MÚSICA

Huercasa 2018: John Hiatt y Steve Earle a nivel estratósferico

En su quinta edición el consolidado Festival de «country» que se celebra en julio en Riaza, Segovia, apostó por un cartel acrisolado en dos noches de música «rock» americana

Steve Earle en un momento de su actuación en Huercasa 2018

ÁLVARO ALONSO

No es una novedad que nos estamos quedando huérfanos. Una generación de artistas que dieron forma al «rock» como cultura de masas está desapareciendo de la faz de la tierra por causas naturales y, con ella, un saber hacer sobre el escenario único e irrepetible. Muchos desconocen o no han caído en cuenta del cataclismo que esto supone, pues detrás de la elegancia de un John Hiatt , por ejemplo, que cerró la primera noche del Huercasa Country Festival acompañado por The Goners y Sonny Landreth , hay toneladas de cajún, de «jazz» de Nueva Orleans, de soul , de «rock & roll» de la Sun Records, incluso de «mardigrass», de «zydeco», una riqueza estilística que en directo funcionó como un rodillo rítmico y melódico para llenar de texturas las canciones de Hiatt.

A los que lo siguen desde los primeros años ochenta, el reencuentro con Hiatt supuso la noche del viernes un auténtico bálsamo emocional y la constatación de que pocos artistas vivos, acaso su otrora colaborador Ry Cooder , son capaces de manejar tamaña paleta estilística y saber transmitir ese tipo de emoción arcana preñada de «blues», de «Slow Turning» a «Have A Little Faith In Me», de «Feels Like Rain» a la escalofriante «Is Anybody There».

El Huercasa Country Festival acogió también el viernes bandas y artistas jóvenes , arrancando con una poderosa Jaime Wyatt que pese a su aún corta carrera recoge el testigo del «country-rock» Costa Oeste con regusto por el sonido «outlaw». The Cadillac Three subieron al escenario como una ametralladora sónica, unos hijos bastardos de ZZTop, como ellos de Texas y en formato trío, sin bajo, solo batería, guitarra y «pedal steel» que pusieron el recinto patas arriba en una descarga eléctrica desatada aún con los últimos rayos del día alumbrando los asustados lomos de la serranía de Riaza.

Guitarras cristalinas

El sábado y después del maratón de «country line» de primera hora, con la chiquillería -incluso bebés e infantes- de paseo por el césped del recinto disfrutando del frescor y de una organización y sonido impecable, con un público familiar de una educación que es rara avis hoy día, comenzó la segunda jornada. La primera actuación fue Stephanie Quayle , ofreciendo un pase de «country pop» sin complicarse la vida, poniendo un punto ligero que muchos aprovecharon para deambular entre un mar de sombreros y botas vaqueras para re-encontrarse con nuevos y viejos amigos amantes de la música, que había muchos y muy selectos venidos de todas las regiones del país.

Al caer el sol salieron The Band of Heathens , una banda joven de músicos de Austin, Texas, que tiene más de cinco millones de escuchas de su espectacular «Hurricane». Y no es para menos: es una banda finísima que, sin aspavientos, va envolviéndote como una manta al calor de una fogata con sus preciosas armonías a dos y tres voces y unas guitarras cristalinas que en el tramo final llegaron a contarse en número de cinco, todas al tiempo en una orgía elegante de electricidad bajo control, con un maravilloso «in crecendo» que acabó en apoteosis. Se atrevieron a homenajear ¡y de qué manera! canciones de sus héroes, como «Blue» de The Jayhawks o «You Wreck Me» de Tom Petty .

Steve Earle lo dio todo y dio lo que él sabe hacer, encarnar como nadie la música de raíces norteamericanas

Y llegó el turno de , uno de los últimos trovadores que nos quedan de aquel círculo mágico de músicos unidos en Galveston al sur de Texas en los años setenta junto a Townes y Guy Clark y que crearon una manera nueva de fusionar folk, «country» y «blues negrísimo», el «blues tejano», no por poco conocido dotado de menos enjundia. Steve Earle llevaba una banda formidable, digna de un santoral, ampliada en su misión por Chris Masterson y Eleanor Whitmore . Una delicia para los oídos navegar por el sonido del violín, el «pedal steel», las guitarras eléctricas, el bajo encofrado de Kelly Looney y un batería de serena precisión de relojero suizo que es la viva imagen de un San Francisco. Con los primeros acordes de un inesperado «Ain´t Ever Satisfied» e l público empezó la levitación , seguido por otras de sus legendarias composiciones como «Copperhead Road» o su primerísima «Guitar Town», cuando Steve Earle apareció en escena en los ochenta como uno de los más prometedores artistas de entre los entonces llamados «renegados del country», no por nada, sino por su instinto de renovación frente a fórmulas caducas.

Steve Earle lo dio todo y dio lo que él sabe hacer, encarnar como nadie la música de raíces norteamericanas, de los Apalaches al «blues» pasando por el «country» con espíritu de «combat rock», que dirían The Clash . La sofisticación instrumental de una prodigiosa Eleanor Whitmore al «fiddle» hizo que el auditorio quedara embelesado y bajo su embrujo mientras la voz de los cristales rotos de Steve aunaba el decir y el hacer en su apostolado «a favor de la música, la verdad y la justicia» , como confesó al presentar «Christmas in W.», un abrazo a Woody Guthrie en el tramo final de un inolvidable concierto, del que aún hoy retumban los ecos.

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