Chapu Apaolaza, autor de «7 de julio»
Chapu Apaolaza, autor de «7 de julio»
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Chapu Apaolaza: «Correr en San Fermín es nacer de nuevo»

El periodista guipuzcoano recorre, como si fueran siete encierros, la mayor fiesta de Pamplona en su libro «7 de julio»

Madrid Actualizado: Guardar
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Tranquilo, rubio y con unos ojos claros penetrantes. Chapu Apaolaza transmite calma en cada pisada de su suela contra el asfalto. Es observador profesional y lo apunta todo con la pluma que suele llevar encima; deformación profesional. Lleva mucho tiempo lejos de su natal San Sebastián, y del paraíso terrenal que Pamplona representa para él. De San Fermín ha escrito su primer libro, recién salido a las estanterías. «7 de julio» (Libros del KO), explora en siete etapas la mayor fiesta pamplonica del año; habla de sus cambios a lo largo de los tiempos, del origen de la relación del hombre con el toro y de las pasiones que desata este brutal y sincero acercamiento a la naturaleza.

¿Qué es San Fermín?

Yo creo que es un estado de ánimo. Una fiesta en la que cambian todos los parámetros de nuestro modo de comportarnos. El hecho de pensar que es un sitio donde no hay reglas es una lectura muy débil. Dice Gabriel Asenjo, que es un analista de San Fermín increíble, que ponerse el pañuelo rojo es un compromiso con la vida. Es un cheque en blanco a la alegría, a la amistad desbordada y al lado más luminoso de todo lo que hacemos. Yo creo que eso es en esencia esta fiesta, y por eso va tanta gente. Hay muchos extranjeros que se han quedado un poco pillados porque cuando conocen ese lugar emocional que es San Fermín, piensan: «yo me imaginaba que tenía que haber un lugar en el mundo que fuera así». Un lugar en el que todo son abrazos, donde se busca el lado bueno de las cosas, la luz. San Fermín es el paraíso en la Tierra.

Desde fuera a veces se dice que son dos cosas distintas y contrapuestas: el encierro, los bailes tradicionales… y que solo son calles llenas de borrachos.

No deja de ser una fiesta en la que hay alcohol. Yo creo que estamos cercanos a las fiestas que hemos tenido durante toda la historia de la humanidad. Cercanos a las celebraciones romanas, o a las persas, en las que sacaban a las momias para recordar que tú vas a ser eso, que disfrutes del momento. Entonces esto es una fiesta popular en la que hay botas, hay vino; es la máxima expresión del in vino veritas. Pero lo que pasa allí es verdad, no está sólo provocado por el alcohol. El encierro provoca en las personas un acercamiento tan cercano a la verdad de la vida, y a la fragilidad de esta, que la gente celebra y bebe mucho porque está muy cerca a eso, pero no es el alcohol por el alcohol.

En San Fermín y en el toreo hay un acercamiento a nuestro lado más salvaje y animal, ¿nos hemos alejado mucho de eso y necesitamos volver a conectarnos?

Sí. Yo creo que el encierro y la presencia del toro en la ciudad nos reconecta con nuestra parte más animal, nuestra parte más tribal y nuestra parte más esencial, que tenemos dentro. En realidad nos estamos enfrentando con la muerte, y la vida es vida cuando se enfrenta con la muerte. Quizás en la sociedad hay un mecanismo que hemos fabricado nosotros mismos en la que nos olvidamos de que nacemos y morimos, y que esto son dos días. San Fermín nos une a eso, nos lo recuerda, y nos une al lado más salvaje de apreciar la vida a través de la naturaleza. No soy sociólogo ni antropólogo, pero yo creo que los pueblos se unen a la naturaleza y se miden con ella para recordarnos que somos animales en el mejor sentido de la palabra. El toro nos acerca a eso, a lo más salvaje y a lo más verdadero que hay dentro de nosotros.

¿Se siente más vivo en el encierro?

