Tamara de Lempicka, la mirada seductora de los felices años veinte

Las obras de esta Garbo art déco, idolatrada por Madonna, una de sus mejores coleccionistas, se exhiben en el Palacio de Gaviria de Madrid

Tamara de Lempicka, retratada por Mario Camuzzi COLECCIÓN PRIVADA

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Hay artistas que acaban siendo devorados por sus personajes. Es el caso de Andy Warhol o de Frida Kahlo . En la exposición que consagra a esta última el lo de menos es su pintura: se centra en el morbo de su enfermedad (se exhiben en vitrinas sus corsés y botas ortopédicas) y lo folclórico de su vestimenta. Con Tamara de Lempicka ocurre algo parecido. Salvo que en este caso fue ella misma quien lo propició. Políglota y cosmopolita, estaba obsesionada por controlar su imagen. Tamara Gurwik-Gorska creó a Tamara de Lempicka, una artista culta, femenina, andrógina, sensual, seductora , que posaba como las divas de Hollywood (es la Garbo art déco ); icono de estilo y glamour en los felices años veinte. Para ello hizo gala de una estrategia de márketing que habría que estudiar en la Universidad. Pero su vida siempre estuvo envuelta en un halo de misterio: no se sabe si nació en Polonia o en Rusia. Debió ser entre 1895 y 1898. Se pasó la vida viajando de un país a otro, huyendo de los bolcheviques, de los comunistas, de los nazis...

A comienzos de los 70 el galerista francés Alain Blondel la rescató del olvido y, desde entonces, el mito no ha hecho más que crecer. Su cotización se ha disparado en el mercado, en gran parte porque es la artista fetiche de estrellas como Barbra Streisand, Jack Nicholson y, sobre todo, Madonna , su mayor admiradora, que atesora algunas de sus pinturas más famosas. De hecho, hay semejanzas entre estas rubias transgresoras: las dos emigraron en busca de éxito, fama y riqueza. Y ambas lo consiguieron. Madonna rindió homenaje a Lempicka en su Blonde Ambition Tour.

«La bella Rafaela en verde», de Tamara de Lempicka COLECCIÓN PRIVADA

Musa del cine y la moda

Musa eterna del cine y la moda, ni siquiera el empresario y coleccionista mexicano Carlos Slim ha podido resistirse a sus encantos y tiene obra suya. Casi toda está en manos de coleccionistas privados; hay muy pocas en museos. Y las que hay apenas se exhiben. Las exposiciones también se multiplican en todo el mundo. Hace una década hubo una en Vigo y hoy abre sus puertas otra en Madrid (hasta el 24 de febrero), concretamente en el Palacio de Gaviria , organizada por Arthemisia y que ha comisariado Gioia Mori, experta en la artista.

«Las muchachas jóvenes», de Tamara de Lempicka COLECCIÓN BERNYCE Y SAMUEL ADLER

Faltan sus cuadros más icónicos, como ese mítico «Autorretrato con Bugatti verde» , en el que se retrata a lo Isadora Duncan, viajando en un descapotable con pañuelo al cuello. Tampoco está el célebre retrato de su primer marido, Tadeusz Lempicki (después se casaría con el barón Raoul Kuffner ), ni los de algunas de sus amantes, como Marjorie Ferry, Suzy Solidor o la duquesa de la Salle. Sí hay alguno de su única hija, Kizette , y cuadros importantes como dos desnudos (pinta carnes lisas como cerámica) de la bella Rafaela –una modelo del Bois de Boulogne–, así como numerosos dibujos. Pero la gran virtud ha sido suplir esas ausencias envolviendo la muestra (se exhiben dos centenares de piezas cedidas por 40 prestadores) en una seductora atmósfera art déco: en estas salas palaciegas hay mobiliario, vestidos y complementos de los grandes diseñadores y suena música de la época.

Epítome de la modernidad , nunca hubo nadie más moderna que ella. Vestía a la última (Madeleine Violet, Paul Poiret, Elsa Schiaparelli, Coco Chanel), siempre perfectamente maquillada. Su casa en la Rue Méchain de París –se recrea en la exposición– era modernísima. Por ella pasaron príncipes, aristócratas, gente del mundo del espectáculo... Creada por Mallet-Stevens, la decoró la hermana de Tamara, primera mujer polaca licenciada en arquitectura.

Un periodista de ABC, su cicerone en Madrid

Emancipada, independiente y sexualmente libre ( nunca escondió su bisexualidad ), la retratan como maniática, excéntrica, excesiva, tan fría como sus metalizadas pinturas . Cuentan que esta «belle de jour» solía protagonizar orgías y se escapaba a tugurios a orillas del Sena en busca de cabareteras y prostitutas . También frecuentaba a aristócratas lesbianas , a las que retrataba como amazonas. Tuvo sus escarceos con Gabriele d’Annunzio , quien le regaló un anillo con un topacio que llevaba siempre en su dedo. Paradojas de la vida, era un mujer muy religiosa: en sus últimos años pintó, además de flores y bodegones, monjas dolorosas. Pero es su época pictórica menos interesante.

«Santa Teresa de Ávila», de Tamara de Lempicka MUSEO SOUMAYA, FUNDACIÓN CARLOS SLIM, CIUDAD DE MÉXICO

En 1932 visitó España . En Madrid tuvo como cicerone de excepción al periodista deportivo de ABC Gil de Escalante . Por las mañanas la acompañaba al Museo del Prado (le gustaban El Greco y Goya; Velázquez no) y por las noches a los locales de moda. También viajaría a Toledo, Sevilla y Córdoba. Pintó un retrato de Santa Teresa en éxtasis , inspirado en la escultura de Bernini, que se exhibe en la muestra. Le apasionaba el Renacimiento italiano: Miguel Ángel, Botticelli... No fue convencional ni en su muerte. Falleció en Cuernavaca (México) en 1980. Quiso que esparcieran sus cenizas en el volcán Popocatépetl . Tan sencilla hasta el final.

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