ARTE

Max Beckmann, Ulises reencarnado

La exposición que el Museo Thyssen dedica a la figura de Beckmann explica a la perfección su camino hacia el exilio

«Doble retrato. Carnaval» (1925) y «Hombre cayendo» (1950)

José María Herrera

A Max Beckmann le ocurrió una cosa muy desagradable: sentirse alemán, profundamente alemán, en la misma época en que una masa de iluminados tuvo la sanguinaria ocurrencia de que ser alemán era algo muy distinto de lo que él pensaba. El precio para él de esta lamentable coincidencia fue, primero, la mafiosa hostilidad de sus compatriotas y, luego, el exilio . Era alemán como cualquiera es de cualquier sitio, por serlo sus antepasados; pero además lo era como únicamente pueden serlo los grandes creadores: a conciencia, o sea, como alguien que sabe que la única forma de custodiar una herencia es enriquecerla. Para él lo alemán no era una identidad folclórica al estilo nacionalista, sino una forma de estar en el mundo que, en su condición de pintor, identificó con la preferencia por la representación de la vida y el rechazo a cualquier forma de idealización.

Hijo de Grünewald, Durero, Cranach y los simbolistas , miró siempre con recelo a quienes vinculaban la evolución de la nueva pintura a la simple revisión de los medios de representación habituales. En 1912 polemizó con Franz Marc a propósito de la cuestión. Este veía la abstracción como el lógico desenlace de la Historia de la pintura a partir del Impresionismo. Beckmann, en cambio, estaba convencido de que un arte que no nos acompañe en los momentos esenciales de la vida no vale la pena. Quizá hubiera una conexión entre el Impresionismo y la pintura abstracta , pero: ¿acaso el Impresionismo es la vía central en el camino del arte? A su juicio, si la pintura abandonaba la representación de las cosas terminaría convirtiéndose en artesanía, una actividad decorativa útil para el diseño de papeles pintados o estampados, no para la expresión del alma humana.

La Guerra del 14, en la que participó como enfermero, le hizo aproximarse, sin embargo, al Expresionismo . Las inofensivas pinturas del principio ( Jóvenes junto al mar, El hundimiento del Titanic... ), dieron paso a otras en las que integró las deformaciones características de dicha corriente. Sin caer en el subjetivismo de Kirchner o Nolde , se dio cuenta de que para plasmar las miserias de una sociedad decadente no quedaba otra que afilar la mirada como si fuera un cuchillo. El pedernal del que se sirvió para hacerlo fue justamente la propia tradición alemana.

Estaba convencido de que un arte que no acompañe en los momentos esenciales no vale la pena

Sus claustrofóbicas composiciones de entonces, llenas de personajes encerrados en un espacio asfixiante -observen la serie de litografías titulada El infierno , una de las joyas de la exposición- evocan las planchas de madera de los tallistas alemanes del siglo XV. Años después, cuando deje Alemania hostigado por los nazis , encontrará de nuevo en la tradición germánica del retablo de altar, característico de la pintura medieval, un camino para no perder la identidad que le negaban sus compatriotas. Fruto de ello fueron los nueve trípticos monumentales acerca de la condición humana elaborados al final de su vida y de los que tenemos en Madrid estos días una muestra sobresaliente.

El armisticio que siguió a la Guerra del 14 no acabó con ella. Siguió ahí, agazapada como una fiera que aguarda otra oportunidad. El ambiente distaba de ser pacífico . Muchos artistas lo advirtieron. También Beckmann.

Aire criminal

En su obra más conocida, La noche (el espectador que acuda al Thyssen tendrá que contentarse con la litografía), se percibe con claridad ese aire criminal que tiene la época. Los verdugos estaban dispuestos a cambiar el mundo . En Alemania se vio claro a partir de 1930. El acuerdo entre los partidos que apoyaban la constitución de Weimar se rompió y esto permitió a Hitler aprovechar la crisis económica para sobrecalentar la calle y terminar con la República. ¿Quién quiere leyes teniendo el respaldo popular?

La posición de los pintores críticos se volvió difícil. Lo alemán, según las directrices establecidas por el partido nazi al hacerse con el poder, era incompatible con su visión del arte. La presión contra Beckmann en Fráncfort , donde era profesor de la Escuela de Artes y Oficios, le obligó a buscar el anonimato de Berlín, pero las campañas de descrédito organizadas contra quienes cuestionaban los principios nacionalistas -entre otras, la exposición de arte degenerado de Múnich- lo empujaron en 1937 al exilio.

Beckmann, un hombre que se retrató en cien papeles diferentes, se refirió a sí mismo al final de su vida como «un pobre Ulises» . Nunca retornó a casa, aunque al menos llevó consigo a su Penélope. Esperemos que exposiciones como esta del Thyssen de Madrid sirvan al menos para identificar a sus enemigos .

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