Elvira González (a la derecha) con sus hijas, Isabel y Elvira Mignoni, en su nueva galería madrileña
Elvira González (a la derecha) con sus hijas, Isabel y Elvira Mignoni, en su nueva galería madrileña - Belén Díaz
ARTE

Elvira González, la transición tranquila

Uno de los acontecimientos de la temporada que ahora comienza es el cambio de sede en Madrid de la galería Elvira González. Así se formaliza el paso de testigo de la veterana galerista a sus hijas. Con ellas hablamos, de pasado y de futuro

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Retira Elvira González (Madrid, 1937) unos papeles de la mesa y aparece una foto dedicada de José Tomás: «Yo es que soy taurina», confiesa esta mujer con el candor con el que todo lo expresa. «Quieren que este sea mi sitio en el despacho de la nueva galería, pero yo prefiero sentarme allí», dice señalando la estancia de los asistentes. La veterana galerista, con una biografía poco común, fundadora primero de Theo y luego del espacio que lleva su nombre, se «retira» tras 50 años. Cede el testigo a sus hijas, Elvira e Isabel (que ya han pilotado la nave con ella desde 2014), aprovechando el traslado de la galería a la calle Hermanos Álvarez Quintero, en Madrid. Hablamos con ellas para repasar el pasado y el futuro de esta firma.

–Primera pregunta para Elvira. ¿Es el arranque de este espacio una despedida definitiva?

Elvira González: No es que sea una despedida. Es más bien un traspaso de gestión, aunque hemos de reconocer que ya estaba un poquito avanzada. Soy de las que piensan que uno se jubila trabajando menos. Pero estaré por aquí. A partir de ahora voy a tener una opinión, pero que no será una imposición. Además, ellas lo hacen muy bien, así que, ¿para qué?

–Sí que es una bienvenida a algo. ¿A qué exactamente?

Isabel Mignoni: Para nosotros es un reto. Trabajando en la línea habitual de exposiciones, con nuestros artistas, incorporando gente nueva, contaremos ahora con un espacio de dimensiones más grandes y que se «expone» más a la calle. El reto pues es hacer algo más ambicioso. Y habrá que exigirle lo mismo a los artistas. Nos estamos complicando la vida, pero en un sentido muy positivo.

–¿Qué ha propiciado el cambio?

I. M.: Algo tan sencillo como que no nos renovaban el contrato del local anterior. Sin embargo, es cierto que llevábamos un tiempo buscando un sitio más grande. Al trabajar en un primero teníamos muchos problemas para exponer esculturas con un cierto peso, por ejemplo. Pero no queríamos cambiar de barrio. Muy de sorpresa nos encontramos con este local vacío y nos lo pensamos poquísimo.

–El espacio lleva la firma de Marcos Corrales, un arquitecto que las conocía bien.

¿Escribir mi historia? ¿Para qué? Me deprimiría. Es lo malo de tener buena memoria

I. M.: Él nos diseñó el espacio de General Castaños, y su padre, José Antonio Corrales, fue el arquitecto de la galería Theo. El diseño de este lugar se ha desarrollado de forma muy natural, porque nos entendemos muy bien. Él ha sido visitante de todas las exposiciones en General Castaños. Hemos hablado mucho de arte, de galerías que nos gustan, de la imagen que quieres dar al exterior, está casado además con una artista... Entendió rápidamente nuestro deseo de abrirnos a la calle, de hacer fluido el discurrir por las salas, el desarrollo de partes más privadas y más públicas...

–Cuando uno lleva a sus espaldas marcas como las de Theo y Elvira González, es imposible hacer borrón y cuenta nueva. ¿Qué va a permanecer?

Elvira Mignoni: ¡Hay tantas cosas que no se podrán hacer y que hicieron esas galerías! Proyectos con Rothko, Chillida...

E. G.: Pero todo trabajo debe verse como una continuidad, a pesar del espacio.

I. M.: Una curiosidad que nos hemos traído es lo que llamamos «los cajetines»: los ficheros de todo lo que ha entrado desde los orígenes de Theo. Al tirar de ellos te das cuenta del privilegio que tuvimos de trabajar con tal artista o coleccionista.

E. M.: Por eso no se puede pensar en el borrón y cuenta nueva. Lo que ocurre es que posiblemente ya no podremos hacer una expo con un mondrian. Tampoco tendría sentido. Comercialmente no funcionaría.

E. G.: ¡Pero comercialmente no se hacen las cosas! Estoy segura de que cuando yo hice esa expo del mondrian tampoco era comercialmente lógico hacerla. El caso es que se vendió.

I. M.: Yo tengo una admiración enorme por la gente que comienza una galería desde cero, sin archivos, sin contactos... No podemos renunciar a lo que aportó mi madre. Al revés. Hay que exprimirlo. Y hacerlo incorporando a gente nueva.

