En el nombre del Prado: el museo rinde homenaje a sus «salvadores»

Familiares de algunas personas que ayudaron a socorrer sus obras maestras en la Guerra Civil rememoran con emoción aquella epopeya en un congreso celebrado por la pinacoteca en su bicentenario

El abuelo de Rafael Seco de Arpe (a la izquierda) restauró en la cocina del Castillo de Perelada «La carga de los mamelucos» y «Los fusilamientos del 3 de mayo», de Goya. Junto a él, la condesa de Sert y Manuel Haro ERNESTO AGUDO

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Decía Azaña que «el Museo del Prado es más importante para España que la República y la Monarquía juntas». No es de extrañar, pues, que, dirigiéndose a Negrín , le hiciese una advertencia acerca de la evacuación de los tesoros del museo durante la Guerra Civil a Valencia, Cataluña y Ginebra: «Si los cuadros desaparecieran o se averiasen gravemente, tendría usted que pegarse un tiro». No llegó la sangre al río y las obras regresaron a España, excepto algunas, sanas y salvas. Ello fue posible gracias a hombres y mujeres, muchos iletrados, que no habían pisado un museo en su vida y lucharon para defender el patrimonio español.

No fue el de ayer un día más en la vida ordinaria del Prado. En la jornada inaugural del congreso «Museo, guerra y posguerra. Protección del patrimonio en los conflictos bélicos» , que dirige Arturo Colorado , había unos visitantes de excepción: familiares de algunos de los protagonistas de aquella epopeya, que recordaron con orgullo las hazañas de sus antepasados. Saben que los tesoros que hoy admiramos están en el Prado, en parte, gracias a ellos. Es el caso de Rafael y Fernando Seco de Arpe , nietos del restaurador del Prado que acompañó a las obras durante aquel exilio de tres años, Manuel de Arpe y Retamino . Rafael se fotografiaba ayer junto a «La carga de los mamelucos» y «Los fusilamientos del 3 de mayo» y recordaba emocionado que su abuelo los restauró de urgencia en la cocina del Castillo de Perelada, donde tuvo que improvisar un taller para curar sus heridas. El balcón de una casa bombardeada en Benicarló cayó sobra las cajas donde viajaban. Había sido requerido en Valencia para restaurar el «Conde-Duque de Olivares», de Velázquez.

Ecos de la memoria

Han reconstruido la historia gracias a las notas de su abuelo y las memorias de su madre, Concepción, cuya voz, grabada poco antes de morir, retumbaba ayer en el auditorio del Prado. Recordaba cómo ella, siendo niña, y toda su familia, acompañaron al restaurador en aquella peligrosa odisea, escondidos en camiones o viajando en vagones de tren a oscuras. Evitó Manuel, cuentan sus nietos, que se enrollaran «Las Meninas» para pasar por un puente; se atrincheró en el castillo de Perelada, defendiendo obras como el Cristo de Medinaceli , y las trajo de vuelta a casa.

Otro de los protagonistas de esta historia fue el pintor José María Sert , a instancias del cual se creó el Comité Internacional para el Salvamento de los Tesoros de Arte Españoles. Evocó ayer su figura María del Mar Arnús, condesa de Sert , casada con Francisco de Sert, sobrino del artista. Aquel niño rico indolente y caprichoso que solo comía pasteles, con una fantasía desbordante, al que metieron en vereda los jesuitas, fue «un hombre de su tiempo». Se codeó con Proust, Valéry, Colette, Gide, Cocteau, Chanel, Dalí..., tuvo entre sus clientes a Rothschild y Rockefeller, hizo murales para el Waldorf Astoria de Nueva York y para la sede de Naciones Unidas en Ginebra. «Gustó a las mujeres por su entusiasmo hacia ellas», dice la condesa de Sert. Las tres mujeres de su vida fueron la musa parisina Misia Godebska, la princesa Roussadana Mdivaniue y la baronesa Ursula von Günther, esposa del embajador alemán en España y su amante.

«Artista poliédrico y ecléctico, fue un brillante embajador del arte : diplomático sagaz en relaciones internacionales, ejerció de mediador entre Gobiernos , le abrían los almacenes de los mejores museos, discutía sobre la autoría de las obras... Tenía una gran tenacidad y capacidad de persuasión, movía los hilos y manipulaba a las personas. Correo de Picasso , ayudó a salvar a Max Ernst de los campos de concentración nazis, y a que España recuperara el Archivo de Simancas y otras obras importantes». Sufrió en carne propia la ira de los dos bandos : la quema de sus pinturas en la catedral de Vic y la capilla del Palacio de Liria, que él decoró. Condenado «por rojo», le salvó Serrano Suñer . El franquismo le reconoció con la Gran Cruz de Isabel la Católica. Un personaje fascinante.

La familia Macarrón también recordó ayer a sus familiares, encargados del embalaje y transporte de las obras evacuadas, y relató el complejísimo trabajo para conseguir los materiales necesarios en tiempos de guerra.

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