Los sueños subversivos de Joan Miró despiertan en París

El Grand Palais consagra al artista español una completa retrospectiva

«Autorretrato» Museo Picasso de París

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«El color de mis sueños» reúne en el Grand Palais de París unas 150 obras de todos los periodos de la vida y la obra de Joan Miró (1893-1983), una retrospectiva excepcional que permite recordar hasta qué punto el creador fue descubierto muy tardíamente en Barcelona y Madrid, cuando muchas de sus obras maestras ya habían sido compradas por coleccionistas públicos y privados en Europa y Estados Unidos. Especialista emérito, Jean-Louis Prat, comisario de la retrospectiva, explica de este modo el proyecto: «A través de la pintura, el dibujo, la cerámica y la escultura, Miró inventó un mundo nuevo. Esta exposición permite seguir todas las pistas de su creación, en renovación constante».

El hilo conductor de la exposición es el sueño, recordándonos que Miró fue un soñador subversivo , a la manera definida por el Lawrence de «La revuelta árabe»: «Hay dos tipos de hombres. Los que sueñan y cuando se despiertan creen que han soñado. Y los que sueñan despiertos. Estos son los más peligrosos, porque son capaces de hacer realidad sus sueños». Miró fue un creador que soñaba despierto, efectivamente, «infiel» a todas las escuelas, a todos los movimientos, consagrado a hacer realidad sus sueños íntimos, que la retrospectiva del Grand Palais divide en una quincena de «estaciones».

Esencial y carnal

El primer Miró es un «fiera catalán», un joven pintor que descubre el movimiento «fauve» y su glorificación de los colores más puros y terrenales. Es un Miró esencial, carnal y purísimo, cuyas raíces se hunden en su Cataluña natal, en Mont-roig, cuya tierra roja será mucho más que un símbolo: la matriz original de toda su creación. Tragedia íntima: la obra más legendaria de esos homenajes, «La Masía» (1921-1922), no encontró «cliente» catalán ni del resto de España. Su primer propietario fue Ernest Hemingway . Obra mayor, propiedad de la National Gallery de Washington, tras la donación de Mary Hemingway, en 1987.

El joven «fiera catalán» no se anda por las ramas de ningún «patriotismo colorista». Miró descubre el cubismo (1916-1919), para mejor «romperlo». Es legendaria la reflexión mironiana dirigida a André Masson: «Les romperé la guitarra»… Alusión a las incontables guitarras cubistas concebidas por Picasso o Juan Gris . Ese Miró rupturista no gusta nada en Barcelona. Y es ignorado en Madrid. Tras una exposición catalana, con poco éxito de público y de crítica, Miró le dice a su amigo Enric Cristófol Ricard : «Decididamente, nunca más Barcelona». Comienza entonces un largo periodo, entre el fin de la Primera Guerra Mundial y finales de los años 20 del siglo pasado, cuando Miró sueña y descubre muchos mundos, frecuentando amistades y escuelas que coqueteaban con muchos mundos oníricos.

«La Masía» National Gallery de Washington

El Miró amigo de Georges Bataille (crítico con el «idealismo» surrealista), de Antonin Artaud y Michel Leiris (devoto de las corridas de toros), es un Miró que está rompiendo con casi todo. Pero es amigo de Picasso, trabaja en el estudio de Pablo Gargallo. Es inmortalizado por Balthus, otro genio que vive y se hace al margen de la historia de las vanguardias oficiales. En 1937, Balthus pinta a Miró y su hija Dolores de la manera más clásica. Un pintor con traje y corbata, los zapatos más o menos sucios de un hombre que vagabundea mucho por polvorientos caminos terrenales.

Miró asiste a la ascensión del fascismo italiano y el nazismo alemán, preludios dramáticos al estallido de la Guerra civil española, roturando nuevos horizontes expresivos, siempre fiel a la pureza de sus sueños. Miró sigue soñando. Pero sueña despierto. Cuando se despierta contempla paisajes de su tierra, por donde deambulan ocurrencias oníricas profundamente carnales. En Mont-roig, en 1936, se deja llevar por sus iluminaciones: «Exorcismos violentos, instintivos». Cuando los alemanes bombardean Guernica, Christian Zervos le pide a Miró la realización de un sello, «Ayuden a España», que más tarde se transformaría en un cartel de tirada limitada. En el pabellón de la Exposición Universal de 1937, la grandilocuencia del «Guernica» de Picasso coincide con el fulgor purísimo de «El Segador» de Miró.

Territorios vírgenes

El Miró de entreguerras (de 1914 a 1945) había logrado gran fama entre las élites europeas y norteamericanas. El Miró posterior a la Segunda Guerra Mundial será consagrado como un grande entre los más grandes. En Nueva York, de entrada, donde Pierre Matisse , hijo del pintor, lo introduce en los grandes museos. Cincinatti se interesa por el nuevo Miró monumental antes que Barcelona o Madrid.

El Miró de la madurez seguirá descubriendo nuevos territorios vírgenes. La cerámica, la escultura… ocuparán un puesto esencial en Mallorca, donde el maestro instala el último de sus talleres, descubierto definitivamente en su tierra. Desde entonces, Miró ha continuado creciendo, instalado en una constelación propia. Las Constelaciones de 1939-1941 habían abierto la senda definitiva de sus sueños: iluminaciones oníricas en la bóveda celeste de inmensos azules poblados de signos y maravillas. El pintor terrenal de «La Masía» navegaba por el mar sin orillas de un sueño sin cesar recomenzado, dejando tras si la huella de nubes de enigmáticas estrellas.

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