Después del encierro te sientes muy vivo. Correr en San Fermín es renacer. Creo que todos los que lo corren sienten que han nacido de nuevo. Es un renacer consciente, volvemos a una vida que hemos notado, casi físicamente, que se nos iba. No sé si es un mecanismo un tanto frívolo para saber que estamos vivos, no sé si otra persona que lo esté pasando mal tiene esa necesidad, pero nosotros sí. Después del encierro, hasta las albóndigas y el vino tinto con gaseosa parecen un manjar, la ambrosía de los dioses. Ver a tus amigos de nuevo, a tu familia, todo es nuevo y te sientes renacido.

Además, en el encierro, no como en la plaza, el toro está en toda su esencia, conserva toda su fuerza y su agilidad.

Sí, quizás de todas las suertes de la tauromaquia, en la que más nos ponemos a su altura es en el encierro. Metemos al toro en nuestra calle, es decir, en casa. El enemigo, la bestia, la ponemos en la calle en la que todos los días compramos el pan y nos metemos en esa calle con el toro. Aunque en realidad la suerte más complicada es el toreo, porque si ya es difícil correr, que es algo natural, en el toreo te quedas quieto frente a él. Además en el encierro no nos van a juzgar, sí si causamos mal a otros corredores, pero no te van a decir nada por apartarte pronto del toro. En el toreo hay 20.000 personas juzgándote.

Igualarse así al toro ofrece una emoción que no siempre tiene el toreo.

Es otra cosa completamente distinta, en el que intervienen muchos estados de ánimo, el toro, el torero. En el encierro tan solo la carrera ya es emocionante.

E incluso por la televisión, hay una preocupación colectiva por los corredores.

Sí, dentro del encierro hay una hermandad indestructible. Conozco gente que daría su vida por otro corredor que no conoce de nada. Cuando un toro está cogiendo a alguien hay otros que lo colean, se enfrentan a él a pecho descubierto. Quizás sea un mecanismo para recordarnos la empatía hacia nuestros semejantes. Que muchas veces la perdemos en analizar, en trazar tantas rayas y tantos grupos de buenos y de malos, y quizás a las 8 de la mañana en el encierro estemos todos en el mismo bando.

Sin embargo, como señala en el libro, ha habido una competición fea.

Sí, desde que en los 80 entra la televisión pasó algo bueno y algo malo. Lo bueno es que la gente en Panamá ha podido vibrar en su casa con una carrera en Pamplona. Lo malo es que, según algunos, hay corredores que tienen demasiado protagonismo. Pero creo que es una pereza periodística, no nos gusta esquiar fuera de pista y los personajes se hacen conocidos porque siempre se entrevista a los mismos. Alrededor de eso, hay gente que ha buscado cierto protagonismo, ante las cámaras y en la cara del toro. Hay gente que ha querido coger toro todos los días, y otros que han hecho una sola carrera magistral. Ha habido y hay una competición fea en la que se ha empujado al que va delante del toro. Hay que respetar al corredor, al que está en la cara del toro. Quizás sea ese el mayor peligro que hay.

¿Y los corredores que no saben correr?

Creo que se le ha dado una importancia excesiva a la masificación y al no saber del guiri. El guiri ha sido la cabeza de turco de un asunto en el que no solo ha tenido la culpa él. Las personas que no saben correr muy bien no tienen por qué ser un problema para los demás. Hay una selección natural que te hace dar zancadas a la pared para apartarte, pero en el centro de la calle no hay nadie que no sepa, porque tienes que dominar tu instinto de apartarte para mantenerte ahí. Sí que hay otro peligro muy fuerte, porque el encierro se llena de gente que cree que puede estar dentro mirando y que no pasa nada. Eso crea un colesterol que se pega a los lados de la calle y cuando actúan, lo hacen con pánico, que es el miedo repentino. Eso sí me parece peligroso. Pero lo más peligroso es la competencia desleal entre corredores.

Hay un miedo natural en el encierro, ¿estos peligros lo aumentan?

