Juan Manuel de Prada - Raros como yo

Las algas rojas

Hoy glosamos a Maria Teresa Vernet, una escritora catalana notable por sus ideas adelantadas a su tiempo

Vernet (a la izquierda), con su amiga la periodista Ana María Martínez Sagi
Juan Manuel de Prada

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En una entrevista publicada en «Crónica», Ana María Martínez Sagi traza una jugosa semblanza de su amiga la novelista María Teresa Vernet (1907-1974), que llegó a disfrutar de fama y aplauso en los tiempos de la Segunda República, para caer después en el más lastimoso olvido (también entre sus paisanos): « Vernet es toda ella un hondo y acentuado contraste . Vive en un ambiente burgués y sustenta teorías avanzadas; se viste como veinte años atrás y os confiesa que, además de escritora, hubiera querido ser una danzarina notable; tiene todo el aire de una muchachita mojigata, muy soñadora y muy apegada a las tradiciones, y vive libre de prejuicios, es liberal y arremete siempre que puede contra el romanticismo “demodé”. María Teresa es posible que no se haya dado cuenta de que las mujeres se han cortado las melenas, de que poco o mucho se maquillan, de que siguen, en fin, los dictados de la moda. Ella continúa con su peinado anticuado, con sus blusitas inverosímiles de escote pequeño, con camafeos de la abuela por todo adorno, con los sombreros prehistóricos y la cara limpia de afeites. Desconcierta verla entre las muchachas de hoy . No; ella no sabe evidentemente lo que se lleva, ni el color ni la forma de los trajes de la temporada, ni tiene la menor noción de que existan un señor Patou y un Chanel y un Worth, que nos imponen sus deliciosas extravagancias. Preguntadle, sin embargo, por la biografía de un músico cualquiera. Consultadle sobre algún tema cultural. En los conciertos, en el Ateneo, en la Universidad, allí la encontraréis . Ha publicado varios libros en prosa y en verso; toca el piano a la perfección, tiene linda voz y baila maravillosamente. Es una artista, una verdadera y completa artista, de la que cabe esperar mucho».

Y, en efecto, la meteórica carrera de la laboriosa María Teresa Vernet no podía parecer más halagüeña. Nacida en Barcelona, pero muy ligada al Bajo Campo de Tarragona, donde había pasado su infancia (su padre había sido maestro en Villanova de Escornalbou), Vernet tuvo que abandonar sus estudios superiores por causa de una enfermedad. Su temperamento más bien retraído y alguna tribulación amorosa fácilmente rastreable en su obra la empujaron a una vocación literaria desvelada y precoz. Ya en la adolescencia había empezado a escribir poemas ; y con los diecinueve años recién cumplidos, obtiene con su primera narración, «Maria Dolors», el primer premio en un concurso convocado por «La Novel·la d'Ara». Aunque de temática sentimental, en ella Vernet ya plantea un asunto que se repetirá en sus siguientes entregas: el conflicto entre el amor intelectual y reposado y el amor pasional e instintivo . A partir de ese momento, Vernet desplegará una actividad creativa frenética, que le permitirá publicar (siempre en catalán) una novela al año, amén de alguna recopilación de poesía, muy en la órbita novecentista de López-Picó o Carner .

«Ataque a la feminidad»

En sus primeras novelas, Vernet propende hacia una prosa lírica, empedrada de imágenes y retórica simbolista, que perjudica el desenvolvimiento de la acción. Así ocurre, por ejemplo, con «Amor silenciosa» (1927); pero a partir de «Eulàlia» (1928), Vernet se torna más sustanciosa y ágil y nos brinda perfiles psicológicos cada vez más incisivos , captados con una crudeza que sólo la fina sensibilidad de la autora logra que no se tornen escabrosos. En «El perill» (1930) junta tres narraciones cortas; en la que da título a la obra asistimos a la reñida batalla entre instinto e inteligencia que protagoniza una joven estudiante, Isabel, moderna e independiente, ante la realidad ineludible del amor. Mario Verdaguer , el afamado crítico de «La Vanguardia», reconociendo las inmensas dotes literarias de la autora, afirmará sin embargo que Vernet lanza en su obra «uno de los ataques más solapados contra la esencia más pura y más noble de la feminidad» ; y que, bajo la fachada de respeto hipócrita a las convenciones sociales que muestran sus personajes, se pone de relieve «la pérdida de la sensibilidad cristiana» de la protagonista, «cuyo sentido moral tiene algo de monstruoso», al abogar por una forma de vida «dentro de una esterilidad deplorable».

