ARTE

Bordando la pintura con Daniel Verbis

Según Verbis, en el arte, cuando unas cosas se hacen pasar por otras, se materializa lo inexplicable. Trampantojos en la galería Pilar Serra

Derribos Derrida (2017). Resina y madera

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Con Daniel Verbis (León, 1968) siempre hay «mucha tela que cortar». Pintor que sabe, más que pegar la hebra, seguir el hilo de Ariadna en su particular laberinto mental. Su imaginario rizomórfico ofrece sorprendentes plegamientos , lo que le lleva a expandir y, paradójicamente, (re)concentrar la pintura. No deja nunca de aplicar su óptica de precisión, sintomatológicamente duchampiana, aunque no por ello ajena a los placeres retinianos. Un impresionante mural, ejecutado en la galería de Pilar Serra para la muestra Cross-Dressing , está rematado por una máquina de coser que, inevitablemente, nos hacer recordar aquella mesa de disección surreal en la que confluye lo heterogéneo.

El libro de patronaje que ésta «interviene» da la clave de este fascinante sistema de «modelaje». En última instancia, se trata de continuar tejiendo, a la manera de Penélope , para evitar el sacrificio o la usurpación; en la urdimbre quedan sedimentados los deseos prodigiosamente velados. En un extenso y magistral texto en torno a sus recientes piezas, el artista indica que está «desnudando la apariencia» . Pero también se cuestiona la ideología de la transparencia, invitando a ir hacia la sombra y el azogue.

En este «devenir tejido del sujeto», cuando surge el sex-appeal de la pintura «inorgánica» (Mario Perniola), se «atraviesan los géneros» en una clave tanto estilística cuanto material, pero sobre todo en relación al intenso debate feminista de nuestra época . Verbis no cae en la impostura de hablar por «las otras». Al contrario: tiene perfecta consciencia del dominio fetichista que despliega, como es evidente en sus inquietantes obras realizadas con pantys desgarrados dentro de cajas de metacrilato. En esas «pinturas sin pintura» hay una trama pasionalmente turbia, como si estuviera reprimiendo algo familiar.

El gran cuadro que domina el espacio, Como oro en paño (2018), es un «trampantojo» que punctualiza el mandil de la criada de Danae recibiendo la lluvia de oro de Tiziano . La servidumbre queda literalmente plegada y magnificada, al tiempo que la planitud (modernista) queda sometida a la parodia en esta figuración extraña. La topología pictórica se expande en las esculturas, que tienen algo de minimalismo blando, como si la fenomenología obsesiva de Donald Judd hubiera sido recreada de forma «deliberadamente chapucera» por un artista que no tiene miedo a la ubicación epigónica.

«Hoy -advierte Verbis- el artista no puede permitirse el lujo de dar puntadas sin hilo». Él sabe que no todo es coser y cantar. A veces tirando del hilo, la prenda se deshace. En cierto sentido, la estética de este artista tiene algo de «nudo borromeo» , ejercicio manierista con el que intenta liberarse de la subjetividad rígida. Desde el Gran Vidrio duchampiano, surge un impulso por escapar de la «vida soltera», de esa monotonía que corta las matrices de Eros. Tenemos que aprender a bordar primorosamente otra vida, en el borde de la verdad en pintura.

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