Es un encierro masificado, y por eso hay menos peligro de que el toro se fije en una sola persona, con tanta gente puede no distinguir. Pero sí que tiene otro peligro. Se corre con gente que no sabe y son muchos. Y sí que da miedo la gente, porque la gente es un catalizador. Sentimos que esas personas introducen incógnitas en la ecuación. Cuando ves a alguien en chancletas, aunque está permitido, entras en pánico porque piensas que se va a caer y detrás vas tú. Cuanta más gente, más miedo se pasa.

De todos modos hay una especie de escándalo continuo con el encierro. Como la gente no sabe muy bien de qué hablar, dice que un día va a pasar una desgracia. Y claro que va a pasar, va a morir gente, va a pasar. Quizás la gente no está preparada ya para ver la muerte porque la ha borrado de su camino. ¿El encierro es una locura? Sí. ¿Y hay mucha gente? Sí. ¿Y hay toros? Sí. El que quiera que se meta, y el que ya no tenga corazón para hacerlo, que se vaya. A mí me terminará ocurriendo y espero que sea pronto. Pero todo eso, que sea sabiendo lo que se hace.

Hay una constante lucha dentro del corredor con el miedo a correr: las ganas de dejarlo, y a la vez, las de correr otra vez.

El corredor es un preso. Está preso de los peligros y de su voluntad más razonable. Queremos que llegue el día 7, y por otra parte lo estamos temiendo. Por las mañanas a veces creemos que vamos a vomitar. Entendemos que esto tiene que acabarse, y por otra parte queremos que no se termine nunca porque es una de las cosas más bellas que nos sucede en la vida. Yo creo que el encierro explora las partes más complejas, y a la vez más básicas, del ser humano. Encuadramos lo salvaje, lo primitivo, con nuestro trabajo, nuestra familia, nuestros amigos… Camina en lo más complejo del ser humano; la voluntad, si vale la pena, por qué hacemos esto, si tenemos que hacer las cosas por algo, si es moralmente correcto. Yo no sé si es moralmente correcto correr. Pero desde luego hay un acercamiento a cuestiones que no son evidentes.

Sí que es complejo, porque nadie que conozca a Chapu Apaolaza lo imagina con 220 pulsaciones por minuto, como dice en el libro.

(Ríe) ¿Aparento tranquilidad?

El encierro ha creado muchísimos mitos. Uno de ellos es que somos los valientes pamplonicas. Pero somos personas como cualquiera. Hemos tenido la suerte de caer en este río, pero somos normales. Mi psicóloga me describió como una persona controladora de las situaciones y con un miedo importante a morir. Eso te da una imagen de lo que es un corredor. No somos los tíos más duros del barrio.

Pero la persona que vence al toro es un héroe, se sobrepone a algo superior a él.

Claro. El mundo del toro es un teatro, y una representación de la vida. Igual que en las tragedias griegas o en las películas de vaqueros, hay héroes. Cuando un corredor logra una carrera preciosa y sale indemne, todos sentimos que hemos vencido un poco. Todos nos hemos sobrepuesto al mal que representamos en el toro. Por eso hay un juego en el que se convierten al que vence al toro en un héroe. Pasa en todas las culturas; los masai que cazan al león… Todos proyectamos un poco esa historia. Por eso los corredores somos vistos como héroes, pero cualquiera puede correr un encierro.

En el toreo también está lo de sobreponerse a algo superior al hombre.

Sí, pero es muy diferente. El torero es una figura, es el protagonista. El corredor es una pieza de un engranaje más grande. El torero es un ser altivo, tiene que serlo, y en cambio el corredor lleva la humildad por delante de todo. Si uno es un chulo será considerado por todos como un imbécil el resto de su vida. Hay corredores a los que les gustaría no aparecer nunca en una foto. De hecho algunos han corrido muy bien y no lo dicen, les preguntas y dicen «no, no…» y miran para otro lado. Correr es poner tu vida al servicio de algo que es más grande que tú. Yo lo digo en el libro, en el encierro no he sido nada, pero para mí el encierro ha sido todo.

