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El enigma Saint-Exupéry

«Aviones de papel», de Montse Morata, nos acerca la figura de Antoine de Saint-Exupéry. También su paso por la Guerra Civil, su tormentoso matrimonio, sus penurias económicas y el misterio de su muerte

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Si hay un escritor del que creamos saberlo todo, aunque en realidad no sepamos nada, ese escritor es Antoine de Saint-Exupéry. Todos hemos leído «El pequeño príncipe». Pero sabemos muy poco del hombre que fue pionero de la aviación y un día tuvo un accidente en el desierto del que se salvó por pura intuición, al seguir a pie, sin agua ni comida, el mismo rumbo que había seguido en los Andes un amigo suyo piloto que tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en las cumbres heladas.

Cuando era muy joven, una vidente le hizo este pronóstico: «Se casará con una mujer extranjera y llegará a ser un escritor célebre. Pero evite el mar, y a partir de los cuarenta años, desconfíe de los aviones en los que vuele».

En alta mar

La profecía se cumplió al pie de la letra. Saint-Exupéry se convirtió en una celebridad que cobraba cantidades astronómicas por sus libros y sus crónicas periodísticas. Y cuando tenía 44 años, el 31 de julio de 1944, desapareció en alta mar, cerca de Marsella, mientras realizaba un vuelo de reconocimiento con las Fuerzas Aéreas de la Francia Libre. Antes de partir, había dejado unas notas escritas a mano: «Si soy derribado no lo lamentaré. La termitera futura me espanta y odio su virtud de robots. Yo estaba hecho para ser jardinero».

Hay quien dice que Saint-Exupéry se suicidó arrojando su avión contra al mar, pero esta hipótesis es muy improbable. El piloto tenía un altísimo concepto del honor y de la responsabilidad (de hecho, eran los fundamentos de su visión humanística de la vida). Es cierto que en aquellos días no veía ningún sentido a la vida en un mundo cada vez más deshumanizado por la guerra y la propaganda. Pero es muy difícil creer que Saint-Exupéry se suicidase.

Tampoco son creíbles las hipótesis de que fuera derribado por un caza alemán. Lo más probable es que tuviera un accidente o que se le estropeara el inhalador de oxígeno. O quizá se quedó sin combustible por haberse desviado de su ruta para ir a contemplar desde el aire el castillo de Saint-Maurice, donde había vivido una infancia de cuento de hadas.

Fe ciega

El caso es que no regresó a la base y su cuerpo jamás fue encontrado. «Parecerá que me he muerto y no será verdad», decía el pequeño príncipe al final de su historia. En cierta forma, Saint-Exupéry estaba hablando de sí mismo.

Quien quiera conocer a Saint-Exupéry debe leer esta biografía de Montse Morata. La autora demuestra que Saint-Exupéry fue uno de los más grandes escritores del siglo XX. A veces rozaba peligrosamente la sensiblería, pero a la larga lograba salir indemne de todos los riesgos porque su espiritualismo -una especie de espiritualidad panteísta basada en la fe ciega en el hombre- era tan genuino como su afición por los aviones o su amor por las estrellas.

De niño sus amigos le llamaban Tonio y sus camaradas de vuelo, Saint-Ex. «No estoy muy seguro de haber vivido después de la infancia», le escribió en una carta a su madre cuando ya había atravesado el Sáhara y los Andes y la Patagonia repartiendo el correo aéreo con la compañía Aeropostal. En 1928 pasó un año y medio como jefe de destacamento en Cabo Juby, una remota zona del protectorado español del Sáhara. Allí, Saint-Exupéry notó que «un silencio no se parece a ningún otro silencio», y cada estrella «es la estrella de los Magos». Algunas de las páginas más bellas que escribió surgieron de aquella experiencia.

Un hombre difícil

En 1931, Saint-Ex se casó con Consuelo Suncín, que era salvadoreña y más tarde le inspiró el personaje de la rosa de «El pequeño príncipe». Consuelo era ególatra, sensual y caprichosa. Las infidelidades de Consuelo fueron tan numerosas como las del propio Saint-Ex, que mantuvo relaciones paralelas con otras muchas mujeres y nunca le puso las cosas fáciles a su mujer. Era un hombre difícil y derrochador, que sólo se sentía a salvo cuando pilotaba un avión y se hallaba cerca de las estrellas.

De hecho, Saint-Exupéry empezó a colaborar en la prensa a causa de los graves problemas económicos que sufrió cuando perdió su empleo en la Aeropostal. En total, entre 1932 y 1938, escribió medio centenar de crónicas, en las que solía contar sus experiencias como pionero de la aviación comercial. También ejerció de reportero en la Rusia de Stalin y durante nuestra Guerra Civil.

Saint-Exupéry estuvo dos veces en España: primero en agosto de 1936, en Barcelona y en el frente de Lérida, y luego en abril de 1937, en el Madrid sitiado. A Saint-Ex no le preocupaba la política, sino la espiritualidad del ser humano. En un café de Barcelona vio detener a un hombre al que iban a fusilar por «fascista»: «Esta guerra no es una guerra sino una enfermedad», escribió en su primera crónica. «En una guerra civil el enemigo es interior y se lucha casi contra uno mismo», escribió en otra.

Mil páginas

El mejor título de Saint-Exupéry es el que nunca pudo revisar y quedó en un simple borrador: «Ciudadela», el libro de mil páginas con sus reflexiones y pensamientos. Pero poca gente ha leído «Ciudadela», y en cambio todo el mundo conoce «El pequeño príncipe», que escribió en su exilio en Estados Unidos, en el verano de 1942, antes de regresar a Europa para luchar con la Francia Libre -cuando había superado con creces la edad máxima de piloto-, hasta aquel día de julio de 1944 en que nunca regresó a la base.

James Salter, que también fue piloto y conoció en Nueva York a la misteriosa y coqueta Consuelo, proclamó una vez en una charla con sus amigos: «Qué privilegio habría sido poder conocer a Saint-Exupéry». Al leer esta biografía, el lector podrá hacer realidad el deseo de Salter. Y estará en condiciones de asegurar que ha conocido a Tonio, a Saint-Ex, al poeta, al visionario, al comandante Antoine de Saint-Exupéry que nunca regresó a la tierra porque sólo quería ser un simple jardinero.

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