LIBROS

«Alegría»: La calma después de la tempestad

«Alegría» se debe considerar como la continuación de «Ordesa», obra con la que Manuel Vilas alcanzó inesperadamente el éxito hace poco más de un año. Con este título tiene que cerrar, necesariamente, el ciclo familiar que protagoniza

Manuel Vilas Belén Díaz
Juan Ángel Juristo

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La moda de la autoficción tiene maneras de convertirse ya casi en un género y amenaza con disminuir la importancia para el lector de ese invento único en el arte, donde extremo artificio y verdad se unen en feliz resolución, que es el personaje de ficción. Si estamos de acuerdo con Maurice Blanchot en que toda literatura comienza en el momento en que la literatura es pregunta, cabría afirmar que esa pregunta debe quedar enmascarada en la ficción, por eso es literatura y no confesión, autobiografía y otras modalidades ensayísticas, aunque la memoria sea el sustento real de la misma. No hace falta recurrir a Proust para dar cuenta de este modo genial de enmascaramiento . De ahí que la autoficción sea una forma degradada de la ficción en tanto en cuanto hace creer al lector que es crónica pura aquello que sigue siendo literatura. Y valga esto como justificado proemio al libro de Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962), «Alegría», finalista del Premio Planeta, libro publicado después del éxito exaltado de «Ordesa» , novela traducida a quince idiomas y que ha hecho de Vilas un autor a considerar fuera de nuestras fronteras.

«Alegría» debe ser leída teniendo como referente a «Ordesa». Si no es así, el lector puede perderse buena parte de la razón de que el narrador pase de la condición de habitar el Infierno a instalarse, poco a poco, en el Paraíso . Ese contraste es importante para entender el lado moral de la historia que se nos narra. En «Ordesa» se trataba de dar cuenta de la caída de un hombre después de un divorcio, un padre que ve como le desaparecen sus hijos y como es hijo fallido en la custodia de sus padres, y busca remedio en el mundo circular del alcohol (las similitudes con la obra de William Styron, «Esa visible oscuridad», resultan evidentes), precipitándose de esa manera en un proceso de destrucción.

Expresar la dicha

Pero seamos clásicos: después de Dionisos viene Apolo, y entonces la luz que atisbamos en el túnel nos regenera y nos llena de alegría. Ahora ese protagonista de «Ordesa» es autor de éxito , gracias precisamente a esa narración, y viaja por los aeropuertos de todo el mundo, y por los hoteles de todo el mundo, especialmente por los de Chicago y Iowa. Después de la destrucción, la rehabilitación a través de la aceptación; y para ello el libro se abre con cita de José Hierro, donde este invoca la luz que se hace porque precisamente existe el mundo de las sombras. Y digo «aceptación» porque, en un momento determinado, el narrador nos ofrece esa aceptación de las cosas en una serenidad necesaria aunque vivamos en una casa de la periferia, solos y abandonados.

También nos dice que lo peor que le puedes preguntar a un padre que ve poco a sus hijos es que le pregunten por ellos. Se me ocurren preguntas más terribles, pero «Alegría» es un libro forzadamente arcádico, un libro bien escrito porque Vilas es un buen escritor, pero un libro que corre el riesgo atisbado por Lev Tolstoi en el comienzo de «Ana Karenina»: «Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera». Siguiendo este argumento, el peligro de toda literatura radica en expresar la dicha. La dicha se vive y no se describe porque, tal vez, no haya necesidad de ello.

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