Jonathan Franzen, fotografiado en Múnich
Jonathan Franzen, fotografiado en Múnich - ABC

Jonathan Franzen: «Escribir una novela es como estar bajo los efectos de una droga realmente buena»

Cinco años después de ser encumbrado a los altares de la Gran Novela Americana, Jonathan Franzen vuelve a abordar los límites de la libertad en la sociedad actual en «Pureza» (Salamandra). De su concepción, la escritura como forma de vida, la ambición de su obra y el peligro de las redes sociales habló ABC Cultural con él en Múnich

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Hace unos años, Jonathan Franzen (Western Springs, 1959) empezó a obsesionarse, como sólo los escritores hacen, con la idea de tener hijos. Le acuciaba el temor de haber perdido el tiempo, de no haber dedicado su empeño a la encomiable tarea de criar un niño. Lo habló con su pareja, la también escritora Kathryn Chetkovich, e incluso llegaron a plantearse la posibilidad de adoptar a un refugiado iraquí. Finalmente, cuando estaban a punto de dar el paso, Franzen tomó café con su editor en «The New Yorker» y todas sus dudas (también los temores) se disiparon. «Muchas personas pueden llegar a ser buenos padres, pero muy pocas pueden escribir novelas como las tuyas», le dijo Henry Finder esa mañana en Nueva York.

Aquella revelación, tan simple como brillante, supuso, probablemente, el punto de partida de su última novela, «Pureza» ( Salamandra). El escritor se sumergió en ella durante un año, dejó de lado todo lo demás (como siempre hace) y volvió a disfrutar de aquello para lo que está «destinado»: la escritura. Lo reconoce, con esa timidez, también física, que transmite con cada uno de sus gestos, todos medidos. Su voz, grave y pausada, pero casi susurrante, encierra los secretos de quien está considerado uno de los escritores norteamericanos vivos de mayor talento. Él lo sabe y, en el fondo, le divierte. Armado con la mesura que obligan estos tiempos de apabullante inmediatez, Franzen despliega un humor inteligente, una fina ironía que sólo sus lectores más exigentes son capaces de apreciar, también, en las páginas de sus novelas.

Convertido en una estrella del «rock» literario (sus lecturas en Alemania, donde vivió una temporada, han atraído estos días a tanto público como un partido de la selección en un bar madrileño), el novelista trata de mantenerse lejos de ese ruido mediático que, por otra parte, fomenta en cada una de sus intervenciones. Si tiene algo que decir, lo va a decir. Y esa sinceridad se agradece: en la literatura y en el día a día.

Ha tardado cinco años en publicar «Pureza». ¿De dónde surge, cómo comenzó la historia?

¿Aburrido en qué sentido?

Hace unos días hablaba con Salman Rushdie y me decía que una novela es un puzle.

¿Cuáles fueron los mayores retos durante la escritura?

¿Cuanto tardó?

Habla de sus personajes como si les conociera personalmente. ¿Cómo llega a ellos?

«La división del mundo entre escritores para hombres y escritores para mujeres me parece vulgar»

La clave es que la página empiece a resultarme graciosa. Enfrentarme a eso es como encontrar una frase que defina los problemas que atraviesa el personaje, de manera que pueda afrontar esa situación terrible. Siempre ha dicho que se considera un escritor cómico. Bueno, no es todo lo que soy, pero, a veces… Viví una experiencia extraña con «Las correcciones». Tras su publicación mucha gente me dijo que era divertido, pero que nunca lo hubieran pensado de un libro mío. Yo no lo podía creer. ¿Cómo podía alguien leer ese libro y no encontrarlo divertido? Pero, aparentemente, la gente lo leía y lo veía como algo trágico.

Pero «Las correcciones» sí es un libro divertido.

No entiendo qué le pasa a esta sociedad con el sentido del humor. Lo hemos perdido...

Me gustaría hablar de Pip, la protagonista de «Pureza». Es una mujer peculiar, una joven que siempre dice lo que piensa, que no se muerde la lengua. Me pregunto si es una especie de lectura sobre la responsabilidad que el escritor tiene de decir la verdad, no sólo a sus lectores, sino a la sociedad en su conjunto.

Precisamente, en la novela... Por cierto, no voy a preguntarle por el título.

No, básicamente porque no me interesa.

Pero sí me interesa la noción de pureza, tan presente en ella.

El periodismo también tiene un papel significativo en la novela. ¿Qué opina de la relación que, hoy en día, mantiene con la ficción?

