Jean Nouvel: «El reto era crear un lugar seductor y muy espiritual»

El arquitecto francés desvela su proyecto para el Louvre Abu Dabi, que se inaugura el próximo sábado

FREDY MASSAD

-El Louvre Abu Dabi fue encargado y diseñado durante uno de los puntos álgidos del desarrollo económico y cultural de los Emiratos Árabes Unidos, cuando el receso en la economía occidental trasladó el foco de la «arquitectura icónica» de Europa a Oriente Medio, China… A su parecer, ¿qué explica la historia de la planificación y construcción de este edificio sobre el mundo global y las transformaciones que ha experimentado? ¿Qué impacto han causado estas transformaciones sobre la arquitectura y sobre el significado de edificios emblemáticos, como el Louvre Abu Dabi?

-Cada civilización que tiene una época dorada construye y desea dejar una huella, un testimonio para las generaciones venideras. En 2006 recibí una llamada casi milagrosa de mi amigo Thomas Krens, que entonces era director de la Fundación Guggenheim. En ella me anunció que había sido escogido para construir un gran museo de civilizaciones integrado en el marco del gran proyecto para el distrito cultural de la Isla de Saadiyat. Cuando comencé a trabajar en el edificio no sabía aún que iba a ser el Louvre, sólo que sería un museo de civilizaciones, y que ése sería su aspecto más significativo. Quería un edificio de fuerte simbolismo, un diálogo inmediato, una dimensión espiritual potente. Por eso opté por una arquitectura en la que, simultáneamente, resonara la historia del lugar mediante un eco directo a la arquitectura árabe y en la que, también, se hablara de universalidad. Ésa era la síntesis a hallar. Y, puesto que la arquitectura es un arte, debía lograr ser lo suficientemente misteriosa, lo bastante seductora, como para invitar a los visitantes a perderse en su interior, a ir a la búsqueda de sus propias respuestas. Respondiendo más directamente a su pregunta, le diría que la arquitectura, o cuanto menos como yo la imagino, ha de ser resultado de su contexto, de su situación. Y cada situación es única. Es decir: todo edificio habla de la historia, de la cultura, del entorno físico y social, los avances tecnológicos, los medios financieros, los deseos del cliente… Cuando, como en mi caso, uno es un arquitecto «contextualista», cada proyecto es un testimonio de su época. La arquitectura debe llevar a cabo su trabajo: está ahí para testimoniar. De alguna forma se puede decir que es la petrificación de un instante de civilización, de cultura, de progresos técnicos y tecnológicos…

-¿Cuáles han sido los principales retos a sortear para lograr finalizar el edificio?

-Hablar de universalidad, hacer del edificio un espacio de intercambio y un lugar fascinante eran las grandes cuestiones a las que aquí debía proporcionar respuesta. El Louvre Abu Dabi constituye, sin ninguna duda, uno de los más bellos programas arquitectónicos que he tenido la oportunidad de llevar a cabo.

-¿Ha podido reportar la larga demora en la finalización del edificio alguna mejora respecto al diseño original?

-Construir un edificio es adquirir conocimiento sobre una situación y tomar consciencia de ésta. Yo me considero fundamentalmente un «contextualista», no soy un arquitecto «de papel»: yo soy de esos que quieren materializar lo que tienen en la imaginación. Lo primero que siempre hay que hacer es reunir toda la información que me vaya a permitir comprender la situación desde lo topológico, lo climático, lo histórico, lo cultural, lo estético, lo económico… Trabajo también con consultores que puedan validar mis intuiciones, mis deseos… y su factibilidad. Una vez que los datos de todas estas condiciones se han reunido, se produce lo que yo llamo «el salto creativo». La arquitectura es una disciplina de síntesis, es necesario poder responder y anticipar todos los parámetros antes de sumergirse en la búsqueda de la forma. Es inevitable chocar siempre contra la frustración porque uno desearía poder «formalizar», en el sentido de poder crear una forma casi inmediatamente. Pero no creo en los arquitectos formalistas, porque su único deseo es la forma: desean la arquitectura antes de confirmar su realidad potencial. A mi entender, la arquitectura no es eso. La arquitectura no está dentro de un museo, ni dentro de un relato: ha de existir en algún sitio. En cuanto la síntesis ha culminado, la forma propuesta despierta un entusiasmo compartido y un anhelo real de verla materializarse, se producen pocos cambios, o ninguno, entre el esbozo original y el resultado final. El Louvre Abu Dabi es un perfecto ejemplo de ello.

-Siendo un arquitecto europeo, ¿cómo describiría su experiencia trabajando en un contexto cultural de rasgos específicos, como el de los Emiratos Árabes Unidos? ¿Podrá el Louvre Abu Dabi ser efectivamente un puente de unión entre culturas?

-Las ciudades, un producto de la arquitectura, están ahí para reunir a las personas. Se crean destinos a través de la arquitectura, gracias a gestos arquitectónicos valientes. La vocación final de la dimensión emocional y estética de la arquitectura es la de hacer que nos acerquemos unos a otros. Lo importante en un museo es que esté habitado, no sólo por los visitantes sino también por las obras. La colección del Louvre Abu Dabi está formada por obras que vienen de las cuatro esquinas del mundo y aquí que se encuentran, se ven unas a otras, por primera vez. Si exactamente eso mismo le sucediera a quienes acudan a visitar el Louvre Abu Dabi, sería un excelente comienzo, ¿verdad?

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