CINE

Christopher Nolan, el domador del tiempo

El autor de «Tenet» devuelve al público el placer de ir al cine con otro gran espectáculo, consecuente con sus obsesiones

Elizabeth Debicki y John David Washington, en una imagen de «Tenet»
Federico Marín Bellón

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Lo primero que sorprende de Christopher Nolan es que aún no haya cambiado su apellido por Nolon, para convertirlo en un palíndromo. Daría así munición a sus enemigos, que le critican el retorcimiento de sus guiones, su supuesta falta de profundidad y hasta un exceso de talento mal entendido, valga la ambigüedad.

Como el tipo se defiende solo, nos centraremos en su vieja obsesión por la duración de las cosas . En Memento hacia un calcetín del calendario, estampado de notas y tejido de olvidos. Origen juega con unas matrioskas del tiempo. Interstellar galopa por los universos paralelos. Dunkerque superpone tres esferas temporales sobre el mismo bastidor, cada manecilla a su ritmo. Hasta en Insomnio , más para todas las mentes, lleva a Al Pacino allá donde la Tierra da la vuelta y la hora no importa, porque siempre es de día. Tenet es un palíndromo, con el presente como bisagra y una estructura aún más enrevesada. Con Batman reinventó la franquicia y hasta el género , pero lo suyo son las historias originales, con las referencias justas.

Tenet parece rodada con dos cinexines simultáneos e inversos, aunque esta vez su hermano Jonathan no colabora para darle a la otra manivela en sentido contrario. La película confirma la obsesión de Christopher por las manecillas, que dobla a su antojo, como Dalí , sin permitir que el espectáculo se deteng a hasta mucho después de los créditos. La peonza de Origen seguía girando en nuestras cabezas y la acción en espejo de Tenet deja reflejos difíciles de borrar.

Sus guiones son la obra de un relojero, no un mero espectáculo pirotécnico. Un artesano rico, desde luego, capaz de estrellar un 747 de verdad y de cerrar kilómetros de autopista en Estonia. También es un tipo hermético y paranoico. A su amigo Michael Caine solo le dejó leer su parte de guion. El pobre no sabía ni de qué iba la cinta. Puede que aún lo ignore, si nos fiamos de los chistosos del «Nolantiendo» (un hallazgo, admitamos). Su perfeccionismo es diabólico: el reparto aprendió los diálogos al derecho y al revés. Al menos no tenían que girar la cabeza.

Algunos no lo aguantan, pese a todo. Están en su derecho, pero aún tengo clavado un «Nolan, aprende» que escribió un colega respetable para defender la obra de Fincher , como si para ensalzar a Truffaut hubiera que disparar a Wilder . A este, como a Hitchcock , también le criticaban su ligereza. «Cuando quiero enviar un mensaje recurro al servicio de Correos», replicaba el genio.

Sentir, tal vez entender

El cine de Nolan tiene algo parecido a mirar el mar o embobarse ante el fuego, como ha hecho el ser humano desde las cavernas. Luego le gusta echar más madera talada en el libro de Hawkins , pero tiene la habilidad y el talento de lograr que se entiendan sus historias, o como mínimo que se sientan, como recomienda la actriz Clémence Poésy .

Iñárritu disfruta cuarteando sus tramas en la sala de montaje . Nolan lo hace sobre la mesa de guion y luego necesita hasta el último departamento para una puesta en escena abrumadora, con un montaje también peculiar, rapidísimo pero no nervioso, espoleado por unos diálogos centelleantes , como de cine negro antiguo, de cuando los guionistas y hasta los estudios confiaban en la inteligencia del público. Nolan es un profesor brillante que cree en sus alumnos. Prefiere perder a algunos que frenar al resto, justo al revés que la educación moderna.

Puede que Tenet no resista el análisis de la física, ni falta que hace. Lo suyo es un parque de atracciones del tiempo. Si será capaz de invertirlo que nos ha devuelto las ganas de volver a las salas. ¿Y a quién más se le pueden dejar 200 millones sin perder la calma? Otros se dedican al arte para pasar a la posteridad. Nolan parece dispuesto a atravesarla, que sea la posteridad la que pase por él , plegada a sus deseos. Dadle tiempo.

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