–Elvira: usted fue hija de bailarina (Elvira Lucena) y de escultor (Juan Cristóbal). Dicen que eso forjó su personalidad, su sensibilidad, y que dio pie a un tipo de galerista diferente.

E. G.: Lo que debe guiar a todo galerista es el entusiasmo, el interés, la curiosidad y la pasión. ¿Si me sirvió mi educación? Claro. Me facilitó un camino y me hizo ver el arte como algo natural. Recuerdo que, bailando con Pilar López en Londres, yo era la que instaba para ir a la National Gallery, y había una compañera que repetía con insistencia: «¡Más ensayo y menos museo!». Yo le contestaba: «¡Para bailar goyescas tendrás que ver cómo son los cuadros de Goya!».

–¿Ocurrió lo mismo con Isabel, Fernando y Elvira? ¿Tener los padres que tuvieron hizo más fácil dedicarse a esto o una mayor responsabilidad?

E. M.: Aunque suene pedante, para nosotros estar en una galería era muy natural.

I. M.: Salíamos del colegio y veníamos aquí, por donde pasaba Palazuelo, al que al principio no entendías nada de lo que decía, entre metafísico y matemático. O donde Chillida hablaba del «peso de la luz», que nos sonaba raro... Todo eso, hoy, forma parte de nuestra gramática.

E. M.: Sin embargo, desde que mi madre abrió su primera galería todo ha cambiado. Antes había una parte muy romántica en esto, y hoy tienes que ser más transaccional, echarle más cabeza a nivel económico. A mí hoy no se me ocurriría traerme a mi hija porque es un espacio más profesionalizado de trabajo. Y creo que lo primero que Theo aportó al ámbito galerístico español es que se preocupó por viajar, ver qué pasaba fuera, recuperó artistas como los de la Escuela de París. Hacer ferias fuera, algo que ahora parece que es la salvación de la galería, era y es lo natural.

E. G.: Pero perder la parte romántica es perder el disfrute...

–¿Waltercio Caldas para inaugurar por algo en especial?

I. M.: Estaba en el calendario, pero es que además es un artista cuyo trabajo potenciará que el espectador repare en el lugar. Su obra es de referencias espaciales, y las esculturas siempre dialogan con el espacio. Era ideal para estrenar esta galería.

–Es más grande que la anterior, lo que permite otras posibilidades. Olafur Eliasson, por ejemplo, mostrará una pieza puntual de forma paralela.

Lo que debe guiar a un galerista es el entusiasmo, la curiosidad, la pasión. ¿Si me sirvió mi educación? Claro

E. M.: Una de las cosas que a mí más me gustan del cambio es que los nuevos espacios son un reto para los artistas. No los conocen. Pero también para nosotros. Disfrutamos mucho con los montajes, y también va a suponer comenzar de cero. Eso motiva mucho. Una galería debería cambiar de espacio justo por esto cada cierto tiempo.

I. M.: En General Castaños estábamos bien, pero justo para acabar con esta monotonía estábamos planteándonos lo de hacer exposiciones «pop-up» en otros entornos. ¡Nunca hemos podido exponer cuadros grandes de Barceló, y los tiene maravillosos! Es el momento.

–Madrid ha tendido a nuevas galerías de tamaño ínfimo. Barcelona, a lo contrario. Ustedes han optado por lo segundo.

I. M.: No es que nos hayamos confundido de ciudad. Al revés: creo que son los de Barcelona los que quieren venirse para acá, que es donde hay vidilla. Han sido valientes. Pero es que allí hay unos locales que no encuentras en Madrid.

–Elvira se refería al heroísmo del galerismo cuando su madre se inició. Pero, ¿no siguen siendo estos tiempos heroicos para el galerismo en España?

E. G.: Siempre ha sido difícil montar una galería y mantenerla. Por eso yo hablo de vocación.

E. M.: Abrir una galería ahora es ya de por sí una inversión porque pronto tienes que pensar en ferias. Y necesitas contactos.

–¿Hay tercera generación de galeristas ya en marcha?

E. M.: Yo tengo cuatro hijos; Fernando, un niño de cinco... A uno de ellos le gusta mucho el arte, pero no le veo en este mundo, aunque es algo que siempre podrá tener.

E. G.: Ese hijo suyo del que habla será coleccionista.

–Hablábamos antes de los cajetines y la buena memoria de Elvira. ¿No se ha planteado lo de escribir sus memorias?

E. G.: ¡No, no, no! ¿Para qué? Hay una editorial que me dio un avance y le tuve que devolver el dinero. Mi madre dio conferencias sobre danza en París que ahora se están ordenando y me han pedido un texto, lo que me está costando un gran trabajo... Me deprime. Es la consecuencia también de tener memoria: Te acuerdas de gente que falta.

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