Doug Peacock, autor de «Mis años grizzly»
Doug Peacock, autor de «Mis años grizzly»
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«Mis años grizzly», cómo emular a Thoreau sin morir en el intento

En «Mis años grizzly», Doug Peacock relata su experiencia en una Naturaleza que no aparece en los mapas de los mochileros

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«En territorio grizzly el hombre tiene un estatus de segunda. La humildad es obligatoria». Doug Peacock, nacido en Michigan, casi destruido en Vietnam y redimido en Yellowstone, el parque de los glaciares y lugares inviolados de las Rocosas, es uno de los discípulos de Henry David Thoreau que han proliferado en los últimos tiempos. Naturalista, insumiso y ermitaño, Peacock encontró su lugar en el mundo infiltrándose en el hábitat del oso pardo. Inspirado por el padre de la literatura norteamericana, pero también por Edward Abbey, leyenda de la guerrilla ecologista, labró su prestigio con la denuncia de la sociedad de consumo, el turismo intrusivo y la depredación de los recursos naturales por las industrias petrolera y minera.

«Mis años grizzly» recoge su solitaria experiencia en una Naturaleza que no aparece en los mapas de los mochileros.

«El verdadero valor de esos sitios radica en el salto a la imaginación, el impacto del recuerdo que se sigue viviendo hasta la senilidad». La asunción de ese «estatus de segunda», la táctica de espiar sin ser visto (ni olido), probablemente le ha proporcionado a Peacock una larga vida, al contrario que a Timothy Treadwell, el mediático divulgador que convivió catorce veranos con osos en Alaska. Su novia, Amie, y él fueron devorados por plantígrados a los que trataba como adorables mascotas. «En la cara de los osos que Treadwell grabó no vi ninguna afinidad, ni comprensión, ni misericordia», comenta Werner Herzog, que contó su historia en el documental «Grizzly Man». «Solo veo la sobrecogedora indiferencia de la Naturaleza. Y esa mirada vacía solo revela un vago interés por la comida. Pero para Treadwell el oso era un amigo, un salvador».

Evitar malos encuentros

Para Peacock, en cambio, el grizzly es una criatura extraordinaria que nos retrotrae a un pasado mítico, cuando las grandes manadas de bisontes inundaban las praderas; pero, también, un carnívoro peligroso que nos puede enviar al otro barrio, por lo que es mejor evitar sus trochas y encames. Hay que observarlo desde lejos y al socaire. El autor abunda en los consejos para evitar malos encuentros y, en caso de producirse accidentalmente, cómo vivir para contarlo. Peacock podría enseñar un par de cosas a Hugh Glass, el trampero que inspiró a Iñárritu para rodar «El Renacido». También ironiza con el paroxismo litigante del ser humano: «Resultar herido entra dentro de lo posible cuando uno se adentra en territorio grizzly. Los únicos que no interpondrían demandas serían los grizzlies que, sin embargo, seguirían resultando los únicos afectados, mientras que la gente no dejaría de demandar a los gestores del territorio a cuenta de las avalanchas, la caída de rayos y, por supuesto, los ataques de osos».

La coartada inicial es Vietnam y sus cicatrices; esos «flashbacks» constituyen la parte más floja del relato, por muy ciertos que hayan sido los terrores nocturnos mientras la lluvia golpetea la tienda de campaña. El contraste entre el asfixiante zulo del «vietcong» y los maravillosos paisajes subalpinos chirría. Por suerte, Peacock abandona los traumas hacia la mitad del libro para centrarse en los osos, y salvo cuando cae en el ensimismamiento al analizar huellas o excrementos, o se siente John Rambo, su voyerismo con los grizzlies tiene pasajes apasionantes e íntimos que interesarán a los amantes de la Naturaleza salvaje.

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