«La clave es que la página empiece a resultarme graciosa»

A mí me gusta practicar ambas, pero son profesiones fundamentalmente opuestas, porque el novelista puede inventar cosas, pero el periodista lo tiene prohibido, como sabe. Son dos aproximaciones totalmente distintas a diferentes tipos de verdad. El periodista busca la verdad factible, con la esperanza de marcar la diferencia, y la verdad literaria es algo completamente diferente. Es mucho más complicado averiguar si una novela encierra cierta verdad o qué verdad encierra [larga pausa]. La novela del siglo XVII y XVIII trataba de averiguar eso, preciamente: cómo la ficción está relacionada con la verdad. Al principio, la ficción narrativa pretendía ser periodismo. La novela empieza a funcionar cuando deja de fingir que es algo que en realidad no es, más allá de inventar una historia. La verdad de la novela tiene que ver con la verdadera representación de lo que se siente siendo un ser humano, de lo que se siente estando solo, de si las descripciones parecen verdad, o las emociones parecen verdad… Es una verdad completamente diferente.

Claro, los dos buscamos la verdad, a los dos nos interesa la verdad, nos preocupa.

Pero ese es el secreto de la literatura: si lees la primera línea de una novela y sabes que es verdad, sientes que es verdad. Eso es Literatura.

Quiero volver a la novela y, en concreto, al personaje de Andreas. Evidencia la relevancia, hoy en día, del comunismo. De hecho, él está convencido de que internet es el resultado de sustituir al comunismo por las redes sociales.

¿Puede explicarme esa analogía?

Pero eso es imposible, no es neutral, no puede serlo. Es como pensar que Julian Assange no tiene ideología, que es neutral en todo esto.

«La cultura de internet es, simplemente, una parte del capitalismo de consumo»

Bueno, sí, eso es verdad, pero esa no es la ideología que a mí me interesa. Es la veneración de la eficiencia, de los mercados, del libre mercado. En cambio, la ciencia sí es realmente neutral. Y creo que la tecnología puede ser neutral; la aspirina es un tipo de tecnología y es buena para el dolor de cabeza. Pero ciertos tipos de tecnología no son neutrales. La idea de que eres más libre porque envías mensajes de texto es una declaración ideológica. Lo cierto es que la gente está tiranizada, oprimida, al estar mandando mensajes todo el tiempo; no puede escapar de eso: lo que se supone que te liberaba, en realidad te aísla. Al principio, los «e-mails» eran algo bueno, pero ahora la gente trabaja a la una de la mañana porque son esclavos de su «e-mail». Así que… eso no es tecnología neutral [ríe].

Al leer la novela, al ir conociendo a Pip, no pude evitar pensar que cuando uno es joven lo ve todo blanco o negro, intentas buscar esa noción de pureza de la que antes hablábamos.

Pero, después, creces y… descubres que ya no es posible.

¿No cree que eso es algo que le pasa a parte de nuestra sociedad, que no quiere crecer?

Tengo la sensación de que nuestro modelo cultural premia al eterno adolescente.

Pues eso es parte de nuestro problema como sociedad.

Siempre me he preguntado cómo un novelista puede encerrarse y seguir escribiendo cuando en el mundo, al mismo tiempo, están pasando cosas tan terribles...

No, claro que no.

Pero el material es diferente. El material que usted usa es la realidad.

Pero le aburría ser periodista.

Buena puntualización.

En ese sentido, en alguna ocasión ha dicho que la escritura le permite escapar de todo.

«Si escribo diez horas seguidas estoy destrozado los dos días siguientes»

¿La escritura es como una droga para usted?

Esa disciplina es muy importante en la escritura.

Pero puede llegar a escribir diez horas al día.

En su obra encontramos grandes personajes femeninos, pero hay gente que le sigue considerando un escritor de hombres. Disculpe, pero es algo que no entiendo.

Ya sabe a qué me refiero…

Sí, esas divisiones son absurdas. La literatura es literatura, y punto. Lo importante es si eres, o no, un buen escritor.

¿Lee las críticas?

¿Y le importan?

¿Somos ahora conformistas?

¿Cree que EE.UU. se ha vuelto más liberal con Obama?

Ha escrito cinco grande novelas y está considerado uno de los grandes autores americanos. ¿Cuál ha sido la mayor ambición de su carrera?

«No, no me importan las críticas. Me importa la gente que sabe cómo leer ficción y que lo disfruta»

[Larga pausa]. Por alguna razón, cuando tenía 20 años pensaba que debería escribir cinco libros; cuando empecé a escribir no ficción me di cuenta de que iba a escribir más libros. Pero mi ambición ha cambiado. Cuando tenía 20 años, mi ambición era lograr buenas críticas y, quizá, un puesto como profesor de escritura en la universidad. Después, mi ambición fue cambiar la dirección de la ficción americana, porque ese tipo de tradición posmodernista estaba agotado, creía que se podía hacer de otro modo y yo podía hacerlo. Ahora, realmente no pienso en términos de ambición. Solía ser muy competitivo, pero ya no lo soy. A medida que me he ido haciendo viejo el motivo para seguir escribiendo es que soy bueno y es divertido hacer lo que se te da bien. La experiencia de estar metido en una novela durante un año es la mejor que existe en esta vida. Es, simplemente, el deseo de hacer aquello para lo que estoy destinado lo que me permite seguir adelante. Y, de hecho, ya tengo una especie de idea para la siguiente novela.

¿Sí? ¿Y de qué se trata?

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