Los visitantes de la National Gallery admiran la escultura «El Cristo resucitado», de Miguel Ángel
Los visitantes de la National Gallery admiran la escultura «El Cristo resucitado», de Miguel Ángel - AFP

Miguel Ángel, reclamo de una muestra incompleta en la National Gallery de Londres

El grueso de las obras son de su amigo Sebastiano y para rellenar hasta se exhibe una copia de «La piedad» del maestro

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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Poca gente sabe venderse como los ingleses. En todo, también en el arte. El pasado otoño, la National Gallery de Londres dedicó una muestra a Caravaggio, hoy moda, que presentaba un notorio hándicap: apenas había obras del enigmático pintor. La muestra se rellenaba en plan Caravaggio y compañía, con artistas en teoría influidos por él. Solo unos meses antes, en primavera, el Museo Thyssen de Madrid hizo un planteamiento similar con su exposición «Caravaggio y los maestros del Norte». Pero con una diferencia sustancial: la cita española logró reunir una docena de obras de la estrella. Huelga decir que la propuesta de la que se habló en Europa fue de la de Londres, a pesar de sus manifiestas carencias.

La jugada vuelve a repetirse en cierto modo con «Miguel Ángel & Sebastiano»

, que se inaugura hoy en la pinacoteca londinense, donde estará hasta final de junio (18 libras la entrada, 20,5 euros). No puede haber mayor reclamo que invocar el nombre casi mitológico de Buonarroti (1475-1564), tal vez el artista más importante de la historia. Pero el problema es que el grueso de la exposición lo copa quien fuera su amigo y colaborador durante 25 años, el esforzado pintor veneciano Sebastiano Piombo (1485-1547), a quien utilizó en su encarnizada lucha contra Rafael, favorito del Papa.

Las obras de gran formato de Miguel Ángel que se exhiben son ya bien conocidas para los aficionados londinenses, pues están a disposición del público gratuitamente en el British Museum (dibujos), en la Royal Academy (una pequeña escultura circular que permanecía semi olvidada tras una escalera de la última planta) y en la propia National Gallery (los dos valiosos cuadros del genio que posee).

Transmite una cierta sensación de impotencia, o de relleno, que se exponga una copia de «La piedad» de la Basílica de San Pedro. También resulta discutible qué interés tiene que una pinacoteca de la categoría de la londinense muestre una recreación tridimensional a escala de las pinturas de Sebastiano en la Capilla Borgherini de Roma. Si este es el camino, dados los avances de las fotocopiadoras en 3D pronto será muy fácil montar exposiciones.

El gran préstamo que ha conseguido el museo de Trafalgar Square es «El Cristo resucitado», escultura de Miguel Ángel cedida para la ocasión por los monjes del monasterio de San Vizenzo, en Bassano Romano. Un Cristo desnudo, como una deidad pagada de la era clásica, triunfal con la cruz, que por sí solo justifica la visita. Aunque tiene también un pero: tras trabajar un año en ella en 1514, Miguel Ángel la abandonó al toparse con una veta negra en el mármol de la zona de la cara y fue terminada en el siglo XVII. A su lado han colocado una copia de una variación del artista sobre el mismo tema.

Sebastiano Piombo llegó de su Venecia a Roma en 1511. Era un buen profesional del óleo, de un colorismo exuberante, que pronto trabó conocimiento y amistad con el maestro florentino. Miguel Ángel se afanaba entonces en el techo de la Capilla Sixtina, mientras que su odiado rival, el emergente y portentoso Rafael de Urbino, trabajaba en los apartamentos papales. Buonarroti se percató de que solo Sebastiano podía competir con la facilidad para el óleo de Rafael y colaboró con él con dibujos y conceptos para sus obras. Por ejemplo, la exposición realza la «Resurrección de Lázaro», obra de Sebastiano que posee la National Gallery desde 1824, que rivalizó en su día con «La transfiguración» de Rafael.

El problema Rafael se acabó pronto para los aliados: se murió con 37 años, según la leyenda, extenuado y feliz tras un desmadre lujurioso. Buonarroti, que llegó a los 88, edad avanzadísima para la época, vivió 44 años más que su rival y 17 más que Sebastiano, pese a que le llevaba diez años.

Encantos de la exposición

Uno de los encantos de la exposición son numerosas cartas de Sebastiano y Miguel Ángel, con su preceptiva traducción, que permiten acceder a la interioridad de su amistad e intereses. Es apasionante ver cómo intercambian cotilleos, preocupaciones, envidias y anhelos. Pasma ver a un genio tan impar como Buonarroti preocupado por algo tan mundado como los problemas logísticos de los fletes de mármol de Carrara.

Miguel Ángel gastaba un carácter más bien infumable, sabido es. Rompió con Sebastiano cuando volvió a la Capilla Sixtina para componer el Juicio Final. La gresca se desató por una discusión sobre qué técnica pictórica se debía emplear (Sebastiano recomendaba el óleo). Rota la larga y productiva amistad, Miguel Ángel no se cortó en poner verde a su discípulo, al que tachó de artista menor. La exposición no le da la razón, hay mucha valía en los trabajos de Sebastiano. Pero claro, ponerlo a la vera del número uno no le ayuda.

La muestra incluye dos Sebastiano del Prado y uno del Museo de Bellas Artes de Valencia, amén de otros préstamos. La cita vale la pena, pero las exposiciones de esta primavera en Londres son otras: Hockney en la Tate Britain y, sobre todo, la de la vanguardia soviética en la Royal Academy.

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