Mario Merz llena de iglús y neones el Retiro

El Reina Sofía «rescata», con una gran antológica en el Palacio de Velázquez, la figura de uno de los máximos representantes del Arte Povera, cuya obra ha caído en el olvido

Interior del Palacio de Velázquez con las obras de Mario Merz N. P.

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Pese a ser «un grandísimo artista» , en palabras de Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía , y una de las figuras indiscutibles del Arte Povera (junto a nombres como Fontana, Kounellis, Penone, Pistoletto o Marisa Merz, su esposa y única mujer de este movimiento), que protagonizó en vida numerosas exposiciones, bienales y documentas en todo el mundo, tras su muerte, Mario Merz (Milán, 1925-2003) cayó en el olvido más absoluto. No es un hecho aislado. El propio Borja-Villel habla de Antoni Tàpies como un caso similar. Cuando se le preguntan por los motivos, advierte que son muchas las razones. Entre ellas, los cambios y vaivenes del mercado, que consume cosas muy distintas, o la complejidad de su obra: « No es fácilmente consumible ». Su hija, Beatrice, añade que su modo de trabajar era «intuitiva y complicada. Construía las obras en un lugar concreto, sin una metodología tradicional. Resulta, pues, difícil entender su pensamiento poético sin estar él presente».

«Mesa en espiral» (1989), de Mario Merz EFE

El Reina Sofía quiere rescatar del olvido a Merz, cuya figura y calidad de su obra reivindica con una gran antológica en el Palacio de Velázquez del Retiro (hasta el 29 de marzo de 2020) , un lugar que le va como anillo al dedo al trabajo del italiano, que se mueve entre la pintura, la escultura, la performance y la instalación. En sus amplias y luminosas salas se han instalado algunos de sus célebres iglús (una arquitectura sin arquitectos, la idea de la cabaña arcaica, nómada, basada en la naturaleza), sus mesas (algunas atraviesan los iglús, otras con forma espiral), neones (los hay que «apuñalan» una gabardina), animales prehistóricos (extraños rinocerontes y caimanes), números... marca de la casa.

El título de la muestra, «El tiempo es mudo» , es una enigmática frase del propio Merz. «En la exposición que le dedicamos en el 93 en Barcelona -la última en España, aún en vida del artista-, revisó la nota de prensa de arriba abajo. Lo tachó todo. Donde ponía que era un artista italiano, él añadió: "O no"», comenta Borja-Villel, comisario de esta nueva exposición, junto con la hija del artista. «Él quería eliminar las fechas de sus obras. No le gustaba que se exhibieran en orden cronológico. La idea de que el tiempo nunca es igual . Le gustaba coger guisantes y contarlos. Nunca eran iguales». Por eso, la antológica del Palacio de Velázquez no sigue un criterio cronológico.

«Pittore in África» (1983), de Mario Merz EFE

Temas como las ciudades, la naturaleza, la ecología ... aparecen en el discurso de su producción artística, desde sus pinturas de los años 50 y 60. Son los mismos temas que abordan muchos de los artistas contemporáneos. De ahí su vigencia. Mayo del 68, con las revueltas juveniles, las huelgas en Turín, la Primavera de Praga o sus críticas a la Guerra de Vietnam «se cuelan» en la obra de Merz, que inventa un nuevo alfabeto . En él conviven las formas primitivas con los neones, propios de los anuncios publicitarios en las sociedades modernas. «Nada es literal en su obra», advierte Borja-Villel, quien destaca, junto a su feroz crítica de la sociedad consumista , su vertiente poética . Muy interesado por la pintura, añade el comisario, «recuerda la obra de los primitivos italianos, pero la reinventa. La suya es una pintura escrita ». Todo un carácter, dicen quienes conocían a este artista, con una presencia muy potente, que «marcó un antes y un después». En 1945 fue encarcelado : militaba en el movimiento de resistencia antifascista Giustizia e Libertá.

La Fundación Merz ha cedido piezas destacadas. Entre el medio centenar de piezas expuestas, que recorren toda su carrera, hay también préstamos importantes de museos como la Tate de Londres, el Pompidou parisino o el Stedelijk de Ámsterdam, así como de colecciones privadas. Es el caso de piezas como «El Iglú de Giap» (1968) -en su cúpula incluyó una frase de un general norvietnamita: «Si el enemigo se concentra, pierde terreno, si se dispersa, pierde su fuerza»- o «La gota de agua» (1987). Como todos los creadores del Arte Povera, utiliza en sus obras materiales de desecho o reciclados: arena, ramas, cera, carbón, cristales, alambres, periódicos...

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