Eso tiene una contra, justo por ese no querer aparecer y esa humildad, no se ha contado del todo lo que es el encierro, por eso yo quería contar sus historias. Yo quería contar cómo piensa un corredor, que no soy yo, si no todos ellos. Ese es el encierro de verdad. Pero la imagen que se da de la fiesta es la del imbécil de la GoPro, que sube el vídeo a Youtube diciendo que ha sido el primero en llegar, que ha tocado al toro y que es el más valiente del barrio. Cuando no se puede llevar GoPro, no se puede filmar en el recorrido, no se debe tocar el toro y no se debe correr detrás. Hay gente que hace todo eso y luego lo enseña en Youtube. Y eso se contrasta con los corredores humildes.

Además de humildes, son algo duros, como cuando cuenta que tiene los ligamentos rotos pero se va a beber y a ver los toros a la plaza.

Ahí hay un efecto del renacer. Si tienes una lesión soportable te da igual, porque vienes del infierno, estás siendo Lázaro. Tu ligamento te importa tres puñetas, lo único que quieres es vivir y la idea de meterte en un hospital es muy remota. Y aquí tendría que hablar un médico, pero es probable que sientas menos el dolor por toda la adrenalina que has soltado.

¿Por qué ha decidido escribir ahora de San Fermín?

En realidad no lo he decidido yo. Yo tengo mucha suerte, dentro y fuera del encierro; me dicen que estoy en la lista vip de San Fermín (ríe). Tuve la suerte de que un día leyera un artículo sobre mí Emilio Sánchez Mediavilla, de Libros del KO. Se fijó en el trabajo que hacía, le gustó y me propusieron hacer una historia sobre San Fermín. Creo que nunca lo hubiera escrito si no fuera por ellos. Descubrí que podíamos dar a luz a esto. Hay una parte muy importante de descubrirme a mí mismo, porque viendo quienes son los demás me vi a mí mismo. A través de toda esta gente fui entendiendo quién era yo. Y estoy muy contento porque hay personas que han comprendido un poco mejor el encierro de Pamplona.

¿Escribirlo ha sido como un encierro interior?

Sí, me he puesto delante de algunos toros interiores con los que normalmente no habría corrido. Nunca me había planteado tan en serio cuál puede ser la secuela sobre los míos de que yo tuviera un accidente. De si debo retirarme. Poner en negro sobre blanco toda la relación sanferminera con mi padre ha sido muy importante. Él murió en 1998 y había cosas que no había contado. Eso me llevó a explicarme quién soy, y quién soy respecto a él, y yo en gran medida soy mi padre. Le debo todo.

¿Correr el encierro ha sido una forma de buscarlo a él?

Sí, yo creo que cada vez que he ido al encierro lo he buscado a él. Siempre que me visto para el encierro estoy pensando en él, en aquel 7 de julio. Siempre lo estoy buscando. He hecho muchos viajes en mi vida, como cuando fui al sur fue en busca de los caminos que había abierto él. Y sí, cuando corro estoy buscándole a él, porque estoy buscando al día en que nos cruzamos tan claramente. En realidad todo el encierro viene por él, porque yo no soy una persona aventurera, ni un gran explorador, pero él sí que me llevó a este terreno.

¿Y si su hija quisiera correr el encierro algún día?

Pues mira, me encantaría. Sé que lo iba a pasar muy mal, pero el encierro me ha enseñado que hay veces que con cosas que lo pasas mal luego te hacen realmente feliz. Habrá momentos en los que si Macarena decide probar serán terribles, pero es como el encierro. También sabía cuando iba a tener una hija que iba a enfrentarme a otros miedos. Y si pasa en ese momento estaré muy indefenso. Pero estaré encantado. Además una de las asignaturas pendientes del encierro, y que está pasando cada vez más, es que las mujeres corran.

Ha pasado tiempo en Cádiz, ahora en Madrid, ¿cómo ve San Fermín la gente desde lejos?