Contra esta lectura de Verdaguer se rebela Ana María Martínez Sagi desde las páginas de «La libertad», lanzando una diatriba contra cierta crítica que «se asusta terriblemente, se horroriza, adopta una actitud de beata herida en lo más hondo de su fe y de sus creencias cuando la voz limpia, valiente y fuerte de una mujer álzase vibrante, desnuda de falsos prejuicios ». Vernet nos muestra, a juicio de su amiga, que la mujer moderna no puede seguir aceptando el amor bestial que le ofrecen muchos hombres, sino que busca «un acuerdo de inteligencias, un elevado anhelo de perfección y una comunión de ideas y sentimientos bellos». Vernet ha logrado –concluye Sagi– dar expresión literaria a la intimidad atropellada de muchas mujeres de su generación , «que viven intensamente la hora presente, la hora del triunfo de nuestra inteligencia, la hora del reconocimiento de nuestros sagrados derechos, la hora valiente, sincera y noble en la que no se nos puede obligar a renunciar a nuestros mas caros ideales, a abdicar de nuestros sentimientos, a sacrificar nuestra felicidad al aceptar una unión convencional como la solución más digna y moral de una falta profundamente humana, aun a sabiendas de que fatalmente nos ha de traer la desesperación, el desencanto y el dolor».

La Guerra Civil cercenó la creatividad de esta novelista, la más vigorosa en catalán de su generación

Sexualidad franca

En 1934 publicará su novela más celebrada , «Les algues roges», donde nos vuelve a mostrar dos mujeres antitéticas, Isabel y Marina, que han «caído» y perdido su virginidad. Isabel, cultivada y serena, ha logrado sin embargo restaurar su vida, aunque las “algas rojas” del deseo sigan tentándola; Isabel, por el contrario, se deja arrastrar por las pasiones, hasta que Isabel la salva de la perdición completa. Novela muy cruda y sincera que nos habla de la sexualidad femenina con una franqueza insólita y nada morbosa , «Les algues roges» causó gran escándalo en los ambientes más timoratos y fue galardonada con el premio Crexells, que todavía hoy sigue distinguiendo a la mejor novela catalana del año. Vernet lo recibió vestida de luto por la muerte reciente de su amado padre, al que estaba muy unida; y de cuya pérdida ya no se repondría nunca . Aunque en una de las entrevistas que entonces le hicieron afirmó que escribiría más novelas, «y ahora con más deleite que nunca», lo cierto es que ya no publicaría ninguna nunca más. En 1935 aún entregaría a las imprentas «Elisenda», una recopilación de tres cuentos; y en 1937 unas «Estampes de París» en las que recopila las impresiones de sus repetidas visitas a París, adonde solía viajar con su difunto padre.

La Guerra Civil cercenaría para siempre su creatividad , que no volvió a encontrar cauce de expresión durante el franquismo. Así, la novelista en catalán más vigorosa de su generación –con permiso de Mercè Rodoreda – calló para siempre, inmersa en un inescrutable exilio interior, ganándose los garbanzos como traductora (vertió al catalán a Joyce, Greene, Huxley o Fromm , entre otros) y alejada de los ambientes literarios, que percibía como extranjeros. Cuando en 1974 muera, soltera y sin descendencia, de un derrame cerebral, tardarán varios días en descubrir su cadáver en su piso de la calle Córcega de Barcelona. Ya nadie se acordaba de aquella novelista de ideas avanzadas y aliño indumentario retrógrado que había dado voz a una nueva generación femenina , arrastrada como las algas rojas del deseo por el río del olvido.

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