Miguel Zugaza, ante la «Ariadna dormida», en el Museo del Prado
Miguel Zugaza, ante la «Ariadna dormida», en el Museo del Prado - MIGUEL BERROCAL

La marcha de Miguel Zugaza abre un periodo con muchas incógnitas en el Prado

Unánimes elogios a la labor desarrollada por este «galáctico» al frente del museo durante los últimos 15 años. Aún no ha desvelado públicamente los motivos de su decisión, aunque se prevé que son personales

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La noticia, que ayer corría como la pólvora en las redes sociales, ha caído como un jarro de agua fría no solo en el Prado, sino en el mundo de la cultura. Nada hacía suponer el pasado jueves, cuando se aprobó en el Pleno del Patronato la próxima ampliación del Prado, que la marcha de Miguel Zugaza estaba a la vuelta de la esquina. Nadie apostaba un euro por su salida antes de la celebración del bicentenario del museo, en 2019. Toda la plantilla del museo era convocada ayer a las 13.30 en el auditorio. Allí, Miguel Zugaza les comunicó personalmente a los trabajadores su decisión, trasladada poco antes a la comisión permanente del Patronato, de abandonar, después de 15 años, la dirección del Prado para regresar al Museo de Bellas Artes, donde ya fue director de 1995 a 2001.

Tras la reunión (duró poco menos de una hora), muchas caras largas y algún monumental enfado. Manuela Mena, jefe de Conservación de Pintura del siglo XVIII y Goya, decía que ella también se marchaba: «Miguel ha sido el mejor director del museo en toda su historia».

La opción de hablar con el protagonista se convirtió cuanto menos en misión imposible. Ni rastro de él a la salida del museo. Al otro lado de su móvil, nos atiende María Dolores Muruzábal, secretaria del Patronato, a quien Zugaza le confió por un día su teléfono, sabiendo la que se avecinaba. A través de un comunicado supimos que Zugaza «da por cumplidos los objetivos planteados bajo su dirección y agradece el apoyo recibido», que «ahora se abre una nueva etapa para el museo llena de buenas expectativas, con el horizonte puesto en su bicentenario y la incorporación del Salón de Reinos» y que se siente «muy afortunado por volver al Museo de Bellas Artes de Bilbao y poder ofrecerle toda la experiencia adquirida».

¿Por qué se va?

Ninguna explicación de los motivos de su marcha. Fuentes cercanas a Zugaza consultadas por ABC hablan de motivos personales. Lleva quince años alejado de su familia: su esposa, Susana, y sus cuatro hijos (incluida la pequeña Manuela, la niña de sus ojos) han vivido todo este tiempo en Durango. Dicen que, al saber que Javier Viar quería jubilarse como director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, decidió no perder ese tren para volver a casa en 2017. Pero hay quien piensa que a ese tren podía haberse subido en cualquier momento, cuando hubiera querido.

A muchos les resulta extraño que no haya cerrado su brillante carrera al frente del Prado con el broche del bicentenario y que vuelva a dirigir el museo bilbaíno y no otro de la Champions League, aunque fuera en el extranjero. Hay quien se pregunta si no habrá tenido algo que ver el conflicto vivido este verano por el museo vasco (estuvo cerrado por huelga de los trabajadores de una subcontrata del 7 de junio al 18 de julio). Javier Viar dice a ABC que el relevo será en torno a mayo o junio: «Estoy feliz. Su vuelta será muy positiva para el museo».

Un récord en España

Miguel Zugaza (Durango, Vizcaya, 1964) comenzó su periplo museístico como subdirector del Reina Sofía en 1994 y 1995 -con José Guirao como director-. De 1995 a 2001 dirigió el Bellas Artes de Bilbao y desde 2002 está al frente del Prado. Un caso insólito en España dirigir un museo durante 15 años, con Gobiernos del PP, del PSOE y de nuevo del PP, con presidentes del Patronato tan dispares como Eduardo Serra, Rodrigo Uría, Plácido Arango y José Pedro Pérez-Llorca. Tenía difícil batir el récord de Philippe de Montebello al frente del Metropolitan neoyorquino (31 años), pero ha hecho historia en nuestro país reuniendo tanto consenso.