Creo que hay dos maneras. Hay gente que cree que hay un misterio, que hay algo más, y gente que cree que es una tontería, una búsqueda de adrenalina y nada más. No sé si tienen razón, yo creo que no. Pero hay una gran parte de la población que no es capaz de entender esto, porque la idea que tienen de la utilidad de las cosas les ha llevado muy lejos de donde está el encierro, entonces, ¿para qué te pones delante de un toro? Pues no lo sé, ¿para qué escribe un libro Paul Auster? Hay una manía, una corriente, que intenta imponer la utilidad que tienen las cosas. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, y las cosas no están tan claras. El encierro y el mundo es un sitio súper complejo, y hay que respetar esa complejidad.

El año pasado fue anfitrión durante las fiestas de Carmen y Jorge y escribió sobre ellos. ¿Cómo lo viven una vez que llegan, se encuentran algo que no esperan?

He tenido la suerte de que toda la gente que he llevado son súper sensibles, como Carmen y Jorge. Se han sorprendido e incluso se han sentido en ese paraíso en la Tierra que es San Fermín. Me gusta estar cerca de la gente que descubre la fiesta, es bello. Es como si descubrieran el lugar que sospechaban que podía existir en el mundo y lo han encontrado.

Se parece a esa parte en el libro en la que aparece un Chapu joven para el que todo en el mundo es nuevo.

Sí, porque los códigos cambian tanto en esos días que es como descubrir un territorio nuevo. Yo animo a todo el mundo a que se acerque a Pamplona. Hay un mito terrible que dice que todo el mundo en San Fermín está manchado de vino, y a mí me parece genial, me he manchado muchas veces de vino, y hemos hecho muchas gamberradas. Pero esa imagen de San Fermín como una tomatina de sangría no tiene sentido, esa no es la realidad. Hubo un tiempo en el que se decía en las tertulias que se había vuelto muy salvaje. El tópico de que todo el mundo bebe de una zapatilla sucia, no es correcto. Yo creo que hay un San Fermín para cada edad, cuando eres joven buscas unas cosas, y cuando maduras, otras.

En el libro toca a veces la historia y la mitología, y cuenta algo tan sorprendente como que Carlomagno era matador de toros.

Empecé a ver toda esa documentación y fue bastante extraño porque había cosas que no sabía. No sabía cómo habíamos llegado a correr delante de los toros y matarlos en una plaza. He hablado con mucha gente, con historiadores, he estudiado investigaciones… Al final atando cabos es bastante más sencillo de lo que parece. Es bastante más universal de lo que creemos, aunque pensemos que es un hecho ibérico. Desde el neolítico, el que caza el toro se convierte en el más privilegiado del grupo, entonces pasa a ser algo de las clases poderosas, como los reyes, como Carlomagno. En toda Europa se toreaba, pero en el resto del mundo se extinguieron, los extinguimos nosotros, y los ganaderos aquí los han mantenido, la tauromaquia los ha mantenido.

¿Qué le han enseñado todos estos años de encierros?

Varias cosas. A convivir con el miedo, a no controlarlo, porque al intentar hacerlo vienen los problemas. A decirle que estás aquí y que vamos a hacer las cosas que quiero hacer, pero contigo. A mí me ha venido muy bien salir de la zona de confort, mirarme a los ojos y enfrentarme a mis propios fantasmas. Me ha enseñado a controlarme y tomar decisiones de manera racional, la importancia de ponerse el mundo por montera, la fragilidad de la vida y que hay que vivirla muy pegado al suelo y a todos los momentos que tenemos, y a dar las gracias. También me ha enseñado quién soy y de dónde vengo. A qué pertenezco. Me siento muy bien con quién soy y qué me han dado. Y me enseñó que no se me daba tan mal todo, yo nunca destacé en nada, pero me di cuenta de que había algo ahí dentro que podía aguantar de siete y media a ocho, tragar el miedo y salir adelante, me dio mucha seguridad en mí mismo.

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