraran con ella: compañeras del reformatorio, camellos, maridos y novios maltratadores, proxenetas, el dueño del «mayor fumadero de opio de Nueva York» con clientes habituales como Louis Armstrong y hasta detectives del FBI, como Jimmy Fletcher , que la persiguieron sin piedad por su consumo de drogas durante toda su vida. «Bebía como para tumbar una mula y se metía todo lo que le pusieran delante. No paraba de comprar coca. Era una máquina de esnifar», le dijo.

También hablaron con Kuehl muchos de los músicos que la acompañaron. Los que la querían y se preocupaban por ella, como Drinkard, que quiso dejar muy claro durante toda la entrevista que Billie no había tenido nada que ver con su adicción a la heroína. El culpable, confesó, fue Miles Davis en 1952. Cada noche, después de su actuación en Chicago, se iban a casa del batería Jimmy Green a colocarse. «Ellos dos se pinchaban y yo esnifaba», cuenta. Pero luego empezaron a tomarle el pelo: «Si Carl no deja de malgastar esta mierda, se la vamos a quitar». Fue entonces cuando decidió unirse al club. «Miles me puso la jeringuilla en el brazo y me ayudó a destrozarme la vida», sentencia.

Count Basie

Ya fuera por la crudeza de las confesiones o por la falta de experiencia, la joven periodista no supo darle forma a toda aquella montaña de voces. Solo la transcripción de Drinkard ocupaba 130 folios. Como resultado de ello, el primer manuscrito que escribió fue rechazado varias veces. «Es un batiburrillo en el que el lector se pierde con facilidad», le dijo la editora de Harper & Row, quien añadió: «Si esto es doloroso para mí, para ti debe ser terrible».

«Con Billie Holiday», de Julia Blackburn (Libros del Kultrum, 2019) ABC

Cansada de intentarlo, en enero de 1979 viajó hasta Washington para acudir a un concierto de Count Basie , pero poco antes de comenzar la actuación, regresó al hotel, escribió una nota y saltó por la ventana del tercer piso. Su familia guardó los documentos durante años y después los vendió a un coleccionista privado que, más tarde, dejó a Julia Blackburn que los consultara. La escritora e hija del poeta Thomas Blackburn se encontró con un tesoro: dos cajas llenas de casetes, miles de hojas transcritas con anotaciones sobre sus encuentros –«temblaba y no dejaba de sudar a causa de la cocaína»–, fragmentos de capítulos inacabados, informes médicos y todo tipo de archivos personales de la cantante.

Decidió entonces intentar lo que a Kuehl le había derrotado y concluyó que lo mejor era dejar hablar a los entrevistados por separado, sin corregirles, sin darle importancia a sus contradicciones. «Como quiera que me ciño a las voces de la gente que habla de los recuerdos que guardan del tiempo que pasaron con ella, no tengo por qué decantarme por una versión y desestimar el resto», advierte la autora en « Con Billie Holiday: una biografía coral » (Libros del Kultrum, 2019). El resultado es un retrato más completo y profundo del que han hecho la mayoría de libros publicados sobre ella, incluída su propia autobiografía: « Lady Sings the Blues » (1956).

Los «clientes» de Billie

El relato arranca con los amigos que compartieron su atormentada infancia en Baltimore, como Mary «Pony» Kane , con la que pasaba las tardes en el burdel de la calle South Dallas: «Billie tenía 13 años, pero fue muy precoz. No tardó en estar preparada para llevarse a clientes». Sigue con su amigo Freddie Green , al que Kuehl entrevistó en medio de lo que él mismo describe como «un subidón mañanero de cocaína». Este recordaba como Eleanor –nombre real de la cantante– desapareció en 1929 para marcharse a Nueva York en busca de su madre. No supo nada de ella hasta que, una década después, alguien del barrio le avisó de que la famosa cantante Billie Holiday, de la que había estado escuchando sus discos sin ponerle cara, estaba en Baltimore para actuar. «Me quedé de piedra. Mi madre me preguntó: “¿Sabes quién es esa Billie Holiday? ¡Eleanor!”», recordaba emocionado.

Billie Holiday William Gottlieb

Y continúa después con su pianista y novio Bobby Henderson , el primero que la acompañó en los clubes más pequeños de la Gran manzana, donde la autora cree que, indudablemente, la cantante ejerció la prostitución de manera ocasional para sacarse unos dólares. De hecho, vivió en un burdel junto a su madre donde, con solo 14 años, fue detenida y encerrada en un centro de trabajo junto al resto de mujeres. «En aquella época tenía un tempo y una dicción perfectas. Nunca he conocido a nadie igual. Estaba mucho más a la última que yo y era toda una mujer. Cuando la conocí, me sorprendió descubrir que tenía 16 años», contaba henderson. Fue entonces cuando decidió rebautizarse como Billie Holiday. Ya fumaba marihuana, bebía güisqui y se pasaba el día entero rodeada de músicos.

