LIBROS

«Animal insomne», la noche de Manuel Vilariño

La obra fotográfica de Vilariño destila una intensidad lírica que ahora vierte en el poemario «Animal insomne»

El artista y poeta Manuel Vilariño Ernesto Agudo

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La tarea de la poesía puede obligar a un tremendo descenso a los infiernos, allí donde, como escribiera Valente , «nada tiene más fuego que la ausencia». Las poesías de «Animal insomne» están atravesadas por la nostalgia reflexiva que tiene algo de «escritura de Orfeo» en el sentido blanchotiano. Manuel Vilariño (La Coruña, 1952) evoca o, mejor, recorre un lugar que es otro lugar en el que imponen su belleza la bruma, el bosque, el acantilado y el océano. Este extraordinario fotógrafo que no abandona nunca el aliento poético sabe que en el Paraíso está también la muerte ; desde la quinta «Bucólica» de Virgilio hasta el cuadro «Et in Arcadia Ego» sale a nuestro encuentro la calavera como rostro final de la melancolía, la conciencia de la finitud allí donde nos habían prometido la felicidad.

Este hermoso libro es, en cierto sentido, una versión contemporánea del «De Rerum Natura» de Lucrecio. Se nombran las flores y los árboles, las piedras, los animales, desde los pájaros hasta los que habitan en el bosque, de los seres marinos a las larvas, las libélulas, las musarañas o la araña que teje el olvido y el imponente animal que aparece cuanto todo se desmorona: el rinoceronte, el último «monástico del bosque».

Encontrar enigmas

Vilariño busca, aunque no aparezca, un rostro en el espejo, sueña y encuentra enigmas, sabe que solamente quedan las ruinas cuando está «lejos de todo, lejos de nada». La oscuridad lo envuelve todo , en un dominio de la sombra que recuerda la verdad de Paul Celan , y el tono de la poesía es el del barroco fúnebre, cuando lo que resta es aquella nada que Góngora describiera como hermosa pulverización del cuerpo enamorado.

Las horas pasan y llega el crepúsculo oscuro y «el peso de la noche»; a pesar de todo, Vilariño repite, en esta escritura que tiene algo de letanía, la experiencia del amanecer, en clara evocación del pensamiento de María Zambrano . No hay en estos intensos poemas, mediodía ni atardecer, la temporalidad atmosférica impone el frío y la lluvia. La música de Bach, Messiaen, Hayden, Schubert y Sonny Rollins ofrece un mínimo consuelo en este «viaje de invierno» aunque, en el fondo, el silencio es lo único que tiene entrelazado con el recuerdo del «amor invulnerable». Leemos, literalmente, un cuaderno del duelo cuando ya no quedan ni lágrimas. El artista es un animal solitario e insomne.

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