John Baldessari, un artista nada aburrido

El creador estadounidense, que quemó su obra temprana para resurgir como un ave fénix y supo ser, al mismo tiempo, duchampiano e inclasificable, falleció el pasado dos de enero

John Baldessari EFE

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Puede que una de las mejores cosas que recomendó John Baldessari fue que no había que hacer arte aburrido. Parecerá una obviedad, pero lo cierto es que el arte contemporáneo está alicatado de todo tipo de ocurrencias que oscilan entre lo patético y lo plúmbeo. Para este artista californiano fue fundamental escapar de la inercia de los años sesenta, cuando todavía se rendía pleitesía al expresionismo abstracto y, al mismo tiempo, proliferaba una figuración deplorable. Según recordaba, fue precisamente la exposición «The New Figuration» en el MoMA la que reveló las dimensiones del pantano y fue precisamente de ese aburrimiento del que nacieron tanto pop cuanto el conceptual o el minimalismo. Con un coraje ejemplar, el treintañero Baldessari decidió quemar todos los cuadros que había «perpetrado» entre 1953 y 1966, generando por supuesto la correspondiente lápida y documentación. Literalmente, de esas cenizas resurgió como un ave fénix un artista que supo ser, al mismo tiempo, duchampiano e inclasificable .

En 2010 llegó al MACBA una imponente retrospectiva de Baldessari que procedía de la Tate Modern y continuó su trayecto hacia el County Museum de Los Ángeles y el Metropolitan Museum de Nueva York; era la consagración definitiva de este artista, que había recibido el año anterior el León de Oro de la Bienal de Venecia como merecido reconocimiento a toda su trayectoria. Es evidente que Baldessari ha ejercido una intensa influencia en varias generaciones de creadores, tanto por su labor como profesor en CAlArts cuanto por el carácter mutante de su obra, pionero a la vez del conceptual o del apropiacionismo. Que titulara «Pura belleza» la exposición que revisaba su trayectoria era tanto una broma cuanto un reconocimiento a su pasión formalista.

Baldessari asumió a la perfección el cambio de paradigma estético de final de los sesenta, convirtiéndose, en cierto sentido, en un prototipo de artista posmoderno , capaz de ejecutar lúcida y lúdicamente la parodia. Ajeno a planteamientos dogmáticos y curioso por naturaleza, utilizó tempranamente la cámara de vídeo para reírse un poco de todo, cantando textos de Sol LeWitt, enseñando el alfabeto a las plantas o sencillamente repitiendo «Yo estoy haciendo arte». Tenía plena conciencia de lo pesaditos que podían ser sus colegas conceptuales y él trataba, por lo menos, de socavar la grandilocuencia .

Si algunos de sus cuadros eran «recomendaciones» sobre cómo proceder para hacer la «pintura adecuada», dando por sentado que él no estaba dispuesto a seguir esas doctrinas de pacotilla, en la apropiación de fotografías encontró un filón para generar narraciones fragmentadas. Le interesaba Goya y acaso eso latía en algunos de los «disparates» que ejecutó, como cuando «dispara» fotografías sin mirar o en esa acción de tratar de conseguir una línea en el cielo lanzando globos de colores. Nos ha dejado con la misma sensación de levedad y brillantez, de excepcional sentido del humor y profunda sabiduría. Baldessari, como podemos ver y escuchar (en la voz de Tom Waits ) en un vídeo hizo infinidad de cosas nada aburridas; al final, con su aspecto de Papa Noel, nos hace el gesto de despedida de la forma más cordial: «Bye, John».

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