ARTE

Cuando lo «cañí» no quita lo valiente

Pilar Albarracín juega con roles y rituales, desmantela identidades. Tabacalera-Madrid se convierte en su último escenario

«No comment» (2018)

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En terminología del jazz, «to freak freely» significa entregarse al placer de la improvisación, aunque en esa expresión también late la condición del monstruoso o de lo raro. En cierta medida, los divertimentos carnavalescos de Pilar Albarracín (Sevilla, 1968), con lo que tienen de parodias neobarrocas, podrían entenderse en esa constelación de lo divertido y anómalo, de la contestación sarcástica, de la irreverencia lúdica.

Entré en contacto con ella en los noventa, cuando había realizado acciones como Sangre en la calle o Escaparates , que entendí como reacomodos de propuestas feministas de cuestionamiento de los roles, en la estela de las conocidas fotos de Cindy Sherman.

A lo largo de los años, ha tenido el «atrevimiento» de mimetizarse con unas muñecas aflamencadas en Musical Dancing Spanish Dolls (2001); preparar, a su manera, la Tortilla española (1999), en cierto diálogo con la «semiótica de la cocina» de Martha Rosler ; componer mandalas con bragas usadas o generar una instalación versionando el grabado goyesco de Asta su Abuelo con el asno (Asnería, 2001).

Que me quiten lo bailao es el desafiante título de la oportuna revisión del trabajo de una de las artistas españolas más singulares, que significativamente ha tenido mejor acogida galerística, crítica y curatorial en el extranjero que en el país al que constantemente aluden sus obras. En la entrada de Tabacalera terminó precisamente la peregrinación de un centenar de mujeres que desde Sevilla viajaron en tren hasta la capital vestidas de flamencas como preámbulo folclórico de ese imponente paso procesional invertido, esa cruz boca abajo desde la que contemplamos una foto de Albarracín sujeta al cuerno de un toro, afrontando el peligro con la bata de cola. A lto voltaje simbólico en una exposición no pensada para «indiferentes».

Flamenco de guerrilla

Como bien advierte Jesús Carrillo en el catálogo, Pilar Albarracín pertenece a una generación de mujeres artistas, críticas y comisarias «que desde comienzos de los 90 tomaron como eje de su trabajo la impugnación del patriarcado que organiza el espacio social y que satura el lugar de enunciación del arte». Basta recordar que, en 2005, esta artista acompañó a las Guerrilla Girls de flamenca con el rostro cubierto por un pasamontañas.

«Viva España» (2004)

Homi K. Bhaba ha señalado que lo performativo introduce una temporalidad del «entre-medio», y es en ese intersticio donde interviene Albarracín, jugando paródicamente con roles y rituales, desmantelando identidades y pervirtiendo tradiciones. Pía Ogea , comisaria de esta muestra, señala que en su obra hay siempre una radical búsqueda y puesta en cuestión de códigos, costumbres y cánones, «todo ello desde una estética brutalmente bella, barroca, basada en una mezcla de ancestrales tradiciones y rotunda modernidad».

Recuerdo la extraordinaria y misteriosa reflexión de Confucio : «Para que pueda decirse que hay música, ¿pensáis que sea necesario organizar las pantomimas en un espacio definido, tomar plumas y flautas, hacer resonar las campanas y los tambores? Cumplir la palabra dada es una ceremonia. Actuar sin esfuerzo ni violencia, eso es música». En la música se encuentra un modo de canalización de una violencia esencial o una «promesa de reconciliación». Albarracín no es «senequista», aunque sea visceralmente sevillana , ni es la moderación uno de sus atributos. Al contrario: tiende a «dar el cante». En Lunares (2004), ella los genera punzando su cuerpo con alfileres hasta que brota sangre y, cuando se arranca a cantar ( Prohibido el cante , 2000), parece que le va a dar algo.

En comunidad

Cuando nos quedamos reducidos a consumidores, cuando hemos comprendido el carácter obsolescente de la utopía, tenemos que generar formas diferentes de comunidad; ocasiones para, al menos, estar juntos, en una situación dialógico-carnavalesca -por aludir a Bajtin- o en la dinámica del liso y llano «cachondeíto». Albarracín se fotografía primorosamente vestida con la bombona de butano al hombro, o de torero, entaconada y con una olla a presión bajo el brazo. Sus obras son algo más que «ocurrencias» , tienen algo de diégesis: una guía que instaura tanto una narrativa cuanto un tono de transgresión que nos evita la repetición fatal de los estereotipos, al tiempo que nos presenta cuestiones francamente indigestas. Está siempre lidiando con topicazos, desde «lo andaluz» a «lo femenino» o la ideología (francamente neoliberal) de la creatividad.

No tiene miedo a salir por peteneras. Incluso colgada en un boundage, ataviada con mantón de manila, o amordazada en una taberna taurina, continúa riéndose con enorme inteligencia de nuestros estereotipos. El exhibicionismo divertido de esta creadora hace que nos reencontremos con una actitud tan gamberra cuanto astuta. Hace años pegó por las calles de Sevilla una fotocopia con su imagen, ataviada con un cantoso abrigo, y con la frase «Soy Pilar Albarracín, me he perdido. Si me encuentras llama al tlf…». Sabe de sobra que, en vez de ayuda, pueden darle una puñalada trapera. Así, en la foto No comment (2018) vemos que hasta los peores momentos se lo toma a guasa.

Pilar Albarracín. Que me quiten lo bailao. Tabacalera. Promoción del Arte. Madrid. C/ Embajadores, 53. Comisaria: Pía Ogea. Hasta el 27 de enero de 2019.

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