ENTREVISTA

Adolfo Domínguez: «Hay partidos a los que se les llena la boca con la palabra pueblo. ¡Es de temblar!»

Adolfo Domínguez no es un aficionado en las lides literarias. Escribe todos los días desde niño. Ahora publica la novela «Juan Griego». 700 páginas, a través de las cuales viaja a la Argentina de la dictadura y recorre muchos recodos de su vida

Adolfo Domínguez en el transcurso de su conversación con ABC Cultural Ignacio Gil

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Escribir una novela de 700 páginas suena a excentricidad de rico, pero nada más lejos de la realidad de Adolfo Domínguez (1950). Si es un rico de los de verdad se le notan muy poco estas costuras -será el yoga diario-, y si es un novelista a tener en cuenta sólo el tiempo lo dirá. Confiesa que su gran crítica ha sido su hija Tiziana . En plena escritura le dio caña: «Papá, me aburres letalmente». Hablamos en sus oficinas en Madrid. Sobre la mesa, «Juan Griego», su novela de toda la vida que edita con una pequeña editorial: Defausta .

La primera pregunta es obligada: ¿Cómo, por qué y cuándo llega a la literatura?

Estudié bachillerato en un seminario. Y me hicieron bibliotecario a los diez años, tener la llave de un espacio lleno de libros era un privilegio. Lo leí todo, libros de adolescencia, claro. Los libros eran una escalera a otro mundo. Empecé a escribir un diario hasta los ventipico, hasta que me aburrí de mí mismo.

¿Nunca pensó en ganarse la vida como escritor?

Nunca pensé que podría vivir de ello, y el contacto con los grandes me acomplejaba. Homero, al que estudié en griego durante tres años, Shakespeare, «El Quijote»… por lo que me decidí a trabajar en el taller con mis padres, aunque seguí escribiendo en mis tiempos libres, porque siempre necesité entenderme y entender lo que me rodeaba, escribir es ordenar.

¿De dónde sacaba horas para escribir?

Al revés, creo que pude trabajar por la energía que me daba la escritura y el ejercicio físico, sobre todo la natación y el yoga. Llevo tantos años haciéndolo que pongo la cabeza en blanco con facilidad. Ayer, a mediodía, fui al Retiro. Anduve, respiré profundo y contando, hice la tabla del yoga y me quedé dormido. Si te estiras, respiras profundo, cuentas, acabas deteniendo el río que llevas dentro.

¿Cómo escribe?

A mano, luego paso al iPad o al ordenador y corrijo sin tregua. Escribir es un ejercicio duro pero es un placer, como pocos, como el amor, piel contra piel. Los músicos tienen esa misma sensación pero también los científicos. El conocimiento produce ese vértigo.

«Los gallegos hemos vivido entre Argentina y México. Me costó asumir que Madrid era la capital. Para mí, era Buenos Aires»

¿Me quiere decir que ha recibido más satisfacciones como escritor que como empresario?

Ni lo dudes, le dediqué menos tiempo porque todos pasamos más tiempo trabajando para ganarnos la vida. Pero me vino bien, me hizo mejor comunicador. Pero Cervantes fue soldado, luego funcionario, seguro que tuvo que ganarse la vida de muchas maneras. Y escribió «El Quijote». Escribir es duro pero es adictivo.

¿De dónde sacaba el tiempo?

Como tuve niños y nietos siempre estuve rodeado de ruido. Me concentro, incluso con niños alrededor, e incluso cuidándolos. Escribo cuando voy en avión o en tren o si me quedo tirado en un aeropuerto. Y los fines de semana que no trabajo, bajo los árboles, muy abrigado, mientras dura la luz del día. Interrumpiendo solo con la tabla de yoga.

A un escritor profesional le da pánico la crítica, ¿a usted?

Todos tenemos miedo siempre. Es la emoción primordial del ser humano y de cualquier animal. Vivo en el norte, y hay águilas, zorros y jabalíes. La vida libre es muy dura. Sales a cazar o a ser cazado, o sea, que el miedo es lo que nos hace sobrevivir. Siento miedo, sin duda, pero lidio con él.

¿Y si el empresario de éxito acabara siendo un escritor de éxito?

