Andrés Calamaro

Sabina, quedan los artistas

El cantante cayó del escenario y fue ovacionado de manera rotunda tras volver en silla de ruedas. No es poco tributo, aunque para Andrés Calamaro merece «el Nobel de Bob Dylan, el honor real de los Beatles»

Joaquín Sabina en uno de sus recientes conciertos ÁNGEL DE ANTONIO
Andrés Calamaro

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El retratista literario Manuel Chaves Nogales narró las desventuras de una pareja de bailarines folclóricos, que intentando alejarse de la Gran Guerra terminan como testigos de la Revolución bolchevique ; sangrienta, hambrienta y cruel , un horror multiplicado por muchos millones de víctimas.

Alerta de «spoiler»: el maestro bailarín Martínez, después de un par de años de padecer, consigue subirse a un barco con pasaporte falso. Esta larga travesía (tan bien novelada) termina en París, porque según el maestro que estuvo allí: «En Francia sí saben tratar a los artistas».

Desde mi prisma argentino me consta que París recibió a artistas desencantados o susceptibles de un destino gris. En términos tributarios, Francia opera con los músicos un régimen impositivo muy válido. Una vez que «el artista» ofrece una serie de contratos que le validen como trabajador-artista (susceptible de pagar impuestos) es el Estado el que ofrece ayudas económicas cuando el creativo pagador de Hacienda pasa por una temporada sin contratos de trabajo, o reserva un tiempo para cuestiones que le impide la corriente laboral natural, como estudiar un instrumento o escribir una sinfonía. Fue Sabina, porque estamos hablando de Joaquín Sabina , quien dijo que Javier Krahe habría sido reconocido en Francia como un héroe de la «chançon» con categoría de Brassens.

Así son las batallas que ganamos: la caricia de un público que confiesa amar a Sabina

No soy quien para decir que el pueblo-público no reconoce a sus artistas, pero es posible definir una imaginaria línea entre la sociedad y el Estado, en donde la integridad y el honor de los artistas no sepa –no quiera o no pueda– tratarse en la medida que merece su aporte, porque lo cierto es que conforman la flor misma de la cultura y la más pura alegría de las gentes . Sin embargo la opinión pública, desde donde sea que esta venga operada, no apoyó a los autores cuando temblaban los derechos de autor, algo que consideraban inmoral vagancia; los artistas de la tauromaquia sufren incluso escarnios incompresibles y delirantes… Y muchos más vieron cerrarse locales , o esperan un anticipo que les permita vivir. Y así cada especialista con sus dificultades.

Un marquesado

Creo que el Rey Felipe no ofrece un marquesado a Joaquín Sabina para no incomodar el corazón republicano del genio de Úbeda y Madrid. Mientras tanto los artistas rezan (no siempre literalmente) para evitar las temibles multas impositivas que amenazan al sector . Conozco a Joaquín Sabina, somos amigos y nos queremos. Lo admiro con gratitud y amor . Fue el primero en echarme una mano, nos ofreció un año de giras con Los Rodríguez, me llamó por teléfono (algo que Sabina nunca hace) para terminar de escuchar juntos mi álbum de cien canciones, «El Salmón», y decirme, como quien devuelve el guante, que estaba escribiendo más de cien sonetos, uno de los cuales me dedicó y atesoro.

«Noches con Sabina», una gira juntos, grabaciones y reuniones en Tirso de Molina… Alguien capaz de escribir «De Purísima y Oro» merece el mayor honor que la sociedad, y el Estado, tengan a bien ofrecer a un representante exquisito de la cultura. Ocurre que tampoco sabemos cuál es el mayor honor que España reserva para sus artistas. Los recaudadores le caen encima con toda la furia, no hay condecoraciones, ningún aeropuerto lleva su nombre.

Una misma bandera

Hace unos meses Sabina se quedó afónico durante un concierto en el Palacio de Deportes. Cuando la voz empezó a fallarle recibió una ovación de pie que nadie de los allí presentes va a olvidar jamás. Anoche cayó del escenario y volvió en silla de ruedas para despedirse, como si fuese un «crack» del balón regresado de Rusia con la copa Jules Rimet. Una ovación de ópera a Pavarotti. Un poderoso y emocionante aplauso interminable . Así son las batallas que ganamos: poder terminar un concierto con buenas sensaciones en el escenario, la caricia de un público que confiesa amar a cantantes como Joaquín. Ocurre con los cantantes que las fronteras son las de nuestro idioma. No escribimos libros que puedan traducirse ni pintamos cuadros. Somos en un idioma. Y somos en una lengua que pertenece a un continente. El vestigio de un imperio.

Sabina merece el Nobel de Bob Dylan, el Pulitzer de Kendrick Lamar, la medalla francesa que agradece las versiones de Gainsbourg en el barítono proto punk de Iggy Pop; los honores reales para músicos que reciben Elton John, los Beatles y Mick Jagger , o, en su defecto, similares tributos propios de la región de habla castellana española. No se trata de un Príncipe de Asturias o un marquesado. O quizás sí. Quién sabe… Probablemente Sabina lo sabe.

Ocurre que Joaquín, como Morante de la Puebla, es casi humano , y somos muchos los que los distinguimos, los aplaudimos. No es ningún secreto. El respetable tiene sus más y sus menos, pero el arte que nos están dando lo aplauden pueblos que todavía tienen algo en común, algo que los reconoce bajo una misma bandera: la de los artistas.

Y los artistas quedan. Quedan los artistas.

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