«Lady Day» –como la bautizó más tarde el saxofonista Lester Young , con quien formó una de las parejas más brillantes de la historia del jazz–, publicó su primer sencillo en 1933. La fama, sin embargo, no le llegó hasta 1939, tras vender un millón de copias de « Strange Fruit », la canción que puso el foco sobre los linchamientos de negros en Estados Unidos por primera vez y que el crítico Leonard Feather consideró «el primer grito auténtico contra el racismo». Un tema que también la convirtió en un personaje polémico y causa, según defendía la misma Holiday, de que el FBI empezara a perseguirla. «La primera vez que interpretó el tema en el Café Society de Nueva York fue asombroso, dramático y emocionante. Tan extraordinario que habría conmovido al público de cualquier rincón del mundo. La manera de cantar de Billie daba cuenta de la amargura y del horror. La ovación del público fue atronadora», explicaba el autor del tema, Abel Meeropol , un profesor judío de origen ruso afiliado al Partido Comunista.

La heroína

En lo que no se ponen de acuerdo los allegados que entrevistó Kuehl es en el año en que Billie Holiday se enganchó a la heroína. Según John Simmons , contrabajista y posterior novio de la cantante, se empezó a pinchar a finales de 1942 o principios de 1943, cuando comenzó a ganar dinero y se convirtió en el objetivo de camellos y tipos que querían ser su manager, marido o chulo para fomentar su adicción y controlarla. «Con la heroína Billie se transformó en una persona dócil y dulce. No lo podía remediar, y cualquiera era capaz de lograr de ella lo que quisiera», comentaba su amiga Mae Barnes .

Billie Holiday, con su perro, en 1949 ABC

El periodista Greer Johnson , amigo íntimo de Billie desde 1939, también la vio «esnifar coca, inyectarse heroína y fumar marihuana como un carretero… Nunca me lo ocultó». Mientras que el pianista de Holiday en la década de los 40, Jimmy Roles , no tuvo problemas en confesarle a la desdichada periodista que la estrella del jazz «era masoquista, le gustaba que la castigaran y, por desgracia, tenía que buscarse a alguien que la zurrara tres veces por semana para estar contenta». Resulta curioso observar como, dependiendo del entrevistado, Holiday era a la vez una dama elegante y una tipa barriobajera y maleducada; una mujer fuerte y otra desvalida que va detrás de macarras violentos; una yonqui incurable y alguien que podía dejar las droga sin dificultad. Y es que quizá fue todas ellas a la vez, dependiendo de si estaba en una de sus frustradas curas de desintoxicación, en las que conseguía que las mismas enfermeras le consiguieran droga, o en una de sus gloriosas noches en el Carnegie Hall con récord de taquilla.

Los años 50 fueron años de excesos en los que Billie vivió como una fugitiva, yendo de aquí para allá. Tres semanas en San Francisco, una semana en Los Ángeles, de vuelta a Nueva York para un concierto, Boston al día siguiente, Alaska, Detroit… Una noche actuaba en un club de mala muerte acompañada únicamente por un piano que sonaba como si hubiera estado a la intemperie todo el invierno, y un día más tarde todo era lujo y boato junto a la orquesta de Count Basie… mientras su problema con las drogas y el alcohol iba creciendo.

«Estaba totalmente asqueado»

A finales de 1958, poco antes de morir con 43 años y derrotada por sus adicciones, grabó « Lady in Satin » con Ray Ellis . El director de orquesta confesó a Kuehl la profunda decepción que se llevó en su primer encuentro con ellas. «Había visto fotografías suyas de diez años antes y era una mujer preciosa. Cuando la tuve frente a mí me pareció repulsiva, descuidada, sucia… Estaba perplejo porque yo tenía aquella imagen en la cabeza, pero ahora vivía para la siguiente dosis». Lograron acabar el álbum en «tres sesiones de tortura». «Estaba totalmente frustrado, asqueado. No quería oír hablar más de aquello. No podía soportar el sonido de su voz. El productor dijo que iba a mezclarlo y yo no quise tener nada que ver. Estaba tan cabreado que deseaba no haber participado nunca en aquella aventura», añadía.

A las tres semanas, el productor le dijo que tenía escuchar la mezcla y le envió una copia a casa. Se sentó en el salón de su casa de Larchmont y... «¿Sabes qué? ¡Agarré el coche y volví a Nueva York! No podía quedarme solo con lo abatido que estaba. Podría haber saltado por la ventana. Era tristísimo, pero tristísimo porque me encantaba. Daba lo mismo que afinara o desafinara, porque cantaba veinte mil notas erróneas, pero ponía todo el alma en ellas».

Billie murió al cabo de cuatro meses y Ray fue uno de los que portó su féretro.

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