Una de las ilustraciones de Raúl Arias para esta edición
Una de las ilustraciones de Raúl Arias para esta edición
LIBROS / TEATRO

Macbeth en su trono de sangre

Espectacular es la edición de «Macbeth» que, pilotada por Luis Alberto de Cuenca, José Fernández Bueno y Raúl Arias, ofrece Reino de Cordelia en el IV centenario de Shakespeare

Madrid Actualizado: Guardar
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Alguien llamado Macbeth reinó en Escocia entre 1040 y 1057. Así lo relata en su «Historia de los escoceses» (1527) Hector Boece, que dibujó con tonos protervos al monarca sangriento para agradar al rey Jacobo V (1512-1542), descendiente del general Banquo, imbricado en las raíces del linaje de los Estuardo y uno de los personajes de esos episodios de batallas e intrigas que el guerrero deslumbrado por la profecía de unas brujas pasaporta al otro mundo.

Sobre esos mimbres, Raphael Holinshed elaboró la parte correspondiente de sus «Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda» (1577), uno los caladeros argumentales predilectos de William Shakespeare, que pescó en él la trama de «Macbeth» -la escribió entre 1603 y 1606, en su mejor momento creativo- y de algunas otras obras de trasfondo histórico.

También el Bardo tuvo intención de agradar al Estuardo de su tiempo, Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra (1566-1625), que había accedido al trono inglés en 1603 tras la muerte de la última Tudor, Isabel I. Así que pintó favorecedoramente a Banquo e introdujo alusiones a un suceso político de la época, la denominada Conspiración de la Pólvora, una conjura de la contrarreforma católica desarrollada en 1605 cuyo objetivo era volar el Parlamento durante una sesión de apertura para matar al nuevo soberano y su familia, y de paso a una generosa representación de la nobleza protestante.

Ominosa vibración

Ese entramado donde se confunden la Historia y la leyenda lo expone con rigor y amenidad Luis Alberto de Cuenca en el prólogo a la traducción que, junto a José Fernández Bueno, cómplice en otras aventuras de traslación del inglés al español, ha realizado del imponente «Macbeth» shakespeariano, esa obra sobre la fascinación del mal y el escozor insufrible de la conciencia que, como recuerdan los traductores, fue calificada por Jan Kott de historia «viscosa y espesa como una sopa de sangre»; por cierto, en sus «Apuntes sobre Shakespeare» el ensayista polaco titula «Macbeth o los contagiados por la muerte» el capítulo dedicado a esta obra para subrayar la ominosa vibración que la recorre.

De «tragedia visionaria» la define Harold Bloom, quien subraya que el personaje nos inquieta porque «Shakespeare se asegura de manera bastante aterradora de que ‘seamos’ Macbeth; nuestra identificación con él es involuntaria pero inescapable», y así, tienta una parte de nuestra imaginación y «parece convertirnos en asesinos, ladrones, usurpadores y violadores».

Luis Alberto de Cuenca «no ha querido irse al otro barrio sin traducir la inmortal tragedia»

Para Lampedusa, es «técnicamente la más perfecta de las obras de Shakespeare», mientras que W. H. Auden observa con perspicacia que «la obra tiene lugar, sobre todo, en la oscuridad física de la naturaleza nocturna, que, para el inocente, es un tiempo de descanso y peligro, mientras que para el culpable son horas de ocultación, temor y pesadillas». El gran Akira Kurosawa puso el título de «Trono de sangre» a su adaptación fílmica.

Un auténtico esfuerzo

Sangre y noche, un binomio que impregna la tragedia escocesa que De Cuenca y Fernández Bueno presentan en una primorosa edición bilingüe que tiene el mérito de haberse realizado en endecasílabos y alejandrinos blancos, haciendo corresponder verso inglés con verso español, lo que, como aclaran, les ha exigido un «auténtico esfuerzo, porque el castellano tiende a desparramarse, mientras que el inglés es mucho más sintético». Pero el empeño ha merecido la pena porque el resultado es espléndido.

Para elaborar esta reseña me he entretenido en picotear entre las diversas traducciones de la obra que ocupan su lugar en las fatigadas estanterías de mi biblioteca. La robusta de don Marcelino Menéndez Pelayo con su prosopopeya decimonónica, la de Luis Astrana Marín tan baqueteada por el uso, la bien documentada del Instituto Shakespeare bajo la dirección de Manuel Ángel Conejero, la de Ángel-Luis Pujante y la de José María Valverde, que hace rimar en consonante las intervenciones de las brujas.

Particular «Rosebud»

Todas esas traducciones tienen su valor, aunque en el bello y limpio vuelo de la que ahora nos ocupa es perceptible para bien la mano de ese poeta llamado Luis Alberto de Cuenca, quien revela en el prólogo que el «Rosebud» particular de la traducción está en una representación escolar en la que el escritor adolescente interpretó a Malcolm, el rey triunfante, bajo la dirección de Carlos Luis Aladro. Tanto quedó marcado por aquella función que, se explica, «no ha querido irse al otro barrio sin traducir la inmortal tragedia shakespeareana al español».

Si el texto es bello no lo es menos el libro que lo contiene, un volumen de gran formato que cuenta con el acicate de las poderosas ilustraciones de Raúl Arias, diseñador gráfico, animador e ilustrador cuyos dibujos han aparecido en publicaciones internacionales tan prestigiosas como «The New York Times«, «The Washington Post« y «The Times».

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