En estos quince años, Miguel Zugaza ha modernizado por completo una maquinaria tan compleja como el Prado. Ha conseguido que el museo tenga una ley propia y pase a ser un ente público, lo que ha agilizado muchísimo su gestión; ha puesto en marcha dos ampliaciones del museo, creando un Campus del Prado formado por los edificios Villanueva y Moneo, el Casón del Buen Retiro -que convirtió en un centro de estudios- y que cerrará el Salón de Reinos; ha formado un gran equipo de profesionales altamente cualificados (conservadores y restauradores de primera línea internacional), ha llevado a cabo un brillante programa de exposiciones temporales (un hito, la del V centenario del Bosco), ha apostado fuerte por la investigación con una dirección adjunta (fichó como su mano derecha a Gabriele Finaldi y, tras su marcha a la National Gallery de Londres, a Miguel Falomir), logró que el museo abriera los siete días de la semana y que se subiera al carro de las nuevas tecnologías, ha firmado convenios de colaboración con las instituciones nacionales e internacionales más prestigiosas...

Más luces que sombras

Logró importantes donaciones (colecciones Plácido Arango y Várez Fisa) y adquisiciones («El barbero del Papa», de Velázquez; «El vino de la fiesta de San Martín», de Bruegel el Viejo, o «La Virgen de la Granada», de Fra Angelico, por citar solo tres ejemplos). No faltaron descubrimientos en la colección del museo: su «Gioconda» tenía más valor del pensado. Aunque a veces tuvo ganas de tirar la toalla (la crisis obligó a unos recortes públicos que dejó al museo al límite), nunca desfalleció, pese a la hernia discal que tanta guerra le ha dado. Y hablando de guerras, las que libró con Patrimonio Nacional por cuatro obras maestras de su colección y con un comité holandés que quiso retirar la autoría a tres de los seis Boscos del museo.

Nunca ocultó su deseo de abrir el museo al arte moderno y contemporáneo. No logró que las colecciones del Prado acabaran con Picasso, pero al menos sí que sus obras colgaran temporalmente en sus salas. También las de Bacon. Pero hubo proyectos que no llegaron a buen puerto con Miquel Barceló y con Richard Serra, que iba a hacer una escultura para la pinacoteca. Tampoco vio cumplido su deseo de recuperar el «Guernica», lo que le costó algún encontronazo con el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel. Y tampoco se libró de las goteras (las hubo en 2008, 2013, 2016...), aunque el agua no le llegó al cuello como a su colega Felipe Garín.

Elogios unánimes a un «galáctico»

Hay unanimidad en destacar la labor de Miguel Zugaza al frente del Prado. El ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, reconoce que ya le comunicó hace algún tiempo su deseo de volver a Bilbao y que entiende sus razones personales: «Está toda su familia en Vizcaya. Las razones son obvias. Ha sido un extraordinario director del Prado, un galáctico. Lo siento por el Prado, pero me alegro por el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Le agradezco su grandísima labor. No será fácil sustituirle, ha dejado el listón altísimo». Quiere que esté vinculado al bicentenario del museo en 2019 a través de la Comisión del II Centenario del Prado.

Para José Pedro Pérez-Llorca, presidente del Patronato del Prado, nunca podrá el museo agradecerle bastante «la inteligencia, sabiduría, imaginación y tesón con los que ha dirigido la institución. El fruto de su trabajo, que es el gran éxito del Prado, habla por sí mismo».

Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, subraya que «ha sido el mejor director posible del Prado. Ha estado a la altura, ha sido un magnífico gestor, un historiador del arte con una enorme sensibilidad artística. Nuestra relaciones han sido inmejorables. Ha habido un antes y un después de Zugaza en el Prado. Su carrera al frente del museo ha sido espectacular y su recorrido, triunfal. Se va como hay que irse: estando en lo más alto».

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