El éxito ya es escribir, el placer del trabajo bien hecho. Pero si sucede porque conecta, a los sesenta y ocho que ya tengo, la humildad no es virtud, es lucidez. Y créeme, eso no es una frase. Cuando el conocimiento llega al estómago ya es sabiduría. No me afectaría.

Insisto, ¿por qué se metió en este berenjenal?

Mi vida es un esfuerzo por entenderme a mí y a lo que me rodea. Se puede entender, creo en el método científico, no soy relativista. Spinoza incluso pensaba que Dios se ve a sí mismo a través de nuestros ojos y que somos una brizna de Dios.

«Si nos descuidamos repetiremos los mismos errores que se vivieron en la primera mitad del siglo XX»

Cita a Spinoza. ¿Se puede aplicar la filosofía al discurso empresarial?

Claro, y se debe. Las empresas son un artefacto complejo y delicado, y el factor humano es decisivo. ¿Qué menos que aplicar la sabiduría a nuestro alcance? Las empresas necesitan habilidades técnicas, científicas y también literarias. Porque la literatura va de entender la complejidad del ser humano y nadie lo comprendió como Shakespeare, lector apasionado de Maquiavelo y Montaigne, que «creó» al hombre moderno y, en torno a él, Inglaterra se hizo una nación. Los ingleses organizaron su educación en torno a su obra y fueron los mejores mercaderes durante tres siglos.

Cervantes, al que antes citaba, ¿no entra en este canon?

Nosotros somos muy anti-canon. Nos viene de la picaresca. «El Quijote» podría haber sido más troncal de lo que es en la cultura española. Lo he leído 100 veces, no te exagero. Hasta la extenuación. Como Shakespeare y Juan Rulfo, hasta la extenuación. Leo mucho pocas cosas. Como San Juan de la Cruz. ¡Qué poesía! Es inacabable.

Como diseñador, yo le definiría como minimalista.

-Minimalista, y aún sería más si fuera yo solo. Entonces sería Balenciaga, Givenchy o Courrèges. Soy de ese momento de la costura.

Me da la sensación de que su novela no es muy minimalista. Cerca de 700 páginas.

Es escritura minimalista, sujeto-verbo-predicado. Pocos adjetivos y metáforas las justas, pero que brillen. Y está escrita en pies «de sentido», para usar la terminología de William Carlos Williams. No son métricos ni yámbicos.

Son todo diálogos, como un guion de cine.

-Shakespeare escribió dialogando.

«Si no eres capaz de transformar la envidia en admiración eres un memo»

Está claro que Shakespeare lo es todo para usted.

Si de alguien se puede decir que lo dijo todo es de él.

Volvamos a las 700 páginas de «Juan Griego».

Quise hacer un relato verosímil, todos los hechos que cuento sucedieron, pero es ficción porque mezclo personajes y acontecimientos, y recreo sin contrastar su vida interior.

¿Por qué sitúa la novela en Argentina y en los años de la dictadura, se va tan lejos?

Los gallegos hemos vivido siempre entre Argentina y México. Cuando era pequeño, se recibían en casa cartas cada semana de Argentina. Teníamos como mínimo seis o siete tíos allí. En México, dos. No había oído hablar nunca de Madrid. Me costó asumir que pertenecía a España, que Madrid era la capital, porque para mí era Buenos Aires o México.

¿Y la dictadura...?

Las novelas se escriben cuando suceden cosas. Hubo 30.000 muertos. Pero no olvidemos que 40 años antes, en España, hubo 500.000. Y en Colombia, un millón de muertos en sus ochenta años de guerra civil. Pero Argentina tenía la renta per cápita más alta del mundo en 1945. Cincuenta años después, era un país arruinado. ¿Cómo se puede llegar a eso? ¿Qué decisiones tomaron sus dirigentes y sus agentes sociales? Intenté contestarme esa pregunta porque uno escribe para entender.

¿Qué tiene el personaje de Juan Griego de Adolfo Domínguez, si es que tiene algo?

El autor está detrás de todos los personajes y los defiendo a todos con fiereza. Porque recorrí muchas islas y vi muchos dioses. Y todos viven dentro de mí. Juan Griego es la voz narrativa, y si tiene una característica, es maleable, escucha y habla si no tiene más remedio, deja que los personajes se revelen a través de él.

«Soy optimista sobre España. En medio de la crisis brutal, España se transformó en un país exportador»

¿La novela es un poco el teatro del mundo, como en el drama de Calderón?

La escritura te acaba dando comprensión, empatía y humildad -a los 68 años, la humildad no tiene mérito, no es virtud, es pura lucidez-. La luz al pasar por el prisma se descompone en colores, todos ellos son la luz. Un mosaico de individuos componen lo humano. Una sociedad es civilizada cuando hay una franja de población que no chilla y mantiene el equilibrio y hace posibles los acuerdos.

Actualmente estamos bastante lejos de este punto.

Hubo tiempos peores, sin ir más lejos, la primera mitad del siglo XX, pero si nos descuidamos repetiremos los mismos errores. Hay ya partidos que sueñan con cargarse el sistema representativo y se les llena la boca con la palabra «pueblo». ¡De temblar!

¿Cuál es su clave política?

Yo soy relativista, opto, pero hay muchos colores, todos ellos hacen la vida pero tengo muy claro que lo que evita el caos es la norma, que nos obliga a todos. La democracia es un teatro donde los políticos son los actores que representan los distintos intereses. Ahora, quiero actores que sepan que son actores.

¿De calidad, además?

Tienen que ser los mejores porque nos representan. Y aunque tienen que escenificar el conflicto no pueden romper la cuerda. Porque cuando la cuerda se rompe, uno no sabe dónde acaba. El viento que se desata es incontrolable. Sólo hace falta tener memoria. No creo en la democracia asamblearia, creo en la representativa. Hubo políticos de ese estilo. Y aún hay.

«He leído libros recomendados por ABC Cultural. Uno era la historia de un abuelo que enseñó a su nieta el método científico»

¿Cuáles han sido esas decepciones que más le han marcado y que le han forjado?

La pelea por la vida es lo que hay. Estamos diseñados no para ser felices sino para sobrevivir. La sociedad que hemos hecho los humanos es mucho más dulce, si la comparamos con la jungla de la que venimos y que no está tan lejos en el tiempo. No tener demasiadas expectativas es sano, tienes menos decepciones. No hay que darle muchas vueltas a las cosas.

¿Ese Adolfo Domínguez nace o se hace?

Se hace. Hay dos clases de seres humanos -no ricos y pobres-: los que se esfuerzan por conocer y los que no, esa es la diferencia. Y una sociedad sana es la que se mata por educar a los suyos y que un porcentaje cada vez más alto «conozca».

Insisto, ¿nunca ha querido dejarlo todo?

Nunca. Aunque tengo un mundo alternativo no vivo en la nube. Al contrario, mi nube me ayuda a no perder la calma.

¿Mata por lo suyo?

Si toca ser un soldado, soy un soldado. Pero no solo defiendo lo mío, lo nuestro; mi patria no es solo España. Sobre todo es la lengua que compartimos quinientos millones. Vivimos en malla, somos individuos sociales pero no como las hormigas, que no necesitan policías, jueces, sacerdotes…

¿Quiénes leyeron primero su novela?

Tuve dos magníficas correctoras. Mi hija Tiziana, la que pinta, que es diseñadora y una gran lectora. Y Susana Prieto, la editora. Ambas fueron implacables y se lo agradezco. «Papá, me aburres letalmente». Me encanta. Ambas me intentaron llevar a la excelencia, no sé si lo consiguieron. En literatura hay verdaderos Everest.

«Me ardió la biblioteca que más quería, la de adolescente. Me ardió mientras leía “El nombre de la rosa”»

¿Tan duro es escribir?

Es duro, pero no doloroso. La vida es más dura, en ella no hay cuentos de hadas. Me he dado cuenta de que en las vidas menos golpeadas hay tantos dramas como en las otras. Es increíble, pero es así. Esa inquietud, esa ansiedad y esa ambición es lo que hizo al ser humano, pero nos hizo seres sufrientes. Por ejemplo, la envidia. La envidia, yo la tolero de 20 años para abajo. A partir de los 20 años, si no eres capaz de construir y de transformar la envidia en admiración eres un memo. No siento envidia, para nada. Lo único que siento es admiración.

¿A quién admira?

Sobre a todo a los grandes: Einstein, Newton. Esos me dejan asombrado.

¿Y en el teatro empresarial?

Amancio Ortega, aquí en España, sin ir más lejos. Las familias que hicieron El Corte Inglés. Es obvio, Barreiros, que era de Orense. Sin Barreiros a lo mejor no tendríamos la producción de automóviles que tenemos. Admiro muchas cosas. Por ejemplo, detrás de las eléctricas hay grandes esfuerzos empresariales. Tiene su cosa subir a la cima de un monte, encontrarte un refugio, le das a un interruptor y la luz se hace. Lo damos por hecho pero no está hecho, nunca está hecho. El agua caliente, para que siga caliente, hay que poner energía: la ley de la entropía es implacable, el desorden está siempre acechándonos.

¿Somos una sociedad malacostumbrada

Malcriada. Creo que nuestra generación es responsable de la laxitud con la que hemos educado a nuestros hijos. Nos hemos equivocado. Hay que mantener las maneras, valorar las cosas, ver el origen de las cosas y ver que no siempre existieron. Además, se pueden malograr, que hay países que se malogran.

¿Vamos camino de malograrnos?

No creo. Soy optimista sobre España por dos datos: en medio de esta crisis brutal, España se transformó en un país exportador. El sector privado ha hecho un papel enorme durante estos 10 años de una crisis honda. Otro dato, y que me tranquiliza: el 30 por 100 de los estudiantes españoles ingresan en las politécnicas. Un país de ingenieros será otra cosa dentro de unos años. Ese es el cambio de modelo del que seguimos hablando pero que ya los españoles estamos haciendo.

«Admiro a Einstein y a Newton. En el mundo empresarial, a Amancio Ortega y las familias que hicieron El Corte Inglés»

¿Cuántos libros hay en la biblioteca de Adolfo Domínguez?

Me ardió, pero volví a empezar.

-¡Le ardió!

Me ardió la biblioteca que más quería, la de adolescente. Es una anécdota curiosa. Me ardió cuando estaba leyendo el final de «El nombre de la rosa». Me enteré dos o tres días más tarde porque no me lo dijeron por el disgusto. Cuando volví me encontré que había ardido a la misma hora que yo leía el incendio en la biblioteca del monasterio.

¿Cómo es el día a día de Adolfo Domínguez?

Antes me levantaba a la seis y media, siete. Ahora me levanto cuando me despierto, aunque nunca después de las ocho. Desayuno fruta.

Es para copiarle la fórmula.

O me voy a la fábrica, o me quedo en casa. Habitualmente, me gusta trabajar por las mañanas. Sigo pendiente del producto, pero tengo un horario menos rígido. No paro para comer, tomo fruta todo el día, y luego, cuando vuelvo a casa, hago yoga, paseo un rato y después ceno, nada más. Una vida muy sencilla, disciplinada, pero para mí la disciplina es mi forma de vida. Sigo viajando mucho, y más ahora, que voy a comunicar el libro.

¿Dónde vive ahora?

Nuestra casa está metida en la naturaleza. A tres cuartos de hora andando hay una colina. En esa colina hago yoga aunque llueva. Es que uno se coloca muy fácil, no necesita alcohol, ni cocaína, ni nada. Mi forma de vivir: soledad a dos. Cuidé mucho de mis hijas. Intenté educarlas, porque lo que valoro sobre todo es la educación.

¿Le debe todo a sus padres?

-Todo. Estoy muy agradecido. Mi madre nos crió -éramos tres niños y tres niñas- en igualdad absoluta. Lavábamos los platos y los secábamos. Barrer, fregar, traer el agua, bueno, todos, por igual. Por eso a mí me resulta tan ajeno el debate de la igualdad, nunca he conocido otra cosa.

¿La educación es la base?

Esa preocupación de mi madre porque estudiáramos. Y mi padre era un trabajador infatigable. Aunque si tienes hijos, lo mínimo es trabajar. Son valores burgueses pero no hay alternativa. La falta de ética en el trabajo tiene unas consecuencias catastróficas en la sociedad. La tecnología y la productividad avanzaron tanto que las 35 horas se pueden conseguir, pero no antes de que la productividad te lo permita, porque si no, pierdes competitividad.

Me da que a la hora de leer es más de clásicos que de contemporáneos.

Me gusta Delibes. Es una delicia. Releo mucho. Y he leído varios libros que habéis recomendado en ABC Cultural. Uno de ellos me encantó: era la historia de un abuelo que le enseñaba a su nieta a experimentar